Todo ocurre en una décima de segundo. A lo lejos aparece una línea blanca, casi tocando el horizonte. El cerebro se da cuenta de que se trata de algo inusual y empieza a elucubrar, ¿un lago que refleja la claridad del cielo?, ¿una inversión térmica que crea un espejismo? El hecho de saber dónde me dirijo silencia todas las hipótesis y me doy cuenta de que estoy llegando a mi destino: el salar de Uyuni.
A medida que el autobús en el que viajo se acerca a la línea, esta va ganando anchura, y me pregunto qué pensarían las primeras personas que llegaron a este lugar sin saber lo que iban a encontrar. Lo mismo ocurre hoy con algún turista despistado que llega por accidente a esta especie de joya geológica situada en el altiplano andino, a unos 3700 metros de altura.
El salar reúne varios superlativos a nivel planetario. Para empezar, se trata del mayor salar del mundo, con una superficie de aproximadamente 11.000 km², la misma extensión que la región de Murcia. Además, debido a que la superficie se formó por equilibrio hidrostático, es uno de los lugares más perfectamente planos del planeta: al parecer no hay más de un metro de altura de diferencia entre dos puntos cualesquiera del salar.
El autobús llega finalmente al salar y se introduce en éste, circulando por su interior para dirigirse a las poblaciones que se encuentran en la orilla opuesta. El repetido paso de los vehículos ha dejado una marca oscura, producida por el roce de la goma de las ruedas, que se asemeja a una carretera. Esas líneas trazan diferentes caminos que conducen a cada población, dejando claro que, sin necesidad de seguir ningún asfalto, la distancia entre dos pueblos es siempre la mínima, la que sigue una línea recta. Cuando pasamos junto a la llamada isla Incahuasi, un afloramiento de roca volcánica parcialmente cubierto de coral fosilizado, le pido al conductor que pare el vehículo para apearme.
En Incahuasi destacan los cactus gigantes, al parecer centenarios, que han colonizado la isla casi por completo. Se le llama isla debido a que hace muchos milenios el salar era un mar interior, siendo Incahuasi realmente una isla por aquel entonces. El mamífero más común es el viajero que se encuentra en una de las etapas de un tour que recorre varios lugares del altiplano, y que utiliza la isla como restaurante improvisado. Otro mamífero más interesante es la vizcacha, un roedor de gran tamaño, parecido a un conejo, que se esconde entre las rocas en cuanto me acerco demasiado.
Caminar por el salar es toda una experiencia, me da la impresión de estar explorando otro planeta. Esta sensación es bastante común entre los visitantes y además se hace evidente con tan solo ver fotografías del mismo. De hecho, en la última película de Star Wars El último Jedi, las escenas que representan el planeta Crait se han filmado en el salar. Camino hasta llegar a un punto lo suficientemente alejado para quedar en soledad y silencio. En el suelo, de una blancura que deslumbra, la sal forma celdas hexagonales de un metro de anchura aproximadamente. Llama la atención lo duro y firme que es el suelo, tan solo cuando piso sobre el perímetro de los hexágonos puedo escuchar el crujido de la sal.
Descargo mi mochila y comienzo a armar mi tienda de campaña. El sol se ha puesto mientras alistaba la carpa. Cerca del horizonte puedo ver uno de los espectáculos menos conocidos pero más fáciles de ver en el salar. No se trata de nada exclusivo de este lugar geográfico, pero el hecho de disponer de un horizonte perfectamente libre de obstrucciones hace que en el salar sea muy fácil su visualización. Es el llamado cinturón de Venus, una franja curva rosada concéntrica a otra de un color azul oscuro que no es más que la sombra de la Tierra proyectada en el cielo cuando el sol se encuentra un poco por debajo del horizonte opuesto. Como es de una amplitud mayor de lo que un granangular es capaz de captar me dispongo a tomar una serie de fotografías con la intención de unirlas con el ordenador para formar una panorámica.
Mientras espero a que oscurezca me da por pensar cuál será el futuro del salar. Desde tiempos inmemoriales la gente local ha extraído sal de forma artesanal, como se puede ver todavía hoy. Es una tarea dura, que tratan de sobrellevar con la energía que ofrece la hoja de coca. Pero debido a la revolución tecnológica que estamos viviendo, con cada vez más aparatejos sedientos de baterías, el salar se ha convertido en una mina de “oro blanco” para el país andino. El mencionado “oro blanco” no es el cloruro de sodio sino el litio. Dicho metal es el componente más importante de la baterías más comunes y más eficientes en la actualidad: las de ion litio. Debido a ello, justo en el borde sur del salar se ha instalado una planta de extracción de litio con la que el gobierno boliviano espera aprovechar esta riqueza mineral.
Ya comienzan a verse las estrellas. A medida que oscurece el espectáculo se hace sobrecogedor. No queda otra que tumbarse fuera de la tienda a disfrutar del espectáculo. Si no fuera por el frío me quedaría toda la noche afuera.
Hola amigos voy a viajar al SALAR, sabes si hay agencias que ofrecen acampar y poder disfrutar el atardecer y el amanecer estoy buscando algo mas vivencial