Cuando se aterriza en Myanmar uno se deja llevar por las primeras impresiones: caos, desorden, suciedad, fuertes olores… Yangón, la que fue capital del país hasta hace ocho años, no deja de ser una “megaurbe” al estilo de las grandes ciudades asiáticas. Sin embargo, más allá de ese primera piel que la envuelve se esconde un lugar con muchos atractivos.
El aislamiento internacional al que ha estado sometido el país durante los últimos 50 años, como es de imaginar, se palpa. En muchos aspectos. Uno de ellos es la arquitectura y el encanto colonial que conserva, que se mantienen casi intactos. Otro es en la inocencia de sus habitantes, que incluso hoy día todavía se sorprenden al cruzarse con extranjeros.
Las bulliciosas calles de la ciudad contagian su energía a todo el que camina por ellas. Puestos de comida y de cachivaches, mesas con teléfonos que contratar por minutos, niños jugando al chinlone (un tradicional juego de balón birmano) o mujeres y hombres que, ataviados con sus longuis, pasean por las aceras. Eso sí, todos lo hacen muy alerta para poder ir sorteando los continuos socavones que se reparten por las aceras, un detalle un tanto molesto que acompaña en cada rincón de la ciudad.
Aunque el centro de Yangón es manejable para descubrirlo a pie, la ciudad es tan grande como para plantearse hacer algunos traslados en taxi. Ya no será la capital del país pero sigue siendo la ciudad más grande e importante. Para ello lo primordial es ser avispado y negociar: el taxista siempre querrá cobrar más de lo que realmente cuesta el trayecto, así que habrá que regatear hasta conseguir un precio lógico.
Precisamente el taxi será la manera más cómoda de llegar hasta la Shwedagon Paya, el gran icono del país. Se trata del monumento religioso más importante y sagrado de esta zona del Sudeste Asiático, una especie de “Meca” a la que acuden todos los birmanos al menos una vez en su vida.
Los 71 metros que mide la enorme cúpula dorada del templo hacen que sea localizable desde muchos puntos de la ciudad. Según cuenta la leyenda, el estupa tiene 2.500 años de antigüedad, aunque los arqueólogos se empeñan en afirmar, muy a pesar de los más devotos, que el templo fue construido entre los siglos VI y X. La tradición de dorar el estupa comenzó algo más tarde, en el XV, cuando la reina Shinsawbu donó su propio peso en oro (40 kilos) que fueron convertidos en láminas con las que se cubrió el edificio. Más tarde su yerno, Dhammazedi, decidió ir más allá y donó cuatro veces su peso y el de su mujer en oro con el mismo fin.
Myanmar es un país propenso a sufrir terremotos y éste ha sido el motivo por el que la Shwedagon Paya ha tenido que ser reconstruida en continuas ocasiones. El peor de ellos ocurrió en 1768, cuando la parte superior del estupa se vino abajo completamente y hubo que construir una nueva. Desde entonces apenas se ha modificado.
Que la vida de los birmanos gira en torno a la religión no es ningún secreto. Por eso, a pesar de que la Shwedagon Paya concentra toda la atención de aquellos que visitan Yangon, no se trata del único complejo religioso de relevancia en la ciudad. Y si en vez de por la grandiosidad se opta por visitar el templo más curioso de todos, estará claro: habrá que acercarse hasta la Sule Paya. ¿O es que habéis visto en alguna otra ocasión un templo de 2.000 años situado en la rotonda principal de una ciudad? Uno de los detalles más llamativos de la Sule Paya es su forma octogonal, que se extiende hasta la parte superior del estupa. El momento de máxima afluencia es al atardecer, cuando los empresarios que trabajan en los edificios de los alrededores aprovechan para acercarse y llevar a cabo sus rezos.
Muy cerca de este punto se encuentra la iglesia baptista Emanuel, construida en 1830. Si por el contrario se continúa unas calles más al norte se llegará hasta el conocido mercado Bogyoke Aung San. Éste es el lugar idóneo para comprar algún recuerdo de Myanmar. Lleva en pie 70 años y cuenta con más de dos mil tiendas en las que se venden, además de arte y recuerdos, joyas y piedras preciosas con certificado oficial del Gobierno.
