Cadaqués, Púbol, y Figueres configuran una ruta mágica, sembrada de paisajes y rincones que vieron crecer, vivir y morir a Dalí hace ahora 25 años. Y cuyas formas y luces fueron parte capital de la obra del genio. Tras años de exilio —viviendo y viajando por Madrid, París, Londres y Nueva York—, en 1949 Salvador Dalí volvió a España, donde Franco le recibió con los brazos abiertos. Por fin la dictadura tenía un artista de prestigio para mostrar al mundo. Dalí aceptó esa relación interesada por ambas partes, dejando al margen las diferencias.
El pintor y Gala se instalaron en una austera barraca de pescadores en un núcleo de apenas veinte casas en la bahía de Port Lligat. Rodeado por el paisaje fascinante del cabo de Creus, un delirio geológico, el pintor acostumbraba a pasear inspirándose en sus formas. La luz de ese sol puro, y la paleta de colores que presentan los elementos que modelan ese lugar, son los de sus obras. Es difícil identificar lo que es propiamente de la orografía o de Dalí, o a la inversa.
Allí estableció su residencia habitual, al menos durante la mitad del año; la otra mitad la seguía pasando entre París y Nueva York.
Con los años Port Lligat ha cambiado, aunque sigue conservando la atmósfera que cautivó al genio: un paisaje dominado por el mar, las rocas y los olivos. Se mantiene el diminuto puerto de pescadores y las mansas aguas siguen lamiendo la reducida playa donde las barcas descansan panza arriba. Con el tiempo, a la pequeña barraca se le sumaron edificios anexos y se construyeron nuevas estancias para albergar un estudio y almacenes en los que guardar todos aquellos objetos que habían ido acumulando durante su vida nómada. El mismo Dalí la definió “como una verdadera estructura biológica (…) A cada nuevo impulso de mi vida le corresponde una nueva célula, una cámara”. El resultado de las sucesivas ampliaciones y modificaciones es una estructura laberíntica que, a partir de la entrada, se ramifica en pequeños espacios y pasillos. Un lugar, quizá, poco práctico para vivir, pero muy acorde con la excéntrica personalidad del pintor.
Actualmente es la Casa-Museo Salvador Dalí, en cuya entrada un oso disecado da la bienvenida a los visitantes, anticipando el gran número de objetos kitsch con carácter sofisticado que el artista fue juntando: sofás en forma de labios, carteles de Pirelli junto a la piscina, muñecos Michelin y toreros de cristal que configuran una fuente, entre otros muchos. Entre los espacios más interesantes destacan el taller del artista, la sala con forma de erizo y la piscina con forma de falo. Como ornamentos, por su espectacularidad, llaman la atención los huevos que rematan los palomares y la monumental escultura de dos cabezas.
Sus estancias en Port Lligat no pasaban desapercibidas en la vecina población de Cadaqués, donde desde niño era conocido como el hijo del notario de Figueres. No es difícil seguir las huellas del pintor por este pequeño pueblo, ubicado en el centro de la bahía que lleva su mismo nombre: por la playa del Llané, donde su familia tenía una casita alquilada para pasar los veranos y en la que trascurrió parte de su infancia y adolescencia; el hostal la Residencia, donde se hospedaban sus famosos amigos; o Port Doguer, cuyos soportales pintó.
El pueblo más divine de la Costa Brava, aquél en el que la bohemia catalana se sentía a sus anchas, tomando café en el Maritim mientras cazaban musas entre la tramontana y el imperante azul del mar, ha cambiado bastante. Bueno, en realidad sigue igual que siempre, con esas casas blancas a punto de arrojarse de cabeza al mismo mar, sus calles-tobogán de suelo de pizarra y un cielo bañado de luz que se va colando por cada esquina, iluminando una puerta verde aquí o un balcón modernista allá.
