En invierno, las playas del Mediterráneo tienen un encanto especial. Descansan del bullicio, de pisadas arriba y abajo, de toallas y cuerpos sudorosos tostándose bajo el sol, de helados que chorrean. No es que a la playa no le guste su particular carnaval de verano, seguro que sí, pero no podría digerir tanta humanidad sin la calma invernal.
Necesita reposar, meditar, acompasarse con el sonido de las olas y el tempo del sol. Es una especie de regresión temporal a un pasado no tan lejano donde la playa era sinónimo de soledad, de lugar inhóspito e incluso peligroso. No hay que olvidar que en la cultura europea, hasta bien entrado el siglo XVIII, todavía estaba muy presente el mito del Diluvio Universal. El mar, en definitiva, no era sino el sumidero de todas las almas de la Tierra. Excepto dos, claro.
En un lugar como Salou, meca y babel de la playa veraniega, el invierno le regala unos contrastes sorprendentes, especialmente si se recorre el camino de ronda del cabo de Salou. Además, si se escoge un día de temporal, el paseo puede ser espectacular. Aunque si hay oleaje, nada de soledad. Las olas son como miel para los surfistas. Las buscan, las intuyen, creo que incluso las huelen. Así, lo que en otros momentos es una tranquila playa puede convertirse en un hervidero de furgonetas y coches cargados de tablas de surf, llegados desde mil rincones del país.
En Cataluña, la práctica del surf es un fenómeno bastante reciente —principios de los años 90— y que nace en las playas urbanas de Barcelona. Soren Manzoni, miembro del grupo que formaron los cuatro o cinco primeros impulsores, cuenta en una entrevista que los precursores fueron un grupo de obreros australianos, mano de obra cualificada que había llegado para trabajar en la construcción de la Villa Olímpica. Cuenta que consiguieron una tabla y que, durante la hora de descanso, se relajaban peinando las olas.
Es cierto que esto no es el Atlántico, pero no es verdad que el Mediterráneo sea un mar sin olas y tranquilo: que se lo digan a todos sus náufragos. Los surfistas expertos hablan de olas “secretas” y añaden que la necesidad de ir buscándolas les da un encanto especial. Lo cierto es que pocos colectivos están tan pendientes de los partes meteorológicos y delas webcams. El resultado es una enorme cantera de surfistas con un excelente nivel, formados en “playas sin olas”, que acaban surfeando en mares de todo el mundo.
La mejor época suele ir de octubre a abril y nos contaban que en Salou, cuando a Neptuno le place,
la playa Llarga tiene formidables olas.
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