Si sueltas a un arqueólogo y un antropólogo en un sitio maya, tendrán en común la seriedad en los planteamientos pero se diferenciarán en la vehemencia, mucho mayor en el primero. Si le preguntas a un astrofísico -yo lo hice- te contará que la supuesta alineación entre la Tierra, el Sol y el centro de nuestra galaxia, además de cogida con pinzas no es única, se lleva produciendo los últimos años por esas fechas. Y luego están los astrólogos, las sectas, charlatanes de feria y acólitos del Apocalipsis de diverso pelaje dispuestos a hacer su agosto con profecías y algún que otro búnker de protección garantizada contra meteoritos y emisiones solares. Eso sí, a muchos miles de euros cada plaza.
Para dejar las cosas claras tenemos el sitio arqueológico de Copán, uno de los lugares que más información nos han brindado sobre esta antigua cultura mesoamericana, gracias a que los restos de la ciudad más importante de las Tierras Bajas se encontraron a muy poca profundidad, motivo de celebración para arqueólogos pero también para los huaqueros que hicieron de las suyas en su día. Ya se sabe lo amigos que somos de hacer comparaciones, siempre odiosas, para destacar las virtudes de un lugar. Ese exceso de entusiasmo ha llevado a algunos a llamar a Copán el París o la Alejandría de Mesoamérica. También se ha llegado a decir que los mayas son los griegos de América. A cada cual lo suyo, pero si eso ha de servir para hacernos una idea de la importancia que alcanzó esta ciudad maya, anotado queda.
Hoy es relativamente fácil acceder a la región por una carretera casi en buenas condiciones, llegando al departamento de Copán por La Entrada donde un cartel da la bienvenida a esta ciudad bendecida por Dios, en el valle de Nueva Arcadia. Muy diferente era en 1839, cuando John Lloyd Stephens y Frederick Catherword encontraron las ruinas de Copán amortajadas con el verde intenso de la naturaleza hondureña. Stephens comparó el hallazgo con el de un pecio destrozado en medio del océano, sin mástiles, con el nombre borrado, la tripulación muerta y nadie que contara de dónde provenía, a quién pertenecía, cuánto había durado su viaje o qué había causado su destrucción. El explorador estadounidense compró Copán por cincuenta dólares, aunque siempre se lamentó pensando que podía haber pagado mucho menos.
Con la lógica que caracterizaba a los exploradores de la época, la idea de esa inversión era de la llevarse los monumentos a Estados Unidos para que sirvieran de base a un nuevo museo, pero coincidió en una época en que el mercado estaba saturado de ruinas y eran un valor a la baja. De esa compra poco más se supo, pero sí del viaje que hicieron ambos por 44 emplazamientos arqueológicos. Stephens publicó el libro Incidents of travel in Central America, que aún se edita hoy, ilustrado con los dibujos y daguerrotipos que hizo su compañero de ruta. El libro marcó un punto de inflexión en la errónea idea de que los antiguos pobladores del continente americano habían sido salvajes a los que educar en la fe verdadera. Estaban ante una cultura conocedora de las artes escultóricas y arquitectónicas. ¡Si hasta escribían! A partir de entonces se generalizó el concepto de civilización maya. La fascinación por lo que ocultaban esas ruinas, por los motivos de la desaparición de los mayas, hizo el resto. Y hoy tenemos hasta películas de Hollywood.
Alrededor del recinto arqueológico creció la localidad de Copán Ruinas. Todavía se construyen algunas casas como en época maya; cimientos de piedra, paredes de caña y revoque de adobe. No sólo eso, hay más similitudes. El pueblo es propiedad de unas pocas familias que ostentan el poder, con sus casas alrededor de la plaza principal. La única diferencia con la época maya es que los copanecos ya no van vestidos con tocados de plumas, prendas de algodón y faldellines. Ahora predomina el sombrero de junco para las tertulias sin prisas en la plaza.
La entrada a las ruinas de Copán es sencilla; una puerta, paredes mal encaladas, un pobre dibujo del mapa de los principales sitios mayas de Mesoamérica y una tienda de recuerdos con escasa iluminación. Tras pasar esa puerta encontramos los restos de una civilización que alcanzó niveles de sofisticación sin precedentes. Si los logros estéticos son el reflejo de la capacidad intelectual de un pueblo, la de los mayas que habitaron Copán está fuera de toda duda, su escultura está entre las mejores del mundo. Gracias al Altar Q conocemos la sucesión de soberanos que hicieron de Copán una de las ciudades más importantes de los reinos mayas. En el año 426 d.C. llegó el primero, K´inich Yax K´uk´ Mo´, que nos dejó la tumba más elaborada del recinto, probablemente la de su mujer. En su interior se hallaron más de 15.000 piezas, como espejos, útiles hechos con obsidiana y objetos de jícaro pintados.
Fueron dieciséis los mandatarios que gobernaron Copán, algunos con más pena que gloria. Otros no dejaron pasar la oportunidad de dejar su sello en las construcciones. A Waxaklajuun Ub’aah K’awiil, conocido como 18 Conejo, le debemos la finalización del campo para el juego de pelota y las excepcionales estelas labradas con las figuras de destacados soberanos. Pero sin duda, las mejores obras fueron erigidas por el último de los gobernantes de Copán, Yax Pasaj Chan Yopaat, cuyo nombre de estar por casa era Divinidad que alumbra el cielo de la Nueva Aurora. Ahí es nada. Yax Pasaj aparece representado, en el que debió ser su templo funerario, con fastuosa indumentaria guerrera. Aunque parece que no fue tan fiero el Yax Pasaj como lo pintan. Con su único enemigo susceptible de buscarle las cosquillas, el gobernante de Quiriguá que había decapitado a 18 Conejo, tuvo el suficiente tacto diplomático para acabar manteniendo buenas relaciones.
Las estructuras 11 y 16, templos con forma piramidal, fueron obras suyas. Se cree que la 11 pudo ser una especie de altar, el Pat Chan o parte inferior del cielo, desde donde daría rienda suelta al carácter mesiánico que todo soberano del mundo maya debía tener. En esa línea encontramos el mencionado Altar Q, una de las mejores obras de la cultura maya. Es una suerte de hagiografía en piedra con cuatro caras representando en perfecto orden a todos los soberanos de Copán, sentados sobre un glifo con su nombre. Inicialmente se pensó que era una reunión de astrónomos, pero más adelante se descubriría que era toda la secuencia dinástica, con el círculo cerrado por la entrega del cetro del poder por parte del primer soberano al último. Yax Pasaj, pese a no descender directamente de su antecesor, siempre puso todo su empeño en mostrar a sus súbditos alguna relación con los anteriores dueños del cetro.
De pie ante el Altar Q es complicado imaginarse el día a día de Copán en su época de apogeo. Algunos sentirán una energía especial caminando entre las ruinas o creerán oír el bullicio del público durante el juego de pelota, asombrándose de la habilidad de unos jugadores que no podían utilizar las manos para pasar la pelota por el aro; otros se estremecerán al pasear por la Gran Plaza, donde tenían lugar los crueles sacrificios que empañaban la inteligencia que se les atribuía a los mayas o las ofrendas al dios del Sol. Teniendo en cuenta la larga temporada de lluvias de Honduras, los favores de Kinich Ahau debían estar entre los más demandados. Para la mayoría una ceiba no será más que una ceiba, jamás un árbol sagrado, las mariposas y los guacamayos que vuelan sobre sus cabezas serán eso, mariposas y guacamayos, pero nunca los espíritus de los mayas.
Lo que sí tendremos claro ante el Altar Q, precursor de Facebook grabado en piedra, es que las operaciones de estética no son cosa de ahora. El ideal de belleza de los mayas era, como poco, extraño, algo feúcho. Empezaban por intervenirlos desde pequeños, poniendo un par de tablas en su cabeza para conseguir la deformación del cráneo. Decoraban sus dientes con incrustaciones de jade y separaban sus incisivos, se tatuaban el rostro y practicaban escarificaciones sobre su piel. Pero quizá lo que más sorprende es el gusto por esas miradas que no acaban de conciliar un ojo con el otro: el estrabismo era cool y lo provocaban colgando diversidad de objetos que les caían sobre los ojos.
El Templo 26 es la otra joya arquitectónica de Copán. En la cara oeste del edificio se encuentra la Escalera de los Jeroglíficos. Pese a que la climatología, por desgaste, y la universidad de Harvard, por expolio disfrazado de estudio, le dieron sendos mordiscos, aún es el mayor texto jeroglífico del mundo maya: 300 años de sucesos escritos sobre piedra. Sólo un puñado de elegidos son capaces de leer las inscripciones mayas, aunque hay mucho diletante suelto. Gracias a ellos hemos sido capaces de conocer los principales acontecimientos sucedidos a lo largo de los diferentes mandatos. Sabemos que durante el gobierno de Yax Pasaj, Copán conoce su época de mayor esplendor. Hacia el año 785 d.C. la ciudad contaba con cerca de 28.000 personas viviendo en su área de influencia, delimitada por una distancia máxima de dos jornadas a pie.
Alrededor de la realeza se habían instalado zonas residenciales como El Bosque o Las Sepulturas, que recibe su nombre de la costumbre maya de enterrar a sus muertos en las casas, y una élite privilegiada obtenía los favores del soberano a cambio de buenas dosis de peloteo. Y es aquí donde llegamos a la madre del cordero, al punto en el que entran en juego la fantasía de algunos y los rigurosos estudios de otros para saber qué pasó con los mayas, qué originó el colapso. En el caso de Copán hablamos del periodo clásico, el que no llegó a tiempo de toparse con unos españoles que admiraron la vida disciplinada y el concepto artístico avanzado de los mayas, pero que tragaron mal con el politeísmo que les llevaba a admirar a ídolos diversos y dioses despiadados.
El franciscano Diego de Landa se encargó de hacer una hoguera a lo Savonarola, quemando valiosos códices mayas que nos habrían dado respuestas mucho más rápidas que las eternas excavaciones arqueológicas y sus posteriores interpretaciones. No obstante, alguno se salvó. Como el Códice de Dresde que habla del calendario que ha iniciado la cuenta atrás. En Copán no hubo grandes epidemias ni erupciones volcánicas. Parece ser que se trató de algo más simple: había una excesiva población para los recursos de una tierra cada vez más agotada por el tipo de cultivo chamicero, que además era casi monocultivo. Por lo tanto, la dieta basada en el maíz provocaba malnutrición que derivaba en anemias severas como han demostrado los restos óseos encontrados.
Si seguimos tirando del hilo encontramos una elevada mortalidad infantil, unida a la escasez de nacimientos, que fue diezmando la población. El hallazgo de un taller de elaboración de objetos de concha, casi intacto al quedar protegido por un techo que se derrumbó, hace indicar que pudieron sufrir un terremoto, aunque no de consecuencias devastadoras. La deforestación de las laderas hizo que los terrenos agrícolas acabaran convertidos en estériles ciénagas y la dinastía reinante perdió toda credibilidad al no ofrecer soluciones con sus rezos. Todo ello llevó a una quiebra institucional e ideológica de la forma tradicional de realeza. Son los soberanos, seguidos de las élites, los primeros en abandonar el barco. El resto de la población se fue marchando gradualmente a tierras más fértiles. Sócrates ya advertía que nadie puede considerarse un político si no comprende la política del trigo. O como diría un político americano, ¡se trata de la economía agraria, estúpido!
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