Lo que ha cambiado no son las formas, sino más bien las tripas, las entrañas de un sitio que ha pasado de enamorar a poetas a seducir a mitómanos. Es un reducto paradisiaco venido a menos, o venido a más, según se mire, porque los sonetos, ensayos y pinceles no suelen dar de comer. Y el marketing sí. Y de eso entienden mucho sus habitantes. Sólo de esa manera se explica que hasta las guías de turismo escritas en chino lo citen entre los 1.000 lugares más hermosos del mundo. O que en las mesas de casa Anita, algo así como la Bodeguita del Medio de Cadaqués, cenen juntos y revueltos franceses, ingleses o alemanes comunicándose por señas si es preciso. A pesar de todo, el encanto ampurdanés sigue ahí.
Gala y Dalí, que se conocieron en Cadaqués, vivieron toda su vida juntos en estas tierras. El pintor, en uno de sus delirios de grandeza, prometió a su musa que le regalaría un palacio. Eso ocurrió en la década de los treinta y tuvieron que pasar 40 años para que Dalí cumpliera con su promesa. No fue hasta el momento en que se aceleraron las obras del Teatro Museo de Figueres que el pintor le comunicó a su administrador Emili Puignau: “lo tengo bien pensado, he decidido comprar un castillo para la señora”.
Dicho y hecho, todos los secretarios y colaboradores del artista se pusieron a buscar un castillo, hasta alquilaron una avioneta para sobrevolar el Empordà. Fueron estudiados, desde el castillo de Quermanço (Alt Empordà) hasta el de Miravet (Ribera d’Ebre), pero finalmente optaron por el de Púbol, un edificio medio en ruinas propiedad de los descendientes de los marqueses de Blondel, situado en un pueblecito agregado a La Pera (Baix Empordà). Por una de aquellas casualidades que tanto satisfacían a Dalí, se encontraba a poca distancia del santuario de los Ángeles, donde la pareja se casó en secreto el 1958. El castillo fue comprado en 1969 y en dos años se restauró. Cuando estuvo a punto, Dalí hizo una sesión fotográfica para el cincuentenario de la revista Vogue. En este número especial, Dalí explica como Gala aceptó su regalo con la condición de que él nunca la iría a visitar si no había por medio una invitación escrita. “Esta condición exaltaba sobre todo mis sentimientos masoquistas y me entusiasmaba”, escribía el artista.
Este pequeño palacio gótico-renacentista, con muy pocos elementos de fortificación, se ha convertido en la Casa-Museo Castell Gala-Dalí. La visita por sus austeras salas sorprende y contrasta con la barroca decoración de Port Lligat. El Dalí surrealista se hace especialmente presente en el jardín con la obsesiva presencia de los bustos de Wagner o las esculturas de los elefantes con piernas de insecto. En el interior se esconde el mundo privado del artista y de su mujer. El resultado es un lugar cerrado, misterioso, privado, austero y sobrio, con espacios de gran belleza como la antigua cocina convertida en cámara de baño o el salón del piano.
Gala, que proclamaba ser amante de la vida monacal, quiso mantener este espacio como un lugar donde alejarse y mantenerse en soledad. Se dice que en este castillo Gala vivió amores apasionados con jóvenes admiradores, pero lo cierto es que tomó posesión de él cuando ya tenía 79 años y sus estancias siempre fueron de pocos días. Gala murió en Port Lligat y está enterrada en la cripta del castillo, adonde fue trasladada en el Cadillac con matrícula de Mónaco que puede verse en la cochera; con este mismo vehículo Dalí salió por última vez del castillo para ir al Teatro-Museo de Figueres, accediendo después a ser internado en una clínica. Una vez recuperado, pasó sus últimos años en la torre Galatea de Figueres.
Ya en Figueres, destino final de la ruta daliniana, espera el Teatro Museo Dalí. Inaugurado en 1974, fue construido sobre los restos del antiguo teatro. Después de estar abandonado desde 1939, el ayuntamiento de la ciudad propuso a Dalí crear allí un museo con su obra. El artista se quedó cautivado por la idea: “¿Dónde, si no en mi ciudad, ha de perdurar lo más extravagante y sólido de mi obra, dónde si no? El Teatre Municipal me parece muy adecuado por tres razones: la primera, porque soy un pintor eminentemente teatral; la segunda, porque el teatro está justo delante de la iglesia donde me bautizaron; y la tercera, porque fue precisamente en la sala del vestíbulo del teatro donde expuse mi primera muestra de pintura”.
