Por su situación, en el ubérrimo valle Central donde se cultiva café, chayote y fresas, la ciudad de San José tiene temperaturas agradables y estables durante todo el año. Su arquitectura es particular, la gente joven ha revitalizado los barrios de Amón y Escalante, los josefinos son amables y orgullosos, tienen un par de buenos museos y algunos de los mejores restaurantes el país. Sin embargo, a la capital de Costa Rica se le suele dedicar poco tiempo, si acaso un paseo rápido esperando el tránsito hacia alguno de los espectaculares espacios naturales o hacia las mejores playas del país. Te contamos nuestros planes preferidos para que te animes y le des a San José —y sus alrededores— algunos días. Se los merece.
Tomar un café en el Teatro Nacional
Cuando los cafetaleros se enteraron de que la diva del momento, Adelina Patti, no iba actuar en San José por falta de un teatro a su altura, le construyeron uno. Por iniciativa propia le pidieron al gobierno que gravara con un impuesto cada arroba de café producida. Las ganancias del “grano de oro” sirvieron para traer precioso mármol desde Europa para construir el vestíbulo pompeyano. La tasa se acabó extendiendo a los frijoles y al arroz. Cuando se acabó de construir el teatro la Patti ya estaba pensando en la jubilación, así que para el estreno se escogió el Fausto de Gounod. En el interior del recinto hay un elegante café, un buen lugar para rendir homenaje a aquellos hombres que cosecharon café para conseguir cultura.
Beber una taza de café tras otra
Seguimos con el café. El cruce de la calle Central con la avenida Central es el 0 con 0 de las direcciones, el lugar donde cuentan que estuvo el primer cafetal de Costa Rica a finales del siglo XVIII. El café trajo la universidad, la imprenta, el ferrocarril, el correo y, como hemos visto arriba, el Teatro Nacional. Hay ocho regiones cafetaleras en el país. La más cercana a la capital es la del Valle Central. La mayoría de las plantaciones está entre los 1.000 y los 1.600 metros, a mayor altitud más acidez, aroma y fuerza para el grano. El aroma delatará a las mejores cafeterías y será inevitable sucumbir al placer de una taza de café. El número dependerá de nuestra capacidad para dormir después.
Pasear por el barrio Amón
La prosperidad que trajo el asunto del café hizo que floreciese una clase burguesa que necesitaba alguna zona para residir. El barrio de Amón fue el lugar escogido. Su promotor, el francés Amón Fasileau-Duplantier, transformó los ingresos del café, la caña de azúcar, el banano y el ferrocarril en casas de estilo victoriano, dejando atrás el inestable bahareque con el que se levantaban las construcciones hasta ese momento. El barrio es muy tranquilo, ideal para pasear buscando las casas más destacadas: la número 927, la del General José Joaquín Tinoco Granados, la de Alejo Aguilar Bolandi o la más curiosa, una edificación neomudéjar conocida como el Castillo del Moro.
Hacer vida hipster en el barrio Escalante
Tener varias universidades cerca garantiza al barrio un flujo de clientes ávidos de nuevas propuestas, que buscan cambiar los libros por un rato de charla y la cerveza de Beer Factory Inc, un restaurante que la elabora de manera artesanal. Además de las de producción propia, sirven hasta 170 tipos de cervezas de todo el mundo. En cuatro calles del barrio, entre la vía del tren y el río Torres, se concentran buenos cafés, algún gastropub, pequeños restaurantes que preparan ceviche y alguna opción para veganos. Un par de veces al año, la asociación Paseo Gastronómico La Luz celebra un festival en que la cerveza sale a la calle acompañada de algunos sencillos platos para tapear.
Dejarnos seducir por la cantinela del Mercado Central
“Pase adelante mi amor, pregunte, pregunte”, “Solo bueno, solo rico, solo baratito”, ¿Qué le ofrecemos? Las vendedoras no escatiman gracejo y cariño en la entonación para que su mercancía sea la escogida. En el Mercado Central podemos comprar hierbas varias para su uso como medicina natural o intentar acabar una ración enorme de casado con carne; tomar un sorbete donde Lolo Moro, ver la pericia del talabartero o bailar al ritmo de la distorsión de los altavoces de un pinchadiscos. También hay algunas tiendas de recuerdos y, sobre todo, color. Mucho color.
