Ha arrancado Valencia Cuina Oberta y tienes mesa reservada para comer y para cenar, día sí y día también. Lo que más te apetece, después de comer, es practicar el noble arte de la siesta, pero es un cargo demasiado pesado para la conciencia. Así que decides mover el culo, no dejar las cosas para el lunes y dar uno de esos paseos para-bajar-la-comida. ¡Bien hecho! Te proponemos un menú de itinerarios, por seguir con el asunto gastronómico, en los que de paso puedes aprender alguna cosa.
Gótico civil con emulsión palaciega y cimborrio. Cuando Jaime I el Conquistador se hizo con la ciudad de Valencia, se empezó a plantar gótico religioso encima de los cimientos musulmanes que a su vez habían crecido sobre los visigóticos. La obra religiosa más importante es la catedral de Santa María, con un curioso cimborrio octogonal. El gótico alcanzó su punto de máxima expresión durante el Siglo de Oro valenciano, que repartió por la capital del Turia las mejores obras del gótico civil, como las Atarazanas del Grao, el Palacio de la Generalitat, las torres de Quart y las de Serranos, y la Lonja de la Seda con su espectacular bosque de columnas.
También quedaron un buen puñado de palacios, sobre todo en la calle Caballeros, en los que a veces es posible echar un fugaz vistazo al patio. Uno de los más destacados es el de los Mercader.
Mezclum de brotes verdes con iniciación a la botánica. Aunque la media de zona verde por habitante no es muy elevada, sí lo es la calidad de sus jardines. Los encontramos venidos a más, como los Jardines del Real, también conocidos por un más republicano de Viveros, que mutaron de huerto a jardines regios. Los tenemos neoclásicos como los de Monforte, con guiños a la literatura como los de Polifilo, con ficus de cuarenta metros de diámetro en la copa como los de la Glorieta. El parque de Cabecera pasó de nido de yonquis a lugar donde ir con la familia a dar de comer a los patos y en el jardín Botánico podremos conocer el trabajo que se está haciendo con las especies raras, endémicas o amenazadas de la flora mediterránea. El cauce del Turia merece capítulo aparte.
Semirío (sic) con espumoso de goles, gigante de risas y puentes en varias texturas. El 14 de octubre de 1957, las ingentes precipitaciones causaron el desbordamiento del río Turia con funestas consecuencias para la ciudad y sus habitantes. Ese fatídico día de otoño marcó un punto de inflexión en la evolución de la ciudad. Con la puesta en marcha del Plan Sur, el cauce del río Turia se desvió para transformar su trazado por la ciudad en el parque más grande y visitado de España en la actualidad. Las 110 hectáreas dan para mucho: paseos en bicicleta, vivir otras vidas pasando las páginas de un libro, ver un partido de la liga de fútbol de inmigrantes ecuatorianos, subir, bajar y volver a subir al Gulliver (sin olvidarse luego a los niños); comenzar un cuaderno con anotaciones de especies botánicas con ejemplares como el curioso palo borracho o escuchar a la Orquesta de Valencia en el Palacio de la Música. El cauce del Turia está cruzado por puentes de distinta edad y condición. La peineta de Calatrava, el de las Flores, el de Madera, Serranos, del Real, de las Flores, del Ángel Custodio, del Reino, de l’Assut d’Or o, dada la querencia de esta tierra a poner motes, el puente jamonero.
Falso bombón de hierro y cristal con aroma de Calatrava. Calatrava comenzó, tímidamente, a plantar hormigón y acero en el puente de la Alameda y acabó con un atracón de ego en la Ciudad de las Artes y las Ciencias, una oda a la megalomanía, un soneto arquitectónico compuesto de acero, hormigón, cristal y rima asonante en el paisaje. Lo que sí está muy claro es el papel revitalizador de la Ciudad de las Artes y las Ciencias, al turismo le ha sentado de maravilla. Hollywood ha puesto el ojo en esas estructuras y el próximo año llevará hasta allí a George Clooney y a Hugh Laurie para rodar Tomorrowland, un previsible pelotazo de taquilla que se estrenará en diciembre de 2014. Junto al Oceanográfico (el único de los edificios que no es de Calatrava sino de Félix Candela) se han levantado las dos últimas piezas del conjunto iconográfico: el puente de l´Assut d’Or, bautizado popularmente como el jamonero de Valencia, y el Ágora, al que todavía le faltan unos retoques en la cúpula.
Trío de lomos: león, jirafa y elefante a sus anchas. Lo primero que se me ocurre para tratar de explicar el concepto del Bioparc es parafrasear a Magritte y decir que esto no es un zoológico. El parque abrió sus puertas en febrero de 2008, con espacios dedicados a los hábitats naturales africanos. Actualmente, cuenta con una extensión de 100.000 metros cuadrados y en el futuro está previsto dedicar zonas a la fauna del Sudeste Asiático y al Neotrópico. Lo novedoso de este tipo de parques es que las barreras son invisibles para el visitante, dando la sensación de que nos adentramos en los espacios naturales propios de cada especie, en lo que han dado en llamar zoo-inmersión.
Mille-feuille de fachadas a la manera de Francia. El modernismo entró en la ciudad un poco tarde, con formas algo eclécticas y cierta tendencia al barroquismo en algunos casos. No obstante, Valencia es una de las ciudades españolas con mayor y mejor muestra de un estilo arquitectónico que llamó a sus puertas en las primeras décadas del siglo XX, cuando en Europa ya miraban hacia el Art Decó. Cuando llegó la necesaria ampliación de la ciudad, más allá de las murallas, se contó con algunos de los principales arquitectos del momento, como Demetrio Ribes, Francisco Mora o José María Manuel Cortina. Los principales exponentes son la estación del Norte, los mercados de Colón y el Central y la casa del Punt de Ganxo, pero hay una buena dosis de edificios interesantes repartidos por la ciudad, principalmente entre la calle Colón y la Gran Vía Marqués del Turia.
Trazos mediterráneos con espuma de nuevos tiempos. Los baúles de la Piquer, los ninots indultados, la historia del arroz, dedicados a Benlliure o a Blasco Ibáñez, con cuadros de Sorolla, de la ilustración y de arte moderno, de ciencias naturales y hasta de la Semana Santa marinera. La oferta museística de Valencia es amplia y variada, con respuestas para todo tipo de preferencias. Además, el museo de Bellas Artes, entre las mejores pinacotecas del país, es gratuito. Así que el precio tampoco es excusa. Muchos de los que sí cobran entrada están incluidos en la Valencia Tourist Card. También incluye el transporte público, así que es una buena opción si piensas moverte un par o tres de días por la ciudad.
Esferificación de piernas al aire de Valencia. Esto viene a ser el paseo en bici de toda la vida, tranquilo, silbando la melodía de Verano azul. La ciudad es plana y la cadencia de pedaleo la pones tú. Una vez sales del centro histórico, que tiene un poco más descuidado el tema de los carriles-bici, es una delicia pasear por las calles de Valencia. Y aún más si bajas al cauce del Turia. Verás a gente haciendo deporte a cualquier hora, podrás llegar hasta la Ciudad de las Artes y las Ciencias para continuar, si te ves con fuerzas, hasta el mar. La empresa Doyoubike realiza rutas temáticas en bicicleta, tanto por la ciudad como hasta la Albufera, y también alquila bicicletas por horas.
Hostias consagradas al vino tinto. Si la oferta de muesos es amplia, la de iglesias ni te cuento. La Catedral y el Santo Cáliz, la devoción a la Virgen de los Desamparados, la de Santa Catalina donde bautizaron a Sorolla y la de San Martín donde se casó, el Patriarca con el impresionante interior de la cúpula, la de Santa María del Mar y sus misas cantadas, el Real Convento de Santo Domingo de mal disimulado aire marcial, los Santos Juanes y San Juan del Hospital. Y si te aburre tanta iglesia, siempre son lugares frescos donde echar una cabezadita en un banco.
La cocina de don Manuel. A la Malvarrosa llega un tranvía que ya no es, ni mucho menos, el de don Manuel. Todas las ciudades tienen su libro, un libro que acaba siendo su mejor guía. En este caso es Tranvía a la Malvarrosa, la novela de Manuel Vicent. El cabaret Rosales ya no existe, tampoco su sabor a fresa y esencia de amoniaco. Gracia Imperio ya no actúa en el Ruzafa ni Silvana Mangano despierta pasiones en la pantalla, pero muchas de las páginas todavía pueden ser pisadas y son reconocibles en la actual Valencia. Cada página una calle. Allí está la Estación del Norte y su altivez modernista, el recorrido hasta el hotel Inglés y algún que otro huertano endomingado y señoras de funcionario con abrigos de astracán saliendo de la Catedral. Cuánto hemos querido que se parezcan nuestras vidas al viaje iniciático de Manuel, cuántas veces hemos deseado dejarnos el bañador en unos matorrales de la playa donde los pescadores eran los primeros en llegar con sus sillas de tijera.
Plato de cuchara, el de toda la vida. El barrio del Carmen, el de rancio abolengo, tuvo su dosis de necesaria transformación para que todo siguiera igual. El lavado de cara todavía continúa, en un intento de convertir en factoría de ideas ese antiguo arrabal. A lo largo de los siglos, el Carmen mutó de huerta a morada de árabes, también de aristocráticos del medievo; fue lugar de conventos y sus calles tuvieron lugar destacado en el mapa de los buscadores de amor sin amor que otorgaban meretrices bendecidas por Santo Tomás de Aquino en su Summa Theologica o por el valenciano San Vicente Ferrer; la prostitución reglamentada llegó a alcanzar fama en todo el Mediterráneo. Parece que ahora le toca el turno al barrio de Ruzafa, donde ahora mismo se cocina una transformación que dará que hablar en los próximos años.
Explosión agridulce cocinada a baja temperatura. Al Mercado Central acuden muchos de los cocineros que conoceremos en Cuina Oberta. Buena pesca y buena huerta, con el producto creciendo sin prisas, para pasar luego a los fogones donde se les da el punto justo de cocción, el mimo que necesitan para expresarse con su máxima potencia. El Central es un mercado pensado para la gente, para hacer la compra más que para hacer la foto como pasa en algunas grandes ciudades. Con todo dispuesto de manera más funcional y menos estética, que la belleza ya la pone el edificio modernista.
Dónde dormir. A un hotel le pedimos que sea cómodo, céntrico, que tenga wifi y un buen desayuno. El hotel Palacio Marqués de Caro además te ofrece la historia de la ciudad al alcance de la mano. ¿Te imaginas dormir con un pedazo de muralla árabe, de más de 800 años, frente al cabecero de tu cama? El hotel tiene 26 habitaciones, muy luminosas, pero con un detalle muy importante: cuando decides cerrar las cortinas no entra un solo rayo de luz. Pura oscuridad para un descanso en condiciones. Está catalogado como edificio histórico y, probablemente, es el edificio en pie habitado más antiguo de Valencia. Está a unos metros de la plaza de la Almoina. Su restaurante, Alma del Temple, también participa en Valencia Cuina Oberta. Un detalle que nos gusta: el minibar, con refrescos, zumos, agua y algún aperitivo como almendras, aceitunas y chocolatinas, está incluido.
Más información. Si necesitas más información sobre la ciudad, puedes visitar la página de Turismo de Valencia.
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