Hay momentos para los que es imposible estar preparado. Da igual lo que te hayan contado antes, cómo te los describan. Para nada sirvieron las explicaciones físicas ante el derroche de emoción que sentí la primera vez que vi aparecer una aurora boreal en el cielo. Flaqueaban las piernas, noté un cosquilleo en la nariz y un nudo en el estómago. Por supuesto, el frío se olvida.
En las pequeños localidades que jalonan el tramo norte de la costa noruega todavía esperan al Expreso del Litoral con las mismas ganas que cuando venía cargado de cartas. El correo electrónico ha sustituido a las noticias con sello, pero en la llegada a puerto se sigue escenificando el mismo ritual. Sobre todo durante el invierno noruego, debido a que el barco es uno de los pocos medios, a veces el único, de llegar a alguno de esos pueblos. Todo un acontecimiento.
Había embarcado en Tromsø con una sola idea: poder ver esa aurora boreal que me perseguía desde mi infancia. Primero fue aquella colección de libros que alimentaron mi condición de viajero. Debía tener 9 o 10 años, tras leer El rayo verde, de Julio Verne, apareció una fotografía de una aurora boreal entre las páginas de mi libro de Ciencias Naturales —por cierto, qué bonito nombre y no el de Conocimiento del Medio— y durante mucho tiempo relacioné, bendita inocencia, la formación de las auroras boreales con el rayo verde, pese a la clara explicación del fenómeno que hacía Aristobulus Ursiclos. Cuando años más tarde supe diferenciar entre una cosa y otra, se iba a convertir en una obsesión el poder ver la aurora boreal algún día. Más tarde vino la película Local Hero. Con la memorable música de Mark Knopfler como fondo, Mac (Peter Riegert) le decía a Happer (Burt Lancaster) que en el cielo pasaban cosas asombrosas, colores rojos y verdes, una especie de resplandor, como una lluvia de colores.
Mientras el Hurtigruten se alejaba de la costa pensaba en los caprichos de la naturaleza en esta parte del mundo. El calendario decía que íbamos camino de la primavera, pero cuando el sol quiere empezar a desperezarse en Noruega en otras latitudes hace tiempo que paseamos en manga corta. Durante el largo invierno noruego las temperaturas flirtean con el mercurio en partes muy bajas del termómetro y los días prefieren ser noches. Salí a cubierta por la tarde, cuando el barco ya navegaba en completa oscuridad, siendo imposible hacerse una idea exacta de lo que tenía delante. La única luz posible sólo podía venir del cielo. Las luces del norte se insinuaron durante toda la noche, pero no llegaron a ser lo suficientemente intensas.
Si durante la noche los sonidos llegaban con el batir de olas contra la proa, al amanecer era el frío el que se escuchaba. Cada cierto tiempo aparecía entre la bruma un barco fantasma. La maniobra para entrar en el puerto de Honningsvåg fue de escuadra y cartabón, una especie de pasos de vals que acabaron con el Expreso del Litoral amarrado en el muelle. Desde allí me iba a desplazar a Cabo Norte. El municipio de Nordkapp, el más septentrional de Noruega, está formado por la isla Magerøya y la tierra firme alrededor del fiordo Porsanger. Desde la localidad de Honningsvåg salen la mayoría de excursiones a uno de los lugares más conocidos de Noruega.
Hacía un frío intenso y ventisca, dificultando cada paso dado hasta llegar a hacerse la foto con la bola y vuelta para tomar una taza de café con bollos en el interior del centro de visitantes. En el viaje de regreso hacia Honningsvåg me llamó la atención la pequeña isla de Gjesvæerstappan. Cuentan que cada 14 de abril, a las seis de la tarde, llegan allí 800.000 frailecillos, coincidiendo la fecha y hora incluso en años bisiestos. Seguramente hay un poco de modulación interesada en la verdadera historia de una migración que lleva a dos millones de aves a anidar en la isla desde mediados de abril hasta finales de agosto.
Una fina capa de hielo alfombraba el mar. Ya faltaba menos para llegar a Kirkenes, punto final del recorrido en el Hurtigruten. Kirkenes huele a frontera. A escasa distancia de la ciudad está la divisoria entre Noruega, Finlandia y Rusia. La ciudad está situada 400 kilómetros al norte del Círculo Polar Ártico, como durante el invierno hay zonas del país que quedan incomunicadas, la mejor forma de desplazarse por la región, incluso a distancias de apenas un centenar de kilómetros, es en una especie de bus aéreo de la compañía Widerøe. Los pequeños aparatos de la compañía superan en poco la treintena de plazas y en la distancia que separa Kirkenes de Alta, 426 kilómetros por carretera, realizan cuatro paradas para recoger o dejar pasajeros: algunos de ellos suben a bordo con las bolsas del supermercado. La azafata va repitiendo el ritual en cada una de las paradas: abróchense los cinturones, chalecos salvavidas debajo del asiento, ¿le apetece un caramelo?
Finnmark es la provincia más extensa de Noruega y la menos poblada. Entre habitante y habitante hay enormes espacios de nada. Una nada totalmente nevada durante una buena parte del año. Los tradicionales modos de desplazamiento de los habitantes de Finnmark se han convertido en divertidas actividades de ocio. Si El Rayo Verde había sido el detonante de mis ansias por ver las auroras boreales, sentado en el trineo tirado por perros me sentía como el protagonista de Colmillo Blanco, la novela de Jack London. La travesía discurrió paralela a un lago durante el primer tramo, para adentrarse más tarde por un sendero en mitad del bosque.
La última parada del viaje iba a ser en Alta. Las temperaturas eran frías, alrededor de veinte bajo cero; la noche preciosa y despejada. Con los nervios comunes a cualquier tipo de iniciación, esperaba dando breves carreras para entrar en calor. Y no faltó a la cita. La aurora boreal era mi particular Elena Campbell, la protagonista que ansiaba ver el rayo verde. Bailaba conmigo, casi podía sentir su abrazo. El cielo nórdico había dejado caer ese telón con el que había soñado durante años.
Auroras boreales garantizadas
Será muy difícil que los pasajeros que hagan el recorrido completo del Hurtigruten, Bergen-Kirkenes-Bergen de doce días de duración, se queden sin ver las auroras boreales. Pero si eso ocurre, la compañía regala un viaje de seis días, a escoger entre rumbo Norte o Sur, en cabina doble y media pensión. El viaje completo se deberá haber realizado antes del 31 de marzo de 2017 y el pasajero dispondrá de 28 días tras su vuelta para escoger las fechas del nuevo recorrido, entre el 1 de octubre de 2017 y el 31 de marzo de 2018. Más información en la página web de Hurtigruten.
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