Los árboles suelen tener un lugar especial en el haber viajero. Visitamos ejemplares por todo el mundo que nos llaman la atención, bien por su longevidad, su altura, por saber cuántas personas son necesarias para abarcar su tronco, incluso porque son mágicos. Son árboles que necesitamos tocar, abrazar o atravesar para sentirnos por un momento parte de esa naturaleza que les ha sido propicia durante tanto tiempo.
Junto a un embalse en las afueras de Phimai, en el noreste de Tailandia, hay uno de esos árboles especiales, un magnífico ejemplar de la familia de los banianos: una higuera de Bengala (Ficus benghalensis). Tras visitar las ruinas del templo jemer y haber asistido a la ceremonia familiar del kon phom fai me subí en una de las mototaxis aparcadas junto al mercado, que por unos pocos baths te llevan hasta Sai Ngam, el nombre con el que se conoce al lugar.
Es la higuera de Bengala más grande y vieja de Tailandia —también es de las primeras en tamaño y edad en todo el continente asiático—, en los 350 años que se le calculan ha llegado a ocupar un espacio de 15.000 metros cuadrados. Este tipo de árbol tiene raíces aéreas que van creciendo en forma de liana hasta el suelo. Al arraigar adquieren característica leñosa y se convierten en raíces fúlcreas, duras, dando soporte a toda la estructura de ramas. Cuando caminas bajo toda esa maraña de ramas y raíces te parece imposible que todo pueda haber nacido de un solo árbol que además creció siendo epífito, es decir parasitando en otro árbol al que terminó asfixiando.
Las higueras de Bengala tienen una gran simbología en el mundo budista, se cree que Buda alcanzó la iluminación después de estar sentado durante siete días bajo una de ellas. En el hinduismo se considera que uno de estos árboles fue escogido por el dios Krishna para su descanso y en las creencias animistas piensan que están ocupados por poderosos espíritus. En Tailandia, además, los consideran lugares donde a los espíritus les gusta vivir. Así que en el interior de Sai Ngam hay un pequeño templo donde la gente va a rezar y a encender unos palos de incienso, también alrededor del lugar donde se supone que está el tronco madre anudan cintas de colores y depositan objetos a modo de ofrenda.
Más allá de la espiritualidad, el lugar también es utilizado para hacer picnic, con algunas mesas dispuestas al amparo del árbol buscando la necesaria sombra para protegerse del sol. En uno de los laterales hay una serie de puestos que ofrecen comida y algunos vendedores de recuerdos y artesanía. Paseando por el interior del árbol la temperatura es algo más fresca, con zonas encharcadas en época de lluvias por lo que conviene protegerse con algún repelente de insectos. En el embalse, pescadores en frágiles embarcaciones buscan un tipo de caracol enorme muy apreciado en la gastronomía. Casi todas las partes del árbol, hojas, corteza, raíces o fruta, son utilizadas para usos medicinales.
Durante un par de horas estuve paseando por el interior del árbol, viendo el ir y venir de familias que dejaban sus ofrendas, contagiándome de la alegría de los niños que jugaban haciendo zigzag entre las numerosas raíces, compartiendo mesa y comida con una pareja que me pidió que les hiciera una foto, tratando de atrapar un poco de la fuerza vital de aquella vieja higuera de Bengala.
esplendido paisaje turistico.