Cuando uno se plantea hacer un viaje por Botsuana lo primero que imagina es una sabana infinita en la que la vida salvaje campa a sus anchas. Sí, esta estampa se repetirá continuamente en cualquier recorrido por el país, pero la variedad de paisajes es inmensa y las sorpresas son continuas. La isla de Kubu es un buen ejemplo de los hallazgos inesperados.
Solos ante la inmensidad
De tan sólo un kilómetro de largo y un máximo de 10 metros de altura, esta isla de granito se encuentra en el salar de Sua, en el noreste de Botsuana. Este salar no es más que uno de los tres que componen Makgadikgadi, una región que hace millones de años estaba ocupada por un inmenso lago. Antes de que se secara tenía una extensión similar a la de Suiza. En la actualidad es una de las salinas más grandes del mundo.
Al llegar a Kubu y subir a las rocas más altas lo que se descubre te deja sin palabras: la isla está rodeada por un inmenso y sobrecogedor mar de sal. Desde el primer momento te atrapa la sensación de sentirte muy pequeño frente a tal inmensidad. Probablemente se trate de uno de los lugares más extraordinarios del mundo.
Un atisbo de vida
El verdadero nombre de la isla es Lekhubu, que en lengua setswana significa hipopótamo. Está declarada monumento nacional pero, sobre todo, pervive entre las tribus que habitan en la zona la certeza de que se trata de un lugar sagrado. Y es que su historia viene de muchos siglos atrás.
Nada más poner un pie en la isla llama poderosamente la atención un detalle: la mayor parte de ella está cubierta de blanco. Es guano fosilizado, excrementos de aves acuáticas que abundaban en la zona en la época en la que aún estaba rodeada por agua.
Al caminar por la isla pueden observarse numerosos fósiles que demuestran que este remoto lugar estuvo cubierto por lagos prehistóricos hace muchos, muchos años. Aunque hace ya tiempo que el agua desapareció y la gran formación rocosa quedó abandonada a su suerte en medio de este infinito de sal.
Recuerdos de una civilización del pasado
En la periferia de la isla se han hallado restos de utensilios usados por el hombre en la Edad de Piedra. Incluso puntas de lanza que algún día sirvieron para la caza. En el interior hay restos de murallas y montículos de rocas. Los arqueólogos creen que estos restos posiblemente pertenecen a la Gran Dinastía de Zimbabwe, que a principios del siglo XV estaban asentados en la zona más al suroeste. Kubu ya era entonces considerada como un lugar sagrado al que los jóvenes acudían para llevar a cabo el rito de la circuncisión. También los habitantes de Tshwawong, el pueblo más cercano, iban hasta este punto para dejar sus ofrendas, entonar cantos por la lluvia o incluso contactar con su dios.
Preparados para el viaje
Durante la época de lluvias la gruesa costra de barro seco que normalmente conforma estos salares se transforma en fango. Si normalmente se hace necesario adentrarse en esta región en 4×4 para evitar quedar atrapados, con las lluvias se hace indispensable. Aún así no será difícil que alguna de la ruedas quede enterrada y haya que pedir ayuda para poder continuar el viaje. También se recomienda llevar un GPS: los caminos y las señales de tráfico son prácticamente inexistentes. Más vale ir preparados ya que uno no se cruza con muchos coches en este lugar tan apartado.
Si se quiere pasar la noche en Kubu se puede acampar en una pequeña zona de la isla adaptada para ello. No hay agua y los baños son letrinas a la antigua usanza. Habrá que llevar todo lo necesario para la estancia en este recóndito lugar.
Pero todo vale la pena con tal de conocer este extraño paraje. Allí, al caminar entre viejos baobabs bajo el cielo estrellado, es fácil sentir que esta isla parece un espejismo, que no puede ser real.
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