Durante más de una década, un Dalí entusiasmado se dedico a reunir su obra en el antiguo teatro de Figueres, interviniendo y diseñando hasta el último detalle, como por ejemplo la cúpula geodésica que corona el edificio, convertido en el símbolo del museo y de la ciudad de Figueres. Bajo la misma, en el centro del escenario está enterrado el pintor. El lugar no debe verse solamente como un simple museo que alberga la obra de Salvador Dalí sino como un todo, como una obra total, la gran obra del artista. Cuando los periodistas preguntaban al genio, en el último tramo de su vida, de qué obra estaba más satisfecho, él siempre contestaba: “del Teatro Museo de Figueres”.
Fuera del museo, la ruta daliniana continua por la calle Monturiol: en el entresuelo del número 6 nació el artista. A esta calle se la ha venido a denominar la “de los genios”, porque en ella también nacieron el inventor del submarino, Narcís Monturiol, el poeta Carles Fages y el historiador Alexandre Deulofeu, autor de una insólita matemática de la historia.
En esta calle también se encuentra el Casino Sport y la segunda casa a la que fueron a vivir los Dalí, junto a la plaza de la palmera. En este último edificio pasaron temporadas Federico García Lorca y Luis Buñuel cuando estuvieron en Figueres invitados por su amigo. Parece ser que también fue en esta casa donde Lorca recitó por primera vez Mariana Pineda.
La ruta sigue por lo que fueron sus centros escolares —el colegio La Salle y el Instituto Montaner—, así como por los espacios donde expuso sus primeras obras: la sala Edison y el casino Menestral. Para reponer fuerzas una buena opción es tomar un refrigerio en el café Royal, adonde acudía el joven Dalí, o en el café Empòrium, lugar donde el pintor y Buñuel escribieron el guión de la película Un chien andalou.
Para cerrar la ruta de manera adecuada, podemos comer o cenar en el restaurante del hotel Duran, lugar al que Dalí acudía siempre que visitaba Figueres o tenía alguna comida de compromiso. Tanto él como su esposa, después de comer pedían una habitación, una cada uno, para hacer una o dos horas de siesta. Cuando trabajó más intensamente en el Museo-Teatro dormía en el hotel entre tres y cuatro días por semana. Debido a esta relación tan estrecha, en las diferentes salas del comedor se pueden ver varios dibujos regalados por el genio al señor Duran.
Otro de los lugares preferidos por Dalí para comer, suponemos que por su intimidad, era el Celler (bodega) de Ca la Teta —hoy parte del hotel Duran—. Cuando el pintor tenía invitados a cenar, le gustaba llamar a un grupo de flamenco, poco profesional, que un empleado del hotel se encargaba de ir a buscar al barrio de los gitanos.
En la mesa, Dalí tenía sus gustos, apreciaba los platos sencillos y acostumbraba a comer elaboraciones muy caseras de carácter popular. Él pedía directamente al maître Quimet Pairo sin mirar la carta, preguntándole lo que le recomendaba aquel día y escogiendo el menú rápidamente. De primero solía tomar una sopa de farigola (tomillo), de segundo le gustaba la cabeza y la pierna de vaca hervida, acompañadas con patatas hervidas y una salsa verde hecha con aceite, vinagre, cebolla, pepinillo, alcaparras, ajo, huevo duro y perejil. También solía comer tortilla con espárragos y algún que otro pescado a la plancha. Su postre preferido era la butifarra dulce, que recomendaba a sus invitados. En esto siempre tuvo muy poco éxito.
Amén de las fotos, que por supuesto son fantásticas, admiro tu habilidad para meter sin agobios mucha información en tan poco texto. Una guía estupenda para realizar la ruta daliniana.
Antonio, que un narrador de viajes de tu talla realice este comentario; sólo puedo decir, que me pongo “colorao”….celebro que te haya gustado, graaaaaaaacias