A pesar de lo que pueda parecer, en este reportaje no hablaremos de lejanos países asiáticos, sino que nos quedaremos en el Pirineo de Girona. Pondremos rumbo hacia tierras de la Garrotxa y el Ripollès para conocer más acerca del yoga, del shinrin-yoku o del chi kung, técnicas y terapias ancestrales que en países como Japón, India y China forman parte del día a día de muchas personas.
Mi primera cita es con Montserrat Moya, voluntaria de Sèlvans, una organización sin ánimo de lucro que desde hace una década lucha por la conservación de los bosques maduros. Montserrat me conduce hasta uno de estos ancianos vegetales, el bosc de Salvador Grau, un espacio verde enclavado dentro de los límites del Parc Natural de la Zona Volcànica de la Garrotxa. Aquí tendré mi primer contacto con el shinrin-yoku, una terapia antiestrés que nació en el Japón de los años ochenta, del siglo pasado, y que consiste en adentrarse en el bosque para conectar con la naturaleza y con nosotros mismos. Es una técnica de relajación que combina el contacto físico con diversos elementos del entorno —troncos, hojarasca, piedras— con ejercicios de meditación y respiración consciente. «Ya se ha demostrado que los baños de bosque reducen considerablemente el cortisol, más conocida como “la hormona del estrés”, y que las arboledas con elevada presencia de pino piñonero y pino blanco benefician, además, a las personas que padecen de asma. Ahora estamos a la espera de las conclusiones de otros estudios sobre la materia que se están realizando aquí y también en países como Japón o Finlandia», me cuenta Montserrat.
El shinrin-yoku se lleva a cabo en absoluto silencio, por lo que antes de comenzar ponemos los móviles en modo avión. El paseo empieza a ritmo lento, extremadamente lento, poniendo un pie detrás de otro como si anduviéramos por encima de una superficie que se pudiera romper. Tras recorrer unos metros a esta velocidad de crucero ya me cambia drásticamente el ritmo de la respiración, empiezo a percibir los sutiles sonidos de la vegetación y a observar los más pequeños detalles del entorno. Montserrat, a lo largo de las tres horas que dura la actividad, nos invitará a realizar ciertas acciones como sostener piedras, reconocer la superficie de los árboles con los ojos vendados y realizar algunos ejercicios de mindfulness. «El primer beneficio que nos aporta un baño de bosque es conseguir esa percepción de las cosas que normalmente nos pasan desapercibidas. Pero aporta muchos otros beneficios terapéuticos. Por algo los japoneses lo llaman medicina forestal». Ciertamente, la experiencia resulta altamente desestresante y al término de nuestra sesión incluso nos cuesta romper el silencio.
Sin salir de La Garrotxa, mi siguiente parada está en la localidad de La Pinya, donde me esperan Rut Vilella y Rosa Barcons, encargadas de cuidar y gestionar Mas Garganta. El adjetivo de antigua se le queda corto a esta masía cuyas primeras referencias se remontan al 1350. Su propietaria, Inés Puigdevall, recuperó esta casa de sus ancestros tras muchas décadas de abandono y la convirtió en vivienda propia y en alojamiento de turismo rural. Su gran visión estuvo en no tocar ni un solo elemento estructural ni decorativo. Solo arregló y remozó lo que fue estrictamente necesario, el resto está como hace 150 años.
La autenticidad del lugar y su especial ubicación, en un entorno rodeado de bosques, convirtieron a Mas Garganta en un lugar idóneo para los retiros que suelen llevar a cabo los practicantes de yoga y meditación. «Vienen de todo el mundo para quedarse aquí, en este rinconcito de La Garrotxa. En la propia masía tenemos las habitaciones y el comedor; y para las sesiones de yoga y meditación hicimos construir una casita de madera en el bosque», me cuenta Rut. En esta cabana del bosc me espera la profesora Natalia Oliva, quien me conducirá a través de los distintos asanas del hatha yoga a ritmo de Deva Premal. Tras unos ejercicios de respiración empezamos por el más sencillo saludo al sol con sus adho mukha svanasana, urdha mukha svanasana y demás posturas de sencilla ejecución pero de nombre impronunciable. Luego la cosa se complica con asanas que exigen más flexibilidad y buena forma física. Entran en juego varios seres del reino animal: la cobra, el camello, el saltamontes o la cigüeña, que por supuesto tienen sus respectivos nombres en sánscrito.
Mis pasados pinitos como practicante de yoga me permiten ejecutar con cierta solvencia las posturas más complejas y al final de la sesión me siento en conexión con el universo, pero sobre todo mucho más ágil y flexible que hace un par de horas. Casi sin tocar con los pies en el suelo regresamos a la masía, donde nos espera una cena casera hecha a base de productos locales. Rut, Rosa e Inés no han acuñado los conceptos gastronómicos “kilómetro 0” y “ternera ecológica”, pero llevan décadas llevando a la mesa animales de granja, productos de su huerta y las hierbas aromáticas de los bosques vecinos.
La jornada siguiente toca cambiar de comarca, por lo que siguiendo la antigua —y revirada— nacional que une Olot y Ripoll me dirijo hasta Mas Regort, situado en Vallfogona de Ripollès. A la cabeza de este hospedaje está la familia Riera-González, que lo dejó todo para levantar de las ruinas una vieja masía del siglo XVIII. Y la levantaron con sus propias manos. Alrededor de Mas Regort solo hay montes y prados con caballos pastando. Y el Pedraforca a lo lejos. Eso lo convierte —igual que pasaba con Mas Garganta— en un lugar donde la gente viene a desconectar de verdad.
Aquí conozco a Blanca Casillas, psicóloga y profesora de chi kung, uno de los pilares de la medicina china tradicional. «El chi kung tiene sus raíces en el taoísmo pero se cree que ya se practicaba hace 5.000 años», explica Blanca aclarando que el tai chi se parece al chi kung, pero que el primero entronca más con las artes marciales. «El chi kung ayuda a optimizar las funciones corporales y a canalizar de forma adecuada la energía vital. No es una gimnasia para trabajar la parte externa del cuerpo sino que se trata de regular el cuerpo, la mente y la respiración». De hecho, en China el chi kung es una de las cinco ramas de la medicina y se utiliza como terapia en los centros de salud del país. Pero nosotros estamos en el Ripollès, así que con un apacible prado y unos rayos de sol tendremos suficiente para iniciarnos en esta técnica milenaria. En la primera serie de ejercicios ya percibo muchas tensiones en mi cuerpo de las que ni era consciente. Los practicantes algo más avanzados consiguen entrar en un estado de meditación, pero yo, lo confieso, estoy demasiado preocupada en acertar con los movimientos, así que no consigo trabajar en absoluto mi yo interior. Al término de la clase le transmito mi experiencia a Blanca. «Lo más importante —me dice— es que has detectado tus errores posturales habituales. Y eso ya es todo un avance, porque cuando estamos inmersos en la vorágine de nuestro día a día solemos tensar nuestra musculatura de manera totalmente inconsciente».
Tratando de no encoger los hombros más de lo necesario pongo rumbo a mi última localidad en esta ruta por los beneficios del wellness milenario. En Ribes de Freser hago un alto en el camino para comer algo en Els Caçadors, un restaurante familiar de cocina casera que lleva cuatro generaciones sirviendo a viajantes, vecinos del pueblo y en los últimos tiempos también a senderistas. Cocina de temporada, ternera ecológica con verduras y quesos de la zona, serán un buen preludio a mi última cita en esta misma localidad.
En Ribes de Freser he quedado con Marta Perramón, otra de esas mujeres de Girona que un día decidieron abrir un pequeño hotel —con spa y cuatro estrellas— en la que fue la tierra de sus antepasados. Marta gestiona, junto a su hermana Anna, el hotel Resguard dels Vents, construido en una finca familiar que siempre —también hoy— se ha utilizado como tierra de pastoreo. «Quisimos hacer una casa de concepción biodinámica y utilizamos materiales de la zona para su construcción. También tenemos una caldera de biomasa para calentar el spa, cuyas piscinas reciben agua de manantial, o sea del deshielo». Ahí quería yo llegar, a las piscinas del spa. Pero antes pasaré por una de las salas de tratamiento, donde se practica —por manos muy expertas cabe decir— una terapia que también nació en Asia y que también es milenaria: el masaje. De hecho, el masaje es probablemente la técnica más antigua utilizada por el hombre para aliviar sus dolencias. Se cree que en Egipto ya se beneficiaban de su práctica allá por el 2.300 a.C., pero también en Mesopotamia, China o Tailandia. Y eso fue mucho, muchísimo antes, de que existiera la palabra bienestar o la anglosajona wellness.
Más información en la página de Turismo de la Costa Brava / Pirineu de Girona.
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