«Me he hecho un nido de águilas en la cima de Escornalbou, entre las ruinas del viejo monasterio agustino. Os ofrezco lo que tengo, la vista espléndida del Camp de Tarragona, una casa catalana por los cuatro costados, una librería […] y un bosque sombrío donde grupos de pavos reales salvajes han establecido su dominio». Así describía Eduard Toda, en una carta a su amigo Francesc Matheu, la que iba a ser su nueva casa tras acabar una necesaria —y bastante libre— rehabilitación del Castillo Monasterio de Escornalbou. Al diplomático, arqueólogo y egiptólogo catalán le gustaba reunir amigos para celebrar la vida y hacer excursiones por ese privilegiado lugar. Pero sin muchos agobios, en alguna carta de invitación insistía en la necesidad de que no fueran más de siete personas: «Debéis recordar que un pavo real no es un tocino que da para mucha gente», escribía Toda. A sus amistades, algunas por compromiso, nunca les faltó una cama ni viandas en la mesa. Para Francesc Cambó tenía reservada “La habitación de las chicas guapas”, llamada así por los cuadros ingleses en los que aparecían delicadas damiselas.
Otro de los visitantes, Plàcid Vidal i Rosich, poeta y novelista integrante del Grupo Modernista de Reus, se refería así a la llegada al antiguo monasterio:«L’arribada a Escornalbou ens féu un efecte fantàstic». Así sigue siendo, un efecto fantástico, cuando caminas por el pequeño camino empedrado que asciende hasta la puerta, cruzas el arco de entrada y el paisaje inunda el lugar: con la mar al sur y las sierras de Cardó, Llaberia y Prades rodeando el antiguo monasterio.
La visita a Escornalbou está recomendada en cualquier momento del año, pero me gusta especialmente durante la celebración del mercado de territorio Santa Teca, que por cuarto año —14 y 15 de julio en esta ocasión— volverá a llenar este singular espacio con propuestas culturales, mucha música y gastronomía honesta. Para encontrar el origen de este encuentro hay que remontarse hasta el año 2010, cuando Berna Ríos y Santos Masegosa se propusieron fusionar la parte alta de la ciudad de Tarragona con la parte baja, organizando el primer mercado de territorio.
Aunque la receta parece sencilla, el tomate sin prisa, las gallinas felices, la lechuga a la vuelta de la esquina, y el vino, naturalmente, a su aire, todavía no está muy desarrollada la cultura de la gastronomía de proximidad y el producto de temporada. Iniciativas como esta contribuyen, con una necesaria pedagogía, a que acabe siendo el propio consumidor el que demande una cocina respetuosa con el territorio, empezando por la de su casa.
Volvemos a la entrada de Escornalbou, al efecto fantástico. Recuerdo bien la primera impresión que tuve durante mi visita a Santa Teca en la edición del año pasado. Tras adquirir la copa y un buen puñado de tecas —las copas son reutilizables y la teca, que vale un euro, es la moneda oficial— me dirigí a la parada de Les Clandestines. Enseguida me di cuenta de qué iba a aquello. Al pedir una de sus cervezas artesanas, el olor me resultó curiosamente familiar: ¡tomillo!, habían conseguido meter el paisaje en la copa. Qué orgulloso estaría Pla. En el puesto que había justo enfrente empezaban a preparar una fideuá y los primeros músicos subían el escenario. A partir de ahí, teatro, literatura, una copa de vino, fotografía, cuentacuentos, una simpática equilibrista, otra copa de vino explicada con la emoción que solo puede darle el productor, las estrellas en la punta de los dedos gracias a una cercana explicación del cielo, más música.
Sin darnos cuenta, la tarde se nos había escurrido entre los dedos y el sol dejaba entrever sus últimos destellos a través de los arcos de Escornalbou, dando un tono aún más rojizo a la piedra, como en los versos del poema del presbítero Ramon Muntanyola que encontramos en la entrada, grabados en una estela de cerámica: «La pedra sagna viva centúries d’oli i vi» (La piedra sangra viva siglos de aceite y vino).
Para este año podemos esperar aún más música, la visita de nuevos espacios de Escornalbou, la combinación de jazz y vermú, visitas teatralizadas, paseos literarios, y, lo que sin duda será uno de los momentos más emotivos del fin de semana, un brindis a cargo de Rafael López-Monné, que nos explicará el paisaje a la hora de la puesta del sol. La entrada a Santa Teca es gratuita y entre las actividades habrá alguna de pago, pero a precios casi simbólicos, entre uno y tres euros. Para Berna Ríos, ver marchar a la gente con una sonrisa compensa con creces el esfuerzo que requiere organizar este evento que tiene la defensa del territorio por bandera.
El mercado de territorio de Santa Teca en Escornalbou se va a celebrar los días 14 y 15 de julio. En este enlace puedes consultar el programa.
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