Hay varios caminos de peregrinación que llegan a Santo Toribio de Liébana. Yo escogí el más fácil, el que indicaba el navegador del vehículo, dibujando en el mapa una angosta carretera que parecía colarse por la grieta de una montaña: el desfiladero de la Hermida, al que Pérez Galdos, en su libro Cuarenta leguas por Cantabria, llamó el esófago de la Hermida porque al pasarlo se sentía uno tragado por la tierra. La carretera discurre paralela al río Deva durante algo más de veinte kilómetros, con la cordillera suspendida sobre nuestras cabezas. Cuando por fin se recupera el aliento y la luz del sol vuelve a pintar el paisaje, entramos en el valle de Liébana: fértil, con pequeños pueblos de piedra pura y un microclima, casi mediterráneo, propiciado por el encierro al que le someten paredes verticales de dos mil metros.
El monasterio de Santo Toribio de Liébana es uno de los lugares con derecho a Jubileo, palabra que parece proceder del hebreo yobel —el cuerno retorcido de carnero que se utiliza como instrumento— y que significa perdón y descanso. Que un pequeño rincón de Cantabria tenga este derecho no es cuestión baladí, ya que queda a la altura de Roma, Jerusalén o Santiago de Compostela. Cuando la festividad de Santo Toribio —16 de abril— cae en domingo es Año Jubilar y se abre la puerta del Perdón. Este año, al coincidir con la Semana Santa, la apertura se ha retrasado al día 23 de abril para que puedan estar presentes los obispos. Para ganar el ansiado perdón hay que cruzar la puerta, rezar un Padrenuestro, un Credo y una oración por el Papa —Padrenuestro, Avemaría o Salve—. Si se quiere ganar la Indulgencia, también habrá que confesarse y comulgar durante la visita o en una fecha próxima, quince días antes o quince después, y asistir a la misa del Peregrino.
El Lignum Crucis —el trozo más grande que se conserva de la Cruz de Cristo— es la reliquia en la que se sustenta todo el asunto. Hay además, alrededor de la historia del monasterio, la vida de dos Toribios con un amplio repertorio de milagros y la obra de Beato de Liébana, que con libros como Comentarios al Apocalipsis y poemas como O Dei Verbum contribuyó al desarrollo del arte medieval, el afianzamiento de la unidad religiosa y al inicio de la proclamación de Santiago como patrón de España. Vamos por partes.
Santo Toribio de Palencia fue el monje que fundó el monasterio y Santo Toribio de Astorga el responsable de traer las reliquias de Tierra Santa. Parece ser que no nació en Astorga sino en Lombardía para, según un obispo de la época, dar gran luz y claridad a toda la Iglesia Católica. Dio tanta luz que al nacer dejó cegadas a las parteras y cuando un conde quiso llevarse sus restos a la pequeña iglesia de Lebeña, también quedó cegado al abrir la cripta donde están los restos.
En cuanto a la cruz, hay una datación que da más de dos mil años al madero y la identifica como ciprés Cupressus sempervirens, árbol presente en Palestina. Para identificar la cruz verdadera, de las tres encontradas en el monte Calvario, la emperatriz Elena, madre de Constantino —ambos convertidos al catolicismo—, ordenó poner el cadáver de un hombre encima de cada una de ellas: el que estaba en la Vera Cruz resucitó. Otra versión dice que no era un cadáver sino un ciego al que se le devolvió la vista. El resto de madera que llegó a Santo Toribio de Liébana fue serrado y puesto a modo de cruz, dejando a la vista un agujero que cuentan que es de uno de los clavos de la mano de Cristo. El Lignum Crucis adquirió gran fama en el valle y lo sacaban en procesión para evitar hielos y tormentas que arruinaran las cosechas, conservar los frutos y sanar a enfermos y poseídos. Durante la Guerra Civil, la cruz se sustituyó por una falsa. Acabada la guerra la verdadera se puso en plan viajero y fue a hacer las Españas. Una de las paradas fue en la residencia de El Prado, para que Franco pudiera adorarla.
Hay algunas fechas claves en el pasado reciente del monasterio. En 1953 fue declarado Monumento Nacional. En 1956, queda anotado que el lugar pasó de recibir dos coches diarios, hacía apenas dos años, a recibir más de 150. El 16 de abril de 1961, festividad de Santo Toribio, los franciscanos se hicieron cargo del monasterio. En principio no lo querían, pero el Padre Provincial se quedó un rato rezando a solas. Alguna revelación tuvo que tener porque al salir dijo que iban a aceptarlo a toda costa. En la Puerta del Perdón podemos ver las efigies de los principales monjes relacionados con el monasterio, con nombres que ríete tú de la lista de los reyes godos: Toribio, Beato, Tholobeo, Heterio, Justo, Lucrecia, Sisenando, Opazo, Sinobi, Caradoro, Euxóstomo, Opila, Propendio y Nonita.
Beato de Liébana se equivocó en su predicción que anunciaba el fin del mundo para el año 800, en lo que no erró fue en recomendar al pueblo que comieran y bebieran: “Si hemos de morir, que al menos estemos hartos”. Mientras le metía la cuchara al cocido lebaniego, pensaba que era una suerte haber visitado el monasterio antes de la comida: tras calzarme dos platos —devorados con gula— de semejante sustento, no hubiera habido puerta suficientemente ancha ni generosa para obtener la indulgencia. Podría contar que durante la vuelta volví a quedar impresionado al pasar por el desfiladero de la Hermida, pero lo cierto es que sesteaba, dando algún que otro incomodo cabezazo contra el cristal en cada curva un poco pronunciada.
La compañía Vueling tiene vuelos a Santander desde Barcelona —y desde cualquier otro de sus destinos con conexión— a partir de 66,96 euros por trayecto. Los vuelos son los lunes, martes, viernes y domingo. La compañía promocionará Cantabria durante un año con un avión de su flota, el EC-MOG, de 180 plazas que ha sido especialmente decorado con motivo del Año Jubilar. Este avión recorrerá durante este período 130 aeropuertos por toda Europa, transportando cerca de 300.000 pasajeros.
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