AReykjavík la llaman ciudad aunque su censo sea más propio de uno de esos pueblos que crecen al amparo de las grandes ciudades europeas. La capital del país acoge al 70 por ciento de la población, algo más de 200.000 personas viven entre la ciudad y su área metropolitana. El carácter del islandés urbanita es alegre, antagónico al laconismo que en ocasiones provoca el aislamiento en las granjas desperdigadas por el resto de Islandia.
Al mínimo rayo de las islandesas, algunas parecidas a estatuas griegas por su belleza, ocupan su plaza en terrazas convertidas en altares del hedonismo. La sociedad islandesa pasó muy rápido de eminentemente rural a ser una de las referencias en todos los índices que miden la calidad de vida y aunque la crisis les pasara factura en el 2008, a la gente le gusta vivir bien. Con una tasa de desempleo inferior al 2 por ciento y erradicado el analfabetismo, Islandia tuvo a la primera mujer en el mundo que ocupó el cargo de Jefa de Estado. Sus políticas sociales están a la altura de las de Suecia pero pagando menos impuestos. Si bien se ha mantenido neutral en las grandes guerras —no tiene ejército permanente— tuvo su particular affaire con el Reino Unido por el asunto del bacalao.
Tampoco se complican en las cuestiones genealógicas: el apellido con la terminación son es para los hijos y dottir para las hijas. Así es fácil saber que descienden directamente de los aguerridos vikingos. El islandés es un idioma que apenas ha sufrido variaciones a lo largo de su historia y si Leifur Eriksson, el vikingo que cuentan fue el primero en poner el pie en América, levantara cabeza entendería sin problemas a sus descendientes. Además, Islandia ya no es el país que te despluma como si fuera un hotelero suizo, tal como contaba Julio Verne en su novela.
Tras la devaluación de la moneda que siguió a la nacionalización de los bancos los precios son sólo un poco más elevados que en nuestro país. Cuando el clima tuerce el gesto la gente, lejos de quedarse en casa, traslada su actividad social a las piscinas termales. La vieja palabra que se utilizaba para esta clase de piscinas era laug y sábado es Laugardagur, por tanto día de la piscina. El horno que tiene Islandia bajo los pies facilita la socialización cuando las temperaturas bajan y es la razón de que el 80 por ciento del consumo eléctrico provenga de fuentes renovables.
En la capital miran de lejos al Blue Lagoon, con precios más adecuados a los turistas que retozan en sus aguas termales. O sea, que es caro y por lo tanto tienen sus propios lugares. Reykjavík, como buena ciudad del norte de Europa, tiene mucho ambiente. Da igual que sea invierno o verano, las cenas con amigos, las happy hour más locas y las fiestas con música en vivo, llenan cualquier rincón de la ciudad. Además, en verano es muy fácil encontrarte con un improvisado concierto o con una sesión de un DJ en el patio de vecinos. Siéntete libre de comprar unas cervezas y entrar a disfrutar del espectáculo. Aunque al principio cueste acostumbrarse al shoegazing de Sigur Rós, tras unos días recorriendo el país sabrás que no hay otra música posible.
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