Hace algún tiempo apareció en prensa la noticia de que Pompeya volvía a convertirse, bajo el punto de vista del arzobispo del santuario de la Virgen del Rosario de Pompeya, en un lupanar. La afluencia de turistas estaba originando la proliferación de establecimientos con oferta de habitaciones por horas, recuperando el viejo negocio que ya estuvo entre las calles de la antigua ciudad de Pompeya antes de que sucumbiera bajo la furia del Vesubio.
La erupción del volcán, en el año 79 de nuestra era, no fue el único momento caliente en la ciudad, cuyas tabernas (thermopolia) y restaurantes (cauponae) habían adquirido fama en los negocios de venta de amor sin amor.
Se decía que entre sus muros habitaba la felicidad (Habitat hic felicitas) y en las paredes se escribía, sin ningún tipo de tapujos, lo que allí adentro ocurría: Suma aere tua (por dinero soy tuya).
Cuando visité el recinto arqueológico de Pompeya, la entrada costó bastante más de los dos ases, ocho por las mejores mujeres, que cobraban las lupas —lobas, de ahí la palabra lupanar—. Un precio barato teniendo en cuenta que por un vaso de vino cobraban un as. Las prostitutas eran esclavas, de procedencia griega principalmente aunque también había orientales.
El lupanar de Pompeya que se ha conservado es un edificio con dos plantas y se ha convertido en el más visitado del recinto. La planta baja era para uso de las clases más pobres y el primer piso para la gente con posibles. Hoy día, en nuestras ciudades modernas, las clases están separadas por barrios, del arrabal a la parte alta de la ciudad, pero entonces compartían edifico. Eso sí, con accesos separados. La de la separación de clases es una hipótesis, porque se sabe que la gente más rica tenía esclavas sexuales o sus propios lugares. Así que los dos niveles bien pudieran ser la separación entre las mujeres que cobraban dos ases y las que cobraban ocho.
En la planta baja se conservan varios habitáculos con unas interesantes pinturas en la parte superior, que indicaban la especialidad sexual que allí se realizaba con explícitos dibujos que mostraban las diferentes posiciones. Hay pinturas por otra parte del edificio, como en la entrada donde vemos a Príapo cogiendo dos penes con las manos. Además de las pinturas, se han encontrado marcas y frases que dejaban los clientes y las propias prostitutas en las paredes, los típicos mensajes de “si quieres jaleo llámame”, “soy mengano y estoy superdotado”, “tal es una fulana”.
Los investigadores han determinado que el edificio que se conserva era exclusivamente lupanar, sin disimulos como ocurría en otras decenas de locales que anunciaban en su entrada negocios como posadas, restaurantes e, incluso, casas particulares. Muy cerca del lupanar se encontraban los baños para darse un repaso antes, o probablemente después quién sabe, del encuentro con las meretrices. Las camas debían ser ciertamente incómodas, hechas de piedra sobre la que se colocaba un triste colchón.
Había unas directrices que debían cumplir las mujeres, como estar inscritas en un registro y pagar sus impuestos. Aunque como suele ocurrir, la recaudación iba en gran parte al bolsillo del dueño del local. Por la calle, vestían con una túnica marrón y se teñían el pelo. También se ha sabido que portaban una inscripción en la suela del zapato para que los clientes pudieran identificarlas: Sequere me (Sígueme).
grazie por la information
A ti por pasarte, John Fred.