Si aún no se ha saciado la sed de misticismo, otro lugar de visita recomendada será la Chaukhtatgyi Paya, en la parte norte del centro de Yangon. Justo en este lugar se levantó, hasta hace 50 años, la escultura de un enorme Buda. Tan alta era la figura que la cabeza sobresalía entre los templos y edificios de los alrededores. Sin embargo un día se derrumbó y quedó reducida a escombros. Fue entonces cuando se construyó lo que se puede ver hoy día: uno de los Budas reclinados más bellos de todo el país. Para evitar su desgaste por las inclemencias del tiempo la figura se encuentra bajo un cobertizo. Se trata de un lugar muy tranquilo, en el que apenas hay turistas, tan sólo algunos monjes y fieles que acuden hasta ella para rezar. Un buen rincón en el que aislarse, al menos durante un rato, del ruido y la locura que inunda las calles de Yangon.
A muy pocos metros se encuentra la Ngahtatgyi Paya, así que en cuanto se hayan recargado las pilas tras el descanso, se podrá hacer una breve visita. El recorrido que lleva hasta ella, un pequeño camino cubierto por árboles, podría llegar a ser incluso agradable si no fuera por las altas temperaturas y la humedad que normalmente hay en Yangón. En su interior el templo guarda una nueva figura de Buda, en esta ocasión en posición sedente y cubierto de piedras preciosas.
Según avanza el día el ambiente en las calles de la ciudad va in crescendo. Los puestos callejeros de comida desprenden olores irreconocibles aunque atractivos. La vida se desarrolla junto a vías de trenes que atraviesan barrios de vecinos como si fuera lo más normal del mundo. El ritmo diario sólo se ve alterado, en determinados momentos, por el paso del tren. El tráfico, compuesto sólo por coches, camiones y autobuses (en Yangón está prohibido circular en moto) va y viene sin cesar por las avenidas de la ciudad. La vida bulle, se siente, y eso hace que poco a poco Yangon atrape al visitante.
Y si todo esto no ha habido suficiente, lo ideal será probar una nueva experiencia: tomar la línea circular de tren de Yangón. Es tan fácil como acercarse a la Estación Central de trenes de la ciudad y comprar un billete. A los extranjeros les saldrá bastante más caro que a los autóctonos: un dólar (en Myanmar existe ese doble juego de moneda entre los kyats y los dólares americanos). Sólo habrá que esperar a que pase el siguiente tren, montarse y dejar que todo lo que pueda ocurrir durante las tres horas que dura el recorrido completo, suceda. Los comerciantes subirán y bajarán del tren sin cesar cargados con la mercancía que llevan de mercado en mercado. Otros lo harán con bandejas repletas de dulces y otros alimentos, dispuestos a captar clientes hambrientos entre los viajeros. Habrá quienes, sin embargo, aprovechen para echar una pequeña siesta antes de que llegue su parada (a pesar de que el traqueteo del tren hará todo lo posible por impedirlo).
A última hora de la tarde una buena opción es acercarse hasta la Botataung Paya, otro enorme templo junto al puerto de la ciudad. Según se acerca la noche los fieles se multiplican y las luces comienzan a encenderse. La importancia de este lugar se basa en que, teóricamente, guarda como reliquia un cabello de Buda. Llama la atención la gente agolpándose frente a la vitrina donde se expone su mayor tesoro. Con diferencia a otros muchos estupas, en éste es posible recorrer sus pasillos interiores y así contemplar las paredes completamente forradas de oro.
El mejor broche al recorrido podría encontrase avanzando tan sólo unos metros, ya en el puerto de Yangón. Los transbordadores que conectan diversas partes de la ciudad harán sus últimos trayectos, el vaivén de las olas jugará con las pequeñas barcas atracadas en el muelle y la escena se convertirá en la estampa perfecta para despedirse, aunque sea con un simple hasta luego, de Yangón, la (no) capital de Myanmar.
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