Hace algún tiempo se armó un lío monumental cuando se propuso legislar el acceso de los extranjeros a los coffeeshops, el borrador de ley decía que sólo podrían acceder los holandeses mediante una tarjeta de socio. Viendo el terremoto que podía suponer su aprobación en el asunto turístico —el 30% de los españoles que llegan a la ciudad incluye la visita a uno de estos establecimientos—, parece que la aplicación será algo más relajada de lo previsto inicialmente. Pero no hay que dramatizar, Ámsterdam tiene motivos suficientes para no jugárselo todo a la carta de esos liberales y oscuros garitos tradicionales. En mi última visita pude hacer una revisión de todos los clásicos y también incorporar alguna cosa nueva. Hubo incluso tiempo para la sorpresa: en Ámsterdam se puede comer bien.
Canales. Una cuarta parte de la superficie urbana de la ciudad es acuática, pero los turistas se empeñan en caminar por las mismas dos manzanas alrededor de los tres canales principales: Keizersgracht (del emperador), Prinsengracht (del príncipe) y Herengracht (de los caballeros). Si sales de allí, es relativamente fácil cogerle cariño a los canales. Al burgués del Siglo de Oro no le contaron los problemas de salubridad que tendría al vivir en las mejores casas sobre los canales y aunque hasta hace menos de una década los barcos anclados en los canales todavía evacuaban sobre los mismos, el caudal se renueva con agua procedente del Ijsselmeer, ese mar convertido en lago para evitar que los holandeses cogieran el flotador con demasiada frecuencia. Las casas sobre los canales están muy cotizadas y las viviendas en los barcos aún más. Son objeto de deseo de artistas, famosos y jóvenes con posibles. El año pasado se cumplieron cuatro siglos de la construcción de los canales.
Comer bien. Lo de Ámsterdam con el buen comer y con el buen beber nunca ha sido una relación fácil. Pero resulta que hay vida más allá de las máquinas Febo y de las costillas hasta reventar. La oferta no es muy amplia, pero el nivel de la cocina aumenta proporcionalmente a la distancia de la que nos separemos de Leidseplein. Ahora es posible comer en un restaurante ecológico en el último piso de una biblioteca, entrar en un gastrobar con apariencia de lonja para escoger tú mismo la langosta o alternar comida y cena en un local que, cambiando el mantel de papel por uno de tela, pasa de servir menús asequibles a cocina de autor. Además, lo bien que sienta volver a casa y decir: Yo comí bien en Ámsterdam.
De Pijp. El barrio es, actualmente, el laboratorio que toda ciudad necesita. Ha relevado al Jordaan en esas funciones. El proceso es conocido como la metamorfosis de la magdalena. Pasan a llamarse cupcakes y se triplica el precio de los alquileres. El Albert Cuypmarkt tiene ese toque de mercado british que tanto nos gusta, donde el quesero y el florista son tus psicoanalistas de barrio. Estetas con bici de piñón fijo y el artisteo local se dan cita a la hora del haring. Si no te va el arenque crudo, no te preocupes, estás en la ONU de la gastronomía. Con tanto restaurante exótico, llegará un momento en que ya no distingas entre el aroma del pad thai, del guacamole o del gazpacho, tal es la mezcla se sabores y olores en De Pijp. Otra de las mecas actuales del postureo se encuentra en el barrio conocido como las 9 Calles.



Eye. Lo que más envidia da de este museo-espacio cultural dedicado al séptimo arte no es su filmoteca, con varias salas decoradas de manera diferente donde exhiben películas y ciclos temáticos o por autor, siempre en versión original. Tampoco es su restaurante con excepcionales vistas a la ciudad. No son las exposiciones temporales —una de las más exitosas estuvo dedicada a Kubrick—. Ni siquiera la parte interactiva de la planta baja, donde te dejan toquetear todo. Lo que es digno de admiración es que, lejos de ser un museo exclusivo para cinéfilos, es un espacio donde las familias llevan a sus hijos desde muy pequeños. Por si alguien quiere tomar nota.



Foam. Es uno de los museos de fotografía más interesantes de Europa. Sus exposiciones son temporales y mezclan con una soltura admirable a Diane Arbus con la evolución de la fotografía rusa en color. Tienen una interesante biblioteca a disposición de los visitantes. El museo cuenta con una amplia oferta de talleres y dicen que en el café de la planta baja se organizan las mejores tertulias fotográficas del continente. Además, Foam es una editorial de caprichos que edita interesantes libros de autor y una revista.


Museo Marítimo. Si no tienes hijos y tus viajes se acaban yendo del sofá a la nevera, probablemente te aburra el museo Scheepvaart. La épica, el atractivo y el poder de la Compañía Neerlandesa de las Indias Orientales (VOC), se exponen en cada rincón de las salas del museo. También en el exterior, con la réplica de uno de los barcos que dieron fama a la VOC. El mascarón de proa parece que está pintado con témperas de plásticos colores, pero en el interior del museo hay una interesante colección de mascarones con tonos mucho más naturales. Si hay un lugar adictivo, en el que te encantaría perpetrar un robo, es en la salas donde se exponen los sextantes y los globos terráqueos. Si nada de eso te llama la atención, date una vuelta por el patio (es gratis) y observa la cúpula de cristal que incorporaron en la última remodelación. Es obra de Laurent Ney y representa la rosa de los vientos que aparecía en las antiguas cartas de navegación.
Pied à terre. No se puede abrir una librería de viajes sin ser buena persona. Sólo así se entiende que puedas entrar a pasar la tarde en Pied à terre, una de las más importantes de Europa en la temática, coger unos cuantos libros, algún mapa y sentarte en el pequeño café que hay al final del local para soñar con viajes remotos. Aún si sales sin compra te dedicarán una sonrisa para desearte buen viaje. La colección de títulos es enorme, en diferentes lenguas, con especial atención a los grandes libros ilustrados. Por cierto, otra cosa que no siempre es fácil en Ámsterdam es tomar un café con leche decente. Aquí es excelente. La librería está en la calle Overtoom, 135-137.
Stedelijk. Si empiezas por los cuadros en el límite temporal de los expuestos en el Rijksmuseum, habrás entrado con buen pie. Poco, pero hay algo de impresionismo y de expresionismo. Bendito Ernst Luwdig Kirchner. Pero una vez avances lo primero que tienes que hacer, por supuesto sin que nadie se dé cuenta, es tratar de diferenciar entre lo que son obras de arte y lo que forma parte del inventario del museo. La salida de emergencia, el extintor y el personal de seguridad corresponden al segundo grupo. A partir de ahí, te vistes con los colores de un cuadro de Mondrian, te colocas las gafas adecuadas y dialogas con las obras de distintos tonos de blanco que hay colgadas en la pared o tiradas por el suelo. Si quieres tener un diálogo fluido, busca en la Wikipedia y aprende de memