Estos días, más de mil millones de musulmanes de todo el mundo celebran la Fiesta del Cordero (Aid al-Adha) o Fiesta Grande (Aid el-Kebir). La celebración tiene lugar pasados sesenta días, como mínimo, del fin del Ramadán y viene determinada por la fase lunar. Por la importancia de la fiesta se podría establecer un paralelismo con nuestra Navidad, aunque la celebración musulmana varía de fecha cada año. Antes de contar mi experiencia en Marruecos, os pongo en antecedentes explicando lo que dice el Corán al respecto, entre otras cosas que Abraham murió a los 175 años de edad.
Y cuando Isaac era lo bastante mayor
para ayudar en las tareas de Ibrahîm, éste dijo:
“¡Oh mi querido hijo!
¡He visto en sueños que debía sacrificarte:
considera, pues, cómo lo ves tú!”
Ismael respondió:
“¡Oh padre mío! ¡Haz lo que se te ordena:
hallarás que soy, si Al-lâh quiere,
paciente en la adversidad!”
Pero cuando ambos se hubieron sometido
a la voluntad de Al-lâh,
y le hubo tendido sobre el rostro, le llamamos:
“¡Oh Ibrahîm, has cumplido ya con la visión!”
Así, realmente, recompensamos
a los que hacen el bien:
pues, ciertamente, todo esto fue en verdad
una prueba, clara en sí misma.
Y le rescatamos mediante un sacrificio magnífico,
y de esta forma le dejamos como recuerdo
para futuras generaciones:
“¡La paz sea con Ibrahîm!”
(Corán, surat 37, ayats 99-107)
La gente suele comprar el cordero algunas semanas antes de la celebración por lo mismo que aquí compramos antes las gambas: los días previos sube el precio. Tienen al animal conviviendo con ellos, supongo que sin cogerle demasiado cariño dado el cercano y aciago futuro que le aguarda.
He tenido la oportunidad de vivir esta gran celebración en Marruecos, en la ciudad de Marrakech. Los barrios de las ciudades marroquís están estructurados en torno a cinco elementos: horno, baño público, escuela, fuente y mezquita. Recuerdo que llevaba un rato sentado en el horno del barrio de Ben Youssef cuando apareció un chaval que se presentó como Mustafa Chinani y me explicó que venía a dejar el pan para cocer. Ese día había trabajo extra en el horno por la celebración de la fiesta. Muy temprano, había tenido la oportunidad de ver cómo en el patio de una casa tenían un cordero colgado, pero estaba por venir lo mejor. Mustafa se despidió de mí, pero al momento volvió a entrar en el horno. Me invitaba a ir a su casa.
Para la ocasión se había reunido toda la familia, que tras el rezo de la mañana tenía todo dispuesto. Siguiendo el rito musulmán, con un cuchillo santo y la cabeza del animal mirando a la Meca, iban a ser sacrificados once corderos. Tras rezar unos versículos del Corán se dio inicio a la fiesta, que se prolongaría durante dos días, aunque puede llegar a la semana de festejos en zonas del interior de Marruecos.
Tenía ante mi cámara la literalidad del silencio de los corderos. Tras degollarlos, sin queja alguna por el animal, utilizaron una bomba de hinchar ruedas de bicicleta para introducir aire entra la piel y la carne, con el objetivo de despellejarlo mejor. A continuación vaciaron y limpiaron el animal de toda la casquería con la que iban a hacer los primeros platos, unos deliciosos pinchos de hígado recubiertos con grasa de las tripas.
El fuego ya estaba listo. Pronto iban a empezar a llegar los olores que abrirían el apetito. Las rondas de pinchitos se iban a suceder una tras otra, tampoco iba a faltar el té. Era fiesta y además los Chinani tenían invitados, mi hermana y yo. Había perdido la cuenta de los pinchos que había comido cuando me llamaron para que viera que del cordero se iba a aprovechar todo. Del cordero se cocina absolutamente todo y el resultado es muy sabroso. Tras voltear la piel, le tiraron por encima una generosa capa de sal gorda para que soltara todo el agua y evitar así olores y la podredumbre de una pieza que acaba en las tenerías para teñir y poder confeccionar alguna prenda o accesorio. Las cabezas de los animales también forman parte del menú, pero antes las llevan a las principales plazas de los barrios para que las asen —quedan carbonizadas— en unas grandes parrillas dispuestas para ese fin. El resto del cordero quedó colgado en el interior de la casa, para ir preparando otros platos y ofrecer siempre una parte a la caridad.
Tras los días de celebración, queda llevar las pieles a las curtidurías y, más tarde, a las tenerías para teñir las piezas. Para entender este proceso viajamos hasta Fez, donde se encuentran las más conocidas. En las curtidurías y las tenerías la gente suele poner una barrera hecha de hojas de menta entre sus prejuicios de urbanita y la realidad del olor de los mejunjes que usan para teñir y que llevan casi de todo. En la primera parte del proceso se da una capa de cal viva al reverso de la piel. Después llega el momento de dar color a la pieza. En la tenería Chouara podemos subir a una de las terrazas y ver los pozos de líquidos de mil colores y las pieles puestas a secar al sol o, mejor aún, bajar junto a los trabajadores para comprobar cómo los chavales bucean en las cubetas. Toda una experiencia.
Leave a Comment