Cuando imaginas un paisaje pirenaico aparece ante ti algo muy parecido a lo que te encuentras cuando subes a los ibones del Anayet. Recuerda, si no, cuando en el colegio te hacían dibujar un paisaje de montaña y dibujabas un pico y un lago, si acaso alguna vaca o caballo.
Para subir a los ibones del Anayet hay que dejar el vehículo en el aparcamiento conocido como El corral de las mulas, en la estación de esquí de Formigal, muy cerca de Sallent de Gállego. El primer tramo, casi tres kilómetros de pista de asfalto por el barranco de Culibillas, es bastante aburrido. Una opción interesante es la de intentar llegar en coche hasta el remonte de las pistas. Si la puerta está abierta, se puede acceder hasta allí y luego podéis preguntar a alguno de los trabajadores si se puede dejar el coche en el aparcamiento de los Sarrios, a pie de las pistas.
Desde el remonte se enlaza con el GR-11, que dejaremos al poco rato para tomar la senda de acceso al Anayet. Hay dos tramos de ascenso bastante fuerte, separados por otro que llanea por el barranco. Durante la ascensión se pueden observar diferentes tipos de aves, como collalba gris (Oenanthe oenanthe), colirrojo tizón (Phoenicurus ochruros), chova piquirroja (Pyrrhocorax pyrrhocorax), cuervo (Corvus corax) y buitre leonado (Gyps fulvus). También empezaremos a escuchar los agudos silbidos de las marmotas y, con un poco de suerte, ver algún ejemplar. Tras el último tramo, el de mayor desnivel, llegamos a una curva tras la que aparece el primer ibón, con el Anayet enfrente.
El paisaje es precioso, una enorme extensión de pasto verde en la que destacan los tonos rojizos de la piedra del Anayet y de su vértice. Al otro lado, encontramos el otro ibón con el Midi d’Ossau, ya en el lado francés. Desde allí ascendimos al Anayet, tras pasar por una pradera en la que encontramos un cauce donde cabe la posibilidad de recoger agua, caballos que chupaban los trozos de hielo que habían sobrevivido al verano y algunas orquídeas del género Dactylorhiza, iniciamos el tramo de ascenso que nos dejó en el cuello de la montaña, desde donde se puede escoger entre ir al Vértice o al pico Anayet. Hicimos los dos. Primero ascendimos al Anayet, rodeándolo por la parte trasera. El ascenso no presenta apenas dificultades, excepto un pequeño tramo en el que encontramos una cadena para la sujeción y la chimenea final que llega a la cumbre, más complicada en el descenso. Desde la cima, a 2575 metros de altitud, se tiene una vista espectacular de la cadena montañosa y, en especial, del Midi d’Ossau. Tras llegar de nuevo al cuello, nos libramos de todo el peso y decidimos subir al Vértice, al que se llega por una arista pedregosa. Al descender hacia los ibones, nos encontramos con algunas huellas de rebeco (Rupicapra rupicapra), que en Aragón son conocidos como sarrios.
Lo mejor estaba por llegar, al caer la tarde plantamos las tiendas junto al ibón grande, presagiando que iba a ser una noche espectacular. Había estado soplando ligeramente el viento y el cielo tenía un tono azul precioso: la fiesta de las estrellas fue espectacular. Pudimos disfrutar de algunas de las constelaciones más bonitas, como Casiopea, Perseo, el Cisne. También de Altaïr, Vega y de Orión ya llegando a las cinco de la madrugada. También vimos a la Osa Mayor y al Escorpión darse un baño en los ibones y durante algo más de una hora, detrás del Midi d’Ossau, se formó una espectacular tormenta eléctrica que iluminaba el paisaje casi como si fuera de día.
la proxima avisar!!! que llevo vino y chorizo!!! muy bonito!!!
Tomamos nota, Gonzalo, la próxima vez te vienes 🙂