Todavía recuerdo la cara de pasmo que se me quedó al alcanzar, entre tinieblas, la meseta de la cumbre del Ben Nevis, cuando dos alpinistas escoceses de avanzada edad nos preguntaron —a mi compañero de cordada y a mí— si llevábamos brújula. Al contestar negativamente nos desearon buena suerte con un gesto de estupor y desaparecieron como dos fantasmas entre la espesa niebla. Sabíamos que nos tocaba correr sin apenas tiempo para recoger el material. Disponíamos de pocos minutos de luz antes de que anocheciera y no nos apetecía improvisar un vivac y pasar la noche al raso. Era un 10 de marzo y las temperaturas nocturnas rondaban varios grados bajo cero.
El Ben Nevis es el techo del Reino Unido. A pesar de sus modestos 1.345 metros de altitud es una montaña dura y exigente, especialmente en invierno.
En invierno, en las montañas escocesas, es difícil encontrar un día donde la lluvia, la nieve, la ventisca o la niebla no hagan acto de presencia, siendo bastante habitual que estos fenómenos meteorológicos se presenten combinados. No en vano, una de las teorías sobre la etimología de su nombre sugiere que proviene de las palabras gaélicas Beinn Nibheis, que significa montaña maligna.
En relación a otras cumbres de Europa continental, las montañas escocesas son más tibias en invierno debido a la corriente del Golfo; además, gracias al efecto del océano se presentan más húmedas hacia el oeste. Estas características hacen que las condiciones para la escalada invernal resulten muy particulares. El hielo denso y relativamente blando se adhiriere a la roca gracias a la combinación de viento y humedad. Este recubrimiento helado, capaz de tapizar hasta las paredes más verticales, es el artífice de algunas de las vías más cotizadas de la vertiente norte de la montaña. Esas rutas, abiertas por los alpinistas con más talento, han visto de cerca la evolución de la escalada y el alpinismo en el Reino Unido.
Si la climatología lo permite, desde la cumbre se tiene una de las vistas más espectaculares de Escocia, que incluye la zona de Glen Coe y la isla de Mull, más allá de los límites del lago Linnhe. Pero aquella fría tarde de marzo no pudimos disfrutar mucho de las vistas. Todavía nos quedaba por delante el descenso del Pony Track o ruta normal, un sendero serpenteante que desciende hasta la costera población de Fort William. Lo que no sabían aquellos dos alpinistas escoceses es que, afortunadamente, conocíamos bien la ruta de bajada gracias a que llevábamos varios días en la montaña.
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