Aprender en el Museo Nacional
En la plaza de la Democracia encontramos el Museo Nacional, en lo que fue la fortaleza de Bellavista. Es el espacio expositivo más completo de San José, está presidido en la entrada por una gran esfera de cristal y acero como homenaje a las que los borucas hicieron con piedra. En las vitrinas del museo hay piezas llegadas de todos los yacimientos arqueológicos de Costa Rica: piedras de moler, ocarinas, metates y piezas de cerámica chorotega entre otras. En una de las salas se expone una completa colección de joyas hechas con guanín o tumbaga —aleación de cobre y oro—, algunas de ellas utilizadas en los ritos de los chamanes, como las que representan zopilotes.
Pisotear la calabaza de Halloween
En España ya no tenemos remedio y hemos sucumbido a la tentación americana, pero en Costa Rica decidieron plantarle cara a Halloween. La celebración de las mascaradas es cosa de decreto. En 1997, el Ministerio de Cultura y Juventud aprobó el 31 de octubre como Día Nacional de la Mascarada Tradicional Costarricense. Ese día, los cabezudos llenan las calles de San José. La mayoría representa a personalidades respetadas, como el futbolista Keylor Navas o el premio Nobel Óscar Arias. Algunas también simbolizan al diablo. Todo el mundo danza al ritmo de las orquestas tradicionales, conocidas como cimarronas.
Buscar la sombra en una iglesia
Para las horas centrales del día, el frescor de las iglesias nunca falla. La Catedral Metropolitana no es especialmente hermosa, preferimos la iglesia de la Merced en el parque Braulio Carrillo. Además del interior, con columnas decoradas con motivos geométricos, luminosas vidrieras de vivos colores y suelo hidráulico, nos gusta el exterior, lleno de vida, con los josefinos ataviados con sombrero charlando en la plaza, las pequeñas tómbolas, los puestos de jugos y de comida.
Convertirse en expertos en arquitectura
El románico, gótico y barroco al que estamos acostumbrados por Europa está muy bien, pero si queremos saber algo sobre “la otra” arquitectura nuestra ciudad es San José. Los edificios más destacados son de finales del siglo XIX y las primeras décadas del XX. Alrededor del parque Morazán —el templete es otro buen lugar si se va buscando la sombra— encontramos la antigua escuela Vitalia Madrigal y el edifico Metálico. En el parque España, la Cancillería o Casa Amarilla y la Antigua Fábrica de Licores. En el centro de la ciudad, el edificio Herdocia con toques neoclásicos y art déco, el Maroy de eclecticismo neoclásico, el Castillo Azul, sede de la Presidencia del Consejo, de estilo mediterráneo colonial o el Steinvorth de arquitectura modernista. También merece la pena echarle un vistazo al edificio de Correos.
Comer fresas como si se acabara el mundo
Tras el terremoto de enero de 2009, las zonas de Blanca, Poás, Poasito, Fraijanes y Ujarrás decidieron empezar a cultivar fresas. Además de reactivar la economía del lugar gracias a las exportaciones, la fresa ha entrado de lleno en la gastronomía de los restaurantes locales. Uno de los más activos es Freddo Fresas, que sirve desde el clásico batido —delicioso con leche— hasta platos más creativos como el gazpacho de fresas o el “freciche”, un ceviche de fresas; y licores como el vino de fresa y el “frequila” (tequila de fresa).
Hacer una visita a los artistas
Nos sorprendió la variedad de artistas que hay en los alrededores de San José. Tuvimos la oportunidad de visitar a dos. Ricardo Ávila es un pintor naïf que, además del lienzo, utiliza mesas, sillas, pupitres de escuela o guitarras. Se define como observador urbano y critica la falta de espacio en las grandes ciudades del mundo para que los niños jueguen. Fue Premio Nacional en el año 2012. Edgar Zúñiga llegó a la escultura de manera natural porque su madre tenía un taller de nacimientos, imaginería religiosa de gran calidad con inspiración en el barroco español, y su padre fue un conocido escultor. Se dedicó a hacer imaginería durante tres décadas, pero a su vez estudiaba a Miguel Ángel y a Rodin. El hilo conductor de su obra es el humanismo. Nos gustaron especialmente las esculturas talladas a partir de horcones, las grandes columnas de madera que sostienen las vigas de las casas antiguas.
Flipar con los colores de las carretas de Sarchí
Las carretas tiradas por bueyes fueron muy útiles para transportar el grano de café desde el Valle Central hasta Puntarenas, la salida al mar por el Pacífico. Al principio, la decoración de la carreta estaba relacionada con el origen del boyero. A principios del siglo XX ya era un arte incipiente y se habían introducido las caras, las flores y el paisaje en la decoración de las carretas. El mejor lugar para ver el trabajo de estos artesanos es la localidad de Sarchí. La tradición del boyeo y las carretas son Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad desde el año 2008.
Fotos: Gonzalo Azumendi, Félix Lorenzo y Rafa Pérez
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