Hemos tenido el placer de entrevistar a un viajero excepcional, Román Morales García (Santa Cruz de Tenerife, 1962). Comenzó a viajar, siendo muy joven, por la geografía canaria. En 1982, con tan solo 19 años, descendió el río Amazonas en una canoa de madera, desde Iquitos hasta Manaus. Entre 1988 y 1991 recorrió a pie los 11.000 kilómetros que separan el Caribe colombiano de Tierra del Fuego. Buscando el sur, el libro en el que cuenta esta excepcional aventura es, sobre todo, un impresionante retrato del continente a través de sus habitantes. Ya va por su cuarta edición pese a ser un libro autopublicado que se vende en un reducido número de librerías especializadas*. La entrevista de hoy se centra en ese viaje. Román tiene un segundo libro, Caminos de agua, en el que cuenta su viaje a remo entre los años 2005 y 2007, en el que unió Buenos Aires con el delta del Orinoco.
*Al final de la entrevista ofrecemos la lista de librerías donde pueden encontrase sus libros.
Hola Román, gracias por participar en esta entrevista. Tu forma de viajar me recuerda un poco a la del viajero medieval que a menudo recorría distancias enormes a pie con mucho tiempo por delante. A parte de lo mencionado arriba, has realizado la travesía a pie del Atlas marroquí en siete meses o has hecho viajes en bicicleta por el Kurdistán, Cuba o Malasia. ¿Qué te aporta este tipo de viaje que no podrías conseguir viajando en transporte público?
Viajar a pie, a remo o pedaleando por grandes espacios geográficos posibilita, por encima de todo, experimentar un concepto filosófico que siempre me interesó: la lentitud. En un mundo actual signado por las prisas, esta forma de viajar sin premura, huella a huella, ofrece sensaciones que tienen que ver con la propia percepción de la vida. Un viaje sin reloj es dejar que la gente con la que vas encontrándote en el camino, o el propio lenguaje del paisaje, penetren en ti con una fuerza especial; un viaje librado al albur del tiempo y del camino te permite estar atento a tus más sinceras aspiraciones de encuentro contigo mismo y con el mundo; ese otro mundo secreto, pero más real. El mundo no es como nos lo cuentan sino como lo vivimos. Vivir lentamente, viajar lentamente, es algo así como limpiarte, dilatarte, volver a nacer con un espíritu fresco. Las viajes que se realizan así son, desde una cierta óptica, un retorno a la inocencia y a la poesía que tan bien sabe arrebatarnos la gran prisa de la modernidad. La falta de planificación, el maravilloso factor de lo imprevisible, del azar, convierten esta clase de viajes en un valor vivencial. Sólo errar y errar a pie con rumbo sur, como en el caso de la caminata continental que realicé.
¿Estos viajes son más duros física o psicológicamente?
El cuerpo físico es más sabio de lo que creemos. Si te propones, por ejemplo, cruzar Sudamérica a pie verás que, tras un par de meses en el sendero, tus capacidades físicas se multiplican: es la costumbre la que adapta la forma física. Por otro lado, si tú sientes que el camino te va nutriendo de vida, que no pierdes ilusión por el camino en la medida en que éste te va entregando rostros, soledades, árboles, estepas, hogueras o encuentros humanos, el asunto del castigo físico se minimiza y el cuerpo te responde adecuadamente. Es cierto que hay días y días; días aciagos en que, por exigencias del “guión geográfico” —desiertos, relieves abruptos, costas solitarias— terminas exhausto la jornada, lleno de maravilla pero exhausto, aunque al día siguiente compruebes que el cuerpo se incorpora intacto y con las mismas ganas de continuar viajando, de manera autosuficiente, por la inmensidad del territorio. En cuanto a la “fortaleza psicológica”, ésta tiene que ver, paradójicamente, con el amor: si amas el camino, si lo caminas con una valoración positiva, no hay reto psicológico. La fuerza tiene que ver, como decía un amigo, con la autopersuasión; tiene que ver más con el cómo vive tu propio corazón el camino que con el reto físico o psicológico. La fuerza está en el corazón y en su deseo de atrapar la mucha o poca belleza del mundo y las personas que en él respiran.
Tu larga caminata de tres años y medio la emprendes sin tienda de campaña, durmiendo a la intemperie en innumerables ocasiones. Afortunadamente, durante los meses en que cruzas la Patagonia vas acompañado de Felipe Riquelme, un chico chileno que conoces en Santiago, que sí lleva carpa y la comparte contigo. ¿Realmente tenías pensado cruzar la Patagonia durmiendo a la intemperie?
