Hay quien cena a luz de las velas en villas de madera con vistas al Pacífico, se baña en piscinas infinity, cóctel en mano, para después dormir entre cojines en una mullida cama con dosel. Desayuna zumo recién exprimido, huevos y patacones calientes, mientras escucha el canto de los pájaros. Otros, se sientan en una roca para cenar con cubiertos de plástico bajo la noche estrellada, duermen envueltos en una mosquitera escuchando los infinitos sonidos del bosque tropical y empiezan el día con un reconfortante café preparado al calor de un hornillo.
El Parque Nacional de Santa Rosa es uno de los mejores lugares del país centroamericano para los que gustan del segundo estilo de vacaciones. Fundado en 1971, Santa Rosa fue el primer parque nacional del país y hoy protege una de las mayores áreas de bosque tropical seco de Centroamérica. Se diferencia de muchos de sus vecinos por tener dos estaciones muy diferenciadas: la época de lluvias, cuando el bosque rezuma vida vegetal y sus caminos solo son practicables a pie o, con mucha pericia, en 4×4; y la época seca, que dura seis o siete meses durante los cuales la vegetación pierde casi todas sus hojas.
Hay que cargarse la mochila a la espalda y andar un buen tramo para llegar a Playa Naranjo, una de las pocas en el país donde la acampada está permitida. En la playa de al lado, Nancite, está prohibido por un buen motivo: es una estación biológica en la que desovan las tortugas golfinas (Lepidochelys kempii).
En Santa Rosa se ubica también uno de los monumentos más famosos de Costa Rica: la Hacienda Santa Rosa, más conocida como La Casona. Esta antigua granja ganadera se inscribió en los libros de historia del país por ser el lugar donde un improvisado grupo de voluntarios costarricenses se enfrentó y expulsó al ejército del más temido de los filibusteros del Caribe: William Walker.
Este parque nacional, que pertenece al Área de Conservación Guanacaste, forma un corredor bilógico con otros dos sectores —Pailas y Santa María— protegidos a su vez por el Parque Nacional Rincón de la Vieja. Es tierra de fumarolas, piscinas (pailas) de barro hirviendo, cráteres y otros elementos que evidencian que estos paisajes de piedra una vez fueron líquidos. Es un lugar que se presta, y mucho, a ser caminado. Para ello existen numerosos senderos a través de un bosque tropical, que aquí sí es húmedo y suele estar cubierto por la niebla durante muchos meses.
El Área de Conservación Guanacaste, que entre otros engloba los Parques Nacionales de Santa Rosa y Rincón de la Vieja, está inscrita en la lista del Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO desde 1999. Cuenta con cinco estaciones biológicas para investigadores y estudiantes. En el parque de Santa Rosa se ubican el Centro de Investigación del Bosque Tropical Seco y la Estación Biológica Nancite.
Rincón de la Vieja, lejos de ser un volcán dormido, palpita bajo los pies de forma evidente como podemos comprobar viendo las pailas de barro. Este año ha dejado a los senderistas huérfanos de una de sus excursiones más populares. El camino que sube al cráter permanece, de momento, inaccesible por las recientes erupciones. Para compensarlo hay otras opciones, como el sendero de las Cataratas, que nos acerca hasta La Cangreja (5 kilómetros) o La Escondida (4 kilómetros), o el camino que nos lleva al Sector Santa María y a sus pozas termales naturales. Aquí no habrá piscinas infinity, pero las aguas que brotan del subsuelo, a diferentes temperaturas, son un verdadero lujo al alcance de todos.
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