Los carnavales están llegando y en Tarragona se viven intensamente. Confieso mi debilidad por estas fiestas, en las que creo más cada día, porque me admira el trabajo conjunto de los grupos y el tejido social que todo ello ayuda a construir. Y porque valoro las cosas que tienen un punto de insensatez y de atrevimiento, en las que todo no es estricta racionalidad.
No se puede negar que desfilar medio desnudo en pleno mes de febrero sea una insensatez. Es verdad, aparentemente no tiene ningún sentido. Pero sólo aparentemente. En estos momentos en que la mayoría de los poderes quieren que nos resignemos, que nos volvamos más grises, que nos apaguemos, que obedezcamos, que seamos razonables, prudentes…, llenarse de plumas o disfrazarse de rana o de arzobispo es un acto de supervivencia. Sirve, fundamentalmente, para respirar.
Unos eligen la crítica directa, punzante, desvergonzada. ¡Fantástico! Otros escogen los brillos y las plumas para revelarse contra una cotidianidad que puede resultar profundamente alienante. Es, de hecho, una rebelión contra la dictadura de un glamour mediático prohibido para la mayoría. Por unas horas, cajeras de supermercado, por ejemplo, se convertirán en reinas, en artistas que desfilaran por las calles ante los ojos curiosos de sus conciudadanos. Ambas opciones —la satírica y la del lucimiento— tienen en común más de lo que podría parecer.
El carnaval es higiénico, saludable, balsámico. Es desfilar, ocupar la calle, provocar, seducir y reír, sobre todo reír. Es bueno recordar el enorme poder desmitificador, y por tanto liberador, de la risa. Todo el mundo sabe que el miércoles de ceniza llegará. Y que habrá uno definitivo. ¿Y qué? Como decía aquel sabio, lo importante no es saber si hay vida después de la muerte. Lo esencial es saber si la hay antes de la muerte.
El de Tarragona, según los entendidos, es uno de los carnavales más relevantes de España, si bien no de los más conocidos. Su secuencia ritual es muy rica: la plantada de la Bota, la presentación de los ninots, la degustación de butifarra de huevo, de coca de chicharrones, la entrada en la ciudad del Rey y su Concubina, la lectura del sermón satírico, el concurso de la Disfressa d’Or, las ruas de los pequeños, de la Artesanía y del Lucimiento y, finalmente, el martes de Carnaval, con el duelo, las plañideras, el entierro y la quema de la Bota.
Si quieres ver más fotos de las mostradas en esta galería, puede echar un vistazo a la recopilación que ha maquetado el autor, Rafael López-Monné, del concurso la Disfressa d'Or y de la Rua, ambas del Carnaval de Tarragona en su edición de 2013. ¡Y a sonreír!
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