Sobre el mapa son 1.594 kilómetros y 178 municipios, casi todos en el estado de Minas Gerais. Un tortuoso camino que va engarzando algunas de las mejores joyas de la arquitectura colonial y barroca de Brasil. Pero si tiramos de libro de Historia, la Estrada Real fue un profundo corte hecho en la tierra brasileña por el que sangraron toneladas de oro, diamantes y un alto número de vidas humanas. João es mineiro, de Diamantina, y me cuenta que eso pasó hace mucho, pero que como toda herida tiene sus cicatrices. Y el carácter quedó marcado. Los mineiros son descendientes directos de aquellos ambiciosos buscadores de oro que partieron desde São Paulo en épicas expediciones, moviendo la frontera brasileña hasta los pies andinos tras pasarse por el forro el Tratado de Tordesillas.
Los bandeirantes se organizaban alrededor de un líder y una bandera, de ahí el nombre, y les movía una codicia ilimitada nacida de la misérrima situación en la que vivían.
Primero comerciaron con esclavos y más tarde con un oro cuyo brillo llamó la atención de la Corona portuguesa. Para explotar las minas hacían falta dos cosas: esclavos y una vía de comunicación desde el interior del país hasta la costa para partir rumbo a Lisboa y engordar las arcas reales. Cuando los portugueses llegaron a América se encontraron, según las crónicas, con un puñado de indios que estaban exhaustos de tanto ritual, celebración y guerra. Así que tuvieron que recurrir a esclavos africanos. Durante algo más de dos siglos se calcula que llegaron a los puertos de Brasil cuatro millones de esclavos. Cada paso que daban tierra adentro les alejaba un poco más de la libertad.
Para las comunicaciones aprovecharon el Camino Viejo, que comunicaba Paraty con Ouro Preto, abierto por los bandeirantes. Pero resultaba largo, complicado y peligroso para los tropeiros que conducían las recuas de mulas. Para tener una salida más rápida al mar construyeron el Camino Nuevo hasta Río de Janeiro. Cuando encontraron diamantes la Estrada Real fue extendida hasta Arraial do Tijuco, la actual Diamantina, permitiendo el control del tráfico por parte de los agentes de la Corona. Como en cualquier buen episodio de codicia, hubo quien encontró la forma de burlar el peaje por caminos ilegales y enviando cargamentos que llegaban llenos de arena a Lisboa. Con la intención de ponerle puertas al campo y evitar el contrabando, los lusos prohibieron que circulara oro en polvo y crearon las Casas de Intendencia donde se legislaba. También establecieron el Quinto Real, otro impuesto con el que seguir soliviantando a la gente local, principalmente la más afectada que era la de bolsillo acomodado.
Cuando a finales del siglo XVIII el oro empieza a escasear, el marqués de Pombal pretende cobrar un impuesto conocido como derrama, hecho que sirvió de detonante para que un grupo de intelectuales de buena cuna, reunidos en la casa del padre Toledo, pusiera sobre la mesa la declaración de intenciones de la Inconfidencia Minera. Su líder fue Joaquim José da Silva Xavier, conocido como Tiradentes por su trabajo como dentista.
Tiradentes era el más radical de ellos y cuando fue más allá del círculo de los inconfidentes para contactar con Silvério dos Reis, éste le traiciona buscando la condonación de la alta deuda que tenía contraída con el Estado. Para intentar frenar cualquier nuevo intento de insurrección repartieron partes del cuerpo de Tiradentes por diferentes lugares. El lema de aquel grupo de hombres todavía se puede ver en la bandera de Minas Gerais: Libertas quæ sera tamen (Libertad aunque tarde). Ahora no resulta fácil seguir el trazado original de la Estrada Real, apenas quedan unos pocos tramos de viejos y desgastados adoquines por los que bajaban el oro y las piedras preciosas al mismo ritmo que la vida de los esclavos. Son carreteras de asfalto las que nos llevan hasta antiguas ciudades, iglesias barrocas y haciendas. La opulencia quedó para unas cuantas iglesias de barrocos excesos y las casas son de construcción simple.
La arquitectura barroca en Brasil tuvo particularidades que la diferenciaron de la europea. Llegó más tarde y utilizó sus propios materiales debido a la dificultad que suponía traerlos desde la costa. Además, no tuvo la influencia de otras órdenes religiosas a las que impidieron entrar en el territorio por eso de la competencia espiritual.
El periodo arquitectónico barroco tuvo un gran referente: Antonio Francisco Lisboa “Aleijadinho”. Su vida fue un suplicio, con parte de los pies y las manos amputados desde pequeño —el apodo significa lisiadito— tuvo que aprender a caminar de rodillas. Sus asistentes le tenían que atar las herramientas a los muñones y sus mejores obras llegaron cuando la lepra había hecho estragos en su cuerpo, llegando a trabajar tumbado durante los últimos años de su vida.
Eso no evitó los certeros golpes que dio a la esteatita, más conocida como piedra jabón, con la que hizo obras como las esculturas de la iglesia de San Francisco de Asís en Ouro Preto y las del santuario del Buen Jesús de Congonhas. Las pinturas de las vírgenes y ángeles mulatos fueron obra de Manuel da Costa Ataíde.
En Minas Gerais se siente verdadera idolatría por Aleijadinho, bien por el sentido religioso de su trabajo o por empatía hacia su difícil vida. Aunque no es el único que se ha ganado un puesto en los altares de los mineiros. Xica da Silva pasó de esclava mulata a señora, dejando a un lado su color de piel, cuando João Fernandes de Oliveira se enamoró de ella hasta las trancas. Era el hombre más poderoso de la región en aquella época, su fortuna pudo ser incluso mayor que la del propio Rey de Portugal. Compró a Xica y le dio la alforria (libertad). Como sólo permitían los enlaces entre gente de la misma raza y religión —con la iglesia habían topado— nunca contrajeron matrimonio, hecho que no les frenó para tener hasta trece hijos. La venganza de Xica tuvo que llegar una vez fallecida: está enterrada en la iglesia de San Francisco de Asís, un privilegio que estaba reservado a los muy blancos y más ricos aún.
Cuando llegó la necesaria expansión demográfica se encontraron con un terreno demasiado abrupto alrededor de Ouro Preto y hubo que trasladar la capital a Curral del Rei, la actual Belo Horizonte. Hoy, la vida de los mineiros transcurre a ritmo lento, como el del trezinho Maria Fumaça, un ritmo contagiosamente melódico, igual que las modinhas que cantan los seresteiros (cantantes de serenatas) por las calles de Diamantina. Haz todo lo posible para que te canten una.
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