En aquel larguísimo viaje en el que partí a pie desde las orillas del Caribe colombiano, en su tramo final, crucé la Patagonia durante parte del verano y, sobre todo, durante todo el otoño austral. La Patagonia tiene muchas versiones. En mi caso la atravesé, básicamente, por las mesetas intermedias que enlazan las tierras bajas o pampas con la cordillera andina; o sea, mucho frío pero controlado. Alguna vez, con el camarada Felipe, nos adentramos en plena cordillera patagónica y la verdad es que la tienda de Felipe ayudó a sobrellevar alguna nevada traicionera que nos inmovilizó por días, exactamente en la cuenca superior del río Mayer. Seguramente, si Felipe no se hubiese juntado conmigo con su tienda para caminar una buena sección de la Patagonia, esas nevadas habrían alcanzado una cota de peligrosidad notable, habida cuenta que el fabuloso saco de dormir con el que venía durmiendo al raso desde Colombia me lo habían birlado en el Chile central y no contaba más que con un saco miserable. Digamos más “playero” que de montaña.
Muchas de las personas que nos presentas en Buscando el sur viven en condiciones muy duras, pero transmiten una dignidad y a veces también una alegría que no es tan fácil de encontrar en nuestra sociedad. ¿Qué piensas que hacemos mal?
Todos conocemos los males que azotan a nuestra sociedad: crisis ecológica, políticas capitalistas brutales, individualismo a ultranza, desigualdad social. En fin, que si el concepto de futuro fue siempre una burla —“crearte un futuro” y todos esos dudosos e histriónicos valores con los que nos educan—, ahora es todo aún más borroso que nunca y una especie de gran vacío se va instalando en el pecho de la humanidad. Lo único que te ofrece otra visión cuando viajas a lugares más remotos que habituales es la constatación de que los pequeños grupos humanos que viven en plena naturaleza tienen una moral un poco más transparente. Y no pretendo con esta afirmación reflotar la teoría roussoniana del buen salvaje; de ahí la cantidad de familias campesinas, pastoriles o pescadoras que siempre, y digo siempre, me acogieron en sus casas o chozas en mi vagar por Sudamérica. Mi experiencia viajera refuta aquello de que “el hombre es un lobo para el hombre”. Por lo vivido creo que el hombre es también “un hermano para el hombre”. Pienso que si algún día el vínculo de la humanidad con la naturaleza se cortara totalmente —vamos por ese camino— habrá desaparecido ese pequeño esbozo de esperanza que nos da fuerzas para imaginar un mundo, al menos, algo mejor.
La caminata de Buscando el sur terminó hace 25 años. ¿Has regresado a alguno de los lugares por los que pasaste? En caso afirmativo, ¿qué cambios has notado en estos años?
A los Andes nunca regresé, aunque siempre arda en deseos de volver. A algunos lugares de otros viajes, pocos, sí que he regresado. En esencia, en las entrañas del Atlas marroquí, por más que las antenas parabólicas hayan aterrizado en muchas douars (aldeas), la vida de los imazighen de montaña (bereberes) continúa su lento flujo, su vida pastoril y trashumante, a paso de mulo. La gran transformación está aconteciendo en la cuenca amazónica: hay áreas de una degradación irrecuperable. Tan solo el cuadrante noroeste de la Amazonía, con la gran subcuenca hidrográfica del río Negro, probablemente continúe ambientalmente muy similar a como la conocieron los corajudos naturalistas del siglo XIX. Eso a nivel ecológico, porque a nivel cultural el caucho dinamitó la tradición indígena del río Negro y sus afluentes, una tradición que ahora, con mucho esfuerzo por parte de las comunidades, están intentando recuperar. De modo que sí, todo está cambiando a una velocidad tremenda.
Viajar es algo cada día más habitual. ¿En qué se diferencian los viajeros de hoy de los que te encontrabas hace algunas décadas? ¿Qué tendríamos que aprender los viajeros del siglo XXI?
Básicamente, la tecnología es la gran diferencia. Cada cual viaja de la manera que le place. Hoy día el viajero tiende a dotarse de móvil, GPS y acceso a internet. A mí me gusta viajar despojado de toda esa parafernalia tecnológica. En mis primeros viajes nada de eso existía. Y en los últimos, ya existiendo, nunca me proveí de semejantes instrumentos. Yo amo el “no estar conectado”. Amo, más bien, el estar “desenredado” de las redes sociales cuando viajo. Amo tan solo los mapas, eso sí que lo amo mucho. Estar desnudo de tecnología comunicacional o de acceso inmediato a la información cuando viajo, es para mí un requisito fundamental, en la medida que esa “soledad virtual” me ayuda a sustanciar mejor la vivencia. Si tengo que contar mis viajes, lo hago cuando retorno, usando la literatura como vía.
Tras llegar a Tierra del Fuego y terminar tu caminata de tres años y medio, ¿qué hiciste el año siguiente? ¿Fue muy difícil la adaptación?
Tengo la adaptación de una rata. No me afectan demasiado los retornos. Eso me viene de la creencia de que la vida está y debe estar allá donde te encuentres, en tu barrio de siempre, en la montaña andina, despachando una buena cerveza con el amigo de siempre o en la hondura del monte amazónico. Cuando regresé del viaje a pie por Sudamérica trabajé como profe en un proyecto de Escuela-Taller de restauración paisajista en el sur de Tenerife. Después de esto, ya con algo de dinero en la faltriquera, me retiré a escribir Buscando el sur en un lugar lindísimo: la punta sur de la isla de La Palma, donde existe un faro náutico rodeado de escorias volcánicas.
Entre 2005 y 2007 uniste la ciudad de Buenos Aires con el delta del Orinoco remando en un kayak, ¿qué destacarías de esa aventura que narras en Caminos de agua?
Aquel viaje, navegando a remo como un nenúfar a la deriva, fue algo inolvidable para mí. También fue la constatación de un milagro natural: exceptuando un pequeño tramo del Mato Grosso brasileño (justo en el lugar donde se debe forzosamente pasar por tierra unos 200 kilómetros para cambiar de cuenca hidrográfica, de la del Plata a la de la Amazonía) se puede ir enganchando un río tras otro para cruzar el continente por sus tierras bajas y sedimentarias, desde Buenos Aires hasta el delta caribeño del Orinoco (10.500 kilómetros de navegación fluvial). Aquel viaje fue algo así como penetrar en el imperio clorofílico del continente, un sueño o un poema geográfico y ecológico: selva, río y cielo. ¿Qué más puede pedir un viajero amante de la naturaleza? Estar lejos de todo es estar muy cerca de lo inmediato, y lo inmediato en aquel viaje tiene que ver con pájaros multicolores, con lluvias y tormentas eléctricas que dejaban un aroma total de selva recién lavada, con el rumor de la corriente, con mi soledad impregnada de crepúsculos equinocciales, con encuentros con los que padecieron el sistema cauchero, con aldeas indígenas empotradas en el verde abrumador.
De los lugares que has visitado en tus viajes, ¿cuál te gustó más a nivel geográfico? ¿Y a nivel humano? ¿Dónde te quedarías a vivir?
Difícil contestar. La Patagonia, el departamento colombiano del Chocó, tramos emocionantes del desierto costero peruano. A nivel humano, qué puedo decirte cuando mi memoria está llena de agradecimiento y de gente linda que conocí en los caminos.
No tengo ganas de vivir permanentemente en parte alguna, pero uno es isleño de Canarias, así que si me decidiera por algún lugar sería cerquita del rumor marino, Canarias incluida, máxime cuando aquí viven mis amores más permanentes: mis barrancos, mis volcanes, mis amigos y mi familia.
De las enseñanzas que la experiencia viajera te ha dado, ¿podrías citar alguna que podría ser de provecho para nuestros lectores?
No sé, no sirvo para dar consejos y mucho menos a viajeros. A lo sumo me remito a aquella estupenda frase que soltó el cantante cubano Compay Segundo cuando le preguntaron cuál era el secreto de que con ochenta y pico de años aún se subiera a los escenarios y manifestara una salud anímica envidiable: “Lo importante en la vida es no exagerar”. Aunque a todos nosotros, especialmente a los viajeros que van despacio, no nos vendría mal continuar mascando aquella otra frase pintada en una pared latinoamericana: “Pobres, lo que se dice pobres, son aquellos que no tienen tiempo para perder el tiempo”.
Te agradecemos el tiempo dedicado a esta entrevista y te deseamos mucha suerte en tus futuros proyectos. Ojalá dentro de un tiempo podamos volver a hablar contigo sobre Caminos de agua.
Lista de librerías donde pueden encontrarse Buscando el Sur y Caminos de agua, los dos libros de Román Morales:
CATALUÑA: Librería Altair (Barcelona) y Librería Ulyssus (Gerona).
MADRID: Librerías Desnivel, Librería Tierra de Fuego, Librería Tienda Verde.
PAÍS VASCO: Librería Tintas (Bilbao), Librería Babel (Tolosa).
NAVARRA: Librería Muga (Pamplona).
VALENCIA: Librería Patagonia.
TENERIFE: Librería El Paso (Santa Cruz de Tenerife) y Librería Lemus (La Laguna).
LAS PALMAS DE GRAN CANARIA: Librerías Canaima, Librería Casa del Lector y Librería Azulia.
LA PALMA: Librería Trasera y Librería Papiro (Santa Cruz de La Palma).
Puro ensueño la vida de Roman Morales. Estuve a punto de coincidir con el en una expo en el womad de Fuerteventura mientras me leia caminos de agua. Muy buena entrevista
es un grande, lo conoci en persona cuando tuve que volver en mi viaje en bici de españa a china. Fue muy amable aceptando quedar conmigo y motivarme tras leer su libro y hacerme viajar con sus palabras, Roman como siempre, gran escritor, pero sobre todo, gran persona
Prendado con la lectura de Roman, esa alma errante, viajera, hipnotizada en el devenir de caminos, rios y junglas habitadas por seres que se encargan de acompañar e ilustrar tus sueños durante el viaje. Enhoranuena compañero Roman, te conocí hace años en Artenara de la mano de tu amigo Saulo.
Me has tocado en mi fibra sensible. Gracias por tu libro.
Sergio Houghton