Pensar en Macondo lleva implícito el realismo mágico, a Gabriel García Márquez y los Buendía, a Miguel Ángel Asturias con sus Leyendas de Guatemala. Pero es raro relacionar ese oxímoron que tan buenas páginas dio en Latinoamérica con el continente africano. Javier Brandoli lo hace, lo vive, y lo cuenta en El Macondo africano. Javier Brandoli ha trabajado como corresponsal en África, donde cubrió hechos tan trascendentes como la muerte de Mandela o el Mundial de Sudáfrica. En una de esas carambolas de la vida acabó dirigiendo un hotel situado, en sus propias palabras, dos cuadras antes del fin del mundo. En su Macondo particular supo que se puede ser millonario simplemente sentándose bajo las estrellas, escuchó lo tristes que pueden llegar a sonar los tambores africanos y se acostumbró a medir el tiempo por la hora de inicio de la telenovela, la única válida, cuando la gente se reúne alrededor del televisor más cercano.
El Macondo africano es un libro que habla de Javier, pero que sobre todo pone nombre y apellidos a África. Aunque no menciona a Kapuściński hasta el final del libro, la estela del periodista polaco se intuye desde mucho antes —¿acaso se puede escribir sobre África sin Kapuściński? En todo caso, no se debería.
Dice el autor que la mayoría de los africanos cumple 30 años en el momento de nacer, sin tiempo para infancias. Es una vida que no les toca tan pronto y que rara vez es noticia. Por suerte, contamos actualmente con una joven generación de periodistas y fotógrafos que está intentando evitar que sean necesarios un centenar de africanos muertos para que el continente sea noticia: el propio Javier Brandoli, Xavier Aldekoa, Alfons Rodríguez o Nacho Carretero entre otros. El Macondo africano es un libro sin paternalismo, sin favores debidos, sin tópicos, porque la aplastante lógica africana carece de ellos. Aunque dicha lógica incluya las colas de hipopótamo como método para controlas las lluvias. Hablamos con Javier de su libro, hablamos de África.
Kamaleon- Lo primero que tengo que preguntarte es ¿dónde venden colas de hipopótamo?
Javier Brandoli- Nunca encontré la tienda, pero para mis compañeros del hotel debía ser algo muy fácil y muy accesible porque pensaban que los musulmanes las tenían y con ellas manejaban la lluvia.
K.- El arte está ente los mejores capítulos que he leído últimamente en literatura de viajes, capítulo que me recordó la frase del poeta Émile Verhaeren: “Solo la realidad tiene derecho a ser inverosímil. El arte, nunca. He aquí por qué el arte no debe confundirse con la vida”. ¿Crees que en África vida y arte se confunden con frecuencia?
J.B.- Creo que el arte se usa en muchos casos para educar o para denunciar la realidad. El cine para enseñar, por ejemplo, cómo parar el Sida. Lo que pasa fuera de casa es más surrealista que los esfuerzos por hacer originales guiones, no hace falta inventar mucho. En todo caso, África es fortísima en danza, escultura y pintura y eso apenas se conoce.
K.- Creo que una de las cosas que hace tu libro, indirectamente, es reivindicar el papel del periodista de viajes. Cuando un buen periodista habla de una cama es porque antes ha dormido en mil distintas. Esa experiencia te permite ser categórico al afirmar que la vista desde una duna es la mejor, Namibia el lugar más bello del mundo y el Zambeze tu río preferido. ¿Crees que el papel del viajero/periodista social está devaluando la profesión y que la falta, muchas veces, de criterio se está haciendo pasar por doctrina?
J.B.- Soy pesimista sobre esta profesión. Da igual la calidad, da igual saber escribir o saber fotografiar. El fenómeno internet y blogger ha dado cabida a todo. Lo importante es tener miles de seguidores en las redes sociales y ser un héroe. Lo importante es llegar, mostrar que se ha llegado y que los demás te admiren por haberlo hecho, aunque no haya nada que contar o no se sepa realmente dónde se está. La diferencia entre un periodista y un blogger (que también los hay magníficos) es, en general, lo que narran. El periodista narrará a los otros; el blogger se narrará a él entre los otros sublimando lo primero. A nivel profesional, más allá del periodismo de viajes, los medios ya no quieren gastar dinero en corresponsales y en muchos casos se escribe de oído, con viajes pagados a la carta por ONG y llenos de estereotipos del que sólo ve una cosa durante diez minutos. Hacen falta buenos periodistas de viajes, corresponsales y también hacen falta buenos lectores.
K.- National Geographic, con un artículo de Chris Johns, puso en el mapa a los bosquimanos del Kalahari y el turismo empezó a llegar. Hubo mafias que se aprovecharon y empezaron a cobrar una entrada, un peaje a los turistas del que apenas llegaban un par de dólares a los bosquimanos. También aumentaron los casos de alcoholismo entre los miembros de la tribu. ¿Qué responsabilidad tenemos los periodistas a la hora de descubrir lugares a los lectores?
J.B.- Yo creo que nosotros tenemos que narrar historias y buscar las buenas historias. En ese punto absuelvo de todo pecado (broma) a nuestra profesión. Los bosquimanos y otras tribus de todo el planeta han aprendido que se puede ganar dinero enseñando su rutina a los turistas. Yo creo que deben ser ellos los que decidan si quieren hacerlo (en general quieren). Lo vi con los himbas, los dorze, los pigmeos, los masais…Ahora hay un caso controvertido en África con los hadzas de Tanzania y su exposición abusiva al turismo. Se debería obligar a que haya un respeto por el entorno y que se pague un precio justo a los africanos por esa exposición. En todo caso, no nos vayamos tan lejos, ¿en la España de los 60 un grupo de aldeanos pobres hubiera permitido que un grupo de ingleses pagara un dinero por ver cómo hacían una romería y sacaban a su virgen? Supongo que sí, ¿no?
K.- ¿Es demasiado simple reducir el papel de China, y de Taiwan, en África a Nuevo Colonialismo?
J.B.- China, en mi opinión, practica un trueque usurero. Los chinos han entendido lo que necesita un africano, saben relacionarse con ellos mejor que los occidentales y sacan tajada a su necesidad a cambio de algo. Ni quieren ser simpáticos, ni se hacen fotos amigables, ni llenan su Facebook de fotos de gente pobre de la que escriben que están muy apenados. Eso no es novedad para ellos, tienen decenas de millones así al salir de su casa, Como encima no tiene una opinión pública que se escandalice por lo que hacen con los bosques o las aguas africanas, pues es más fácil. Vienen a hacer negocio, no a cumplir una aventura.
Occidente, mientras, sigue pensando que negociar con África es ir dos veces al año a un hotel de lujo, hacer socio de la empresa a un local con contactos en el Gobierno y empezar a pagar mordidas cuando la cosa se complica para no perder su inversión. China ofrece algo más que una foto, unas putas y una buena cena, ofrece algo tangible: una carretera, un aeropuerto o un estadio y, a cambio, arrasa con todo. El chino se queda, vive allí, en sus barrios, con sus comercios, sin complejos, sin safaris y sin tampoco mezclarse nada con los locales más allá de la caja registradora.
En todo caso, permíteme un apunte, el gran problema que vi en África no es hacer una carretera, que eso lo pagan los chinos o lo hace la cooperación occidental, es mantenerla. ¿Quién paga eso?
K.- Tenemos diferentes formas de enfrentarnos a la muerte, tendemos a sobreproteger a nuestros hijos. En resumen, unos valores muy diferentes. ¿Crees que a África conviene viajar con algún tipo de coraza o por el contrario hay que entrar con todo?
J.B.- África es dura pero hay que entrar con todo. Tampoco habrá opción si se sale del circuito de safari y playa de lujo. África lo enseña todo desde la ventanilla del coche a quemarropa. La muerte se vive desde la rutina, nosotros entiendo que lo vivimos desde la excepcionalidad.
K.- ¿La discriminación por dinero es el tipo de racismo más desconocido?
J.B.- Sin duda. Es que el clasismo es mucho más duro que el racismo en mi opinión. En los mejores restaurantes de Ciudad del Cabo o Johannesburgo había más mesas mixtas, blancos, mulatos y negros, que en el resto del país.
K.- ¿También es una forma de racismo la teoría del buen salvaje?
J.B.- En el libro lo llamo “racismo de algodón de azúcar”. Creer que un africano es un alma pura, que todo lo malo lo hace por la colonización de los europeos y que sus actos carecen de malicia, es en mi opinión racismo y llamarles bobos. A propósito, esto es algo muy extendido entre el buenismo occidental siempre tan dispuesto a creer que las sociedades africanas son comunitarias y practican con devoción el Ubuntu (una filosofía extendida desde el centro de África a todo el continente que sería como un todos para uno y uno para todos). Yo a un africano, tras vivir allí cinco años, lo entendía como a mis vecinos de Madrid. Con sus duras carencias en muchos casos, las diferencias culturales, pero muy capaz de distinguir entre un acto bueno y uno malo. Viajar y vivir por el mundo me ha hecho ver que el hombre se parece mucho, lo que no se parecen son sus circunstancias.
K.- El mundo se moviliza cuando llega la noticia del asesinato de un animal mítico, como el reciente caso del león Cécile. En tu libro cuentas la historia de otro león, Terrace, más terrible aún cuando se conoce el viaje que hizo en vida y las consecuencias que tiene el que muera el macho de la manada. ¿Crees que se está trabajando de manera adecuada para evitar que se sigan cazando estos animales o nuestro cabreo se queda en las redes sociales?
J.B.- Hay dos tipos de caza furtiva y las dos son por hambre. La primera es la del africano que vive cerca o dentro de los parques y que caza por comer o por defenderse. Cuando sólo tienes una vaca y se la come un león decides que la próxima vaca que te compres lo primero que haces es matar al león. Lo mismo pasa con sus huertos en los que entra una manada de elefantes y arrampla con todo lo que tienen.
La otra caza furtiva es la que llevan mafias que cazan rinocerontes, elefantes o leones para el muy rentable comercio de especies. Un ranger bajo del parque Limpopo puede ganar menos de 200 dólares al mes. Un kilo de cuerno de rinoceronte puede costar unos 40.000 dólares. El ranger se llevará una parte, claro, el que menos, pero probablemente será su sueldo multiplicado por 30. Se juega la vida, entre en el vecino parque Kruger y mata un rinoceronte.
Luego, el dentista millonario del Facebook es un caso mínimo en porcentaje y en muchos casos fuera de contexto pero que queda muy bien criticar en las redes sociales. En los parques hay que descastar (por el problema de sobrepoblación que hablaba antes) y yo entiendo que un africano prefiera que el disparo lo dé un tipo que paga además 50.000 dólares a un ranger del que no sacan nada. La caza reglada, insisto, reglada, me parece admisible. Yo no la practico, no le pegaría un tiro a nada y no me interesa nada hacerlo, pero volvamos a ponernos como ejemplo: ¿Dejamos que en nuestros jardines haya osos y lobos que se coman a nuestras ovejas, perros o se acerquen a nuestros hijos? ¿Desmontamos muchos poblados de las montañas de Cantabria para que el oso viva y se reproduzca tranquilamente y le decimos a la gente que se desplace 50 o 200 kilómetros? A un africano sí le pedimos ambas cosas.
K.- Menuda paradoja que en el continente donde mejor y más fácil resulta ver fauna la mayoría de la población no pueda acceder a ese privilegio. Eso lleva a historias tremendas como la del zoológico de Maputo, en el que la población local entró para cazar y comerse algunos animales. ¿Imagino que es muy poca la conciencia de conservación de la fauna cuando no se tiene qué llevarse a la boca?
J.B.- El turismo ha salvado a los animales africanos. Sin él, hubiera pasado como en Europa, no quedaría nada amenazante o que perturbe nuestro desarrollo. Los africanos, en general, no pueden pagar las entradas de sus parques pero viven también de toda la oferta hotelera y turística. En todo caso, a medida que aparece algo de clase media se van viendo más africanos haciendo turismo en sus países. En Europa no somos conscientes de la cantidad de debates éticos y preocupaciones socio culturales que tenemos porque carecemos de la principal preocupación de la mayor parte del planeta: sobrevivir.
K.- ¿Crees que África tiene capacidad para pasar página y mirar hacia delante o los vicios heredados, también los adquiridos, son un lastre demasiado pesado?
J.B.- África puede prosperar, lo espero de corazón y lo está haciendo en parte, aunque muy lentamente comparado con Asia y América Latina. Pero, en mi opinión, a África deben hacerla prosperar los africanos y no los programas de ayudas internacionales. El continente se ha llevado el 70% de la cooperación mundial y no mejora mucho. ¿Por qué? Ese es un gran y complejo debate del que yo no tengo la respuesta.
K.- ¿Te alejaste de África para poder recordarla, para volver a ver el mar?
J.B.- Me fui cuando tras cinco años dejé de ver el mar (que es la metáfora que usaba en el hotel para saber que debía irme), pero recuerdo aquella tierra cada día. Ahora vivo en México, feliz, pero parte de mí se quedó allí. África es cierto que me cautivó más que otros lugares, pero en todo caso el planeta es fascinante, todo, y merece la pena también vivir y viajar por otras partes. Lo importante, creo, es no perder la inocencia del viajero y no comparar. El mundo es maravilloso y a veces está sólo a 20 kilómetros de nuestra rutina.
K.- ¿Cuándo vuelves a África?
J.B.- Justo esta mañana un amigo me ha dicho que si me voy con ellos a Madagascar, que además no lo conozco. Le he contestado que si quiere que vaya a nado o en globo. Supongo que volveré a vivir allí, aunque siempre tengo presente la frase del maestro Sabina de “al lugar que has sido feliz no debieras tratar de volver”. Creo que no le haré caso esta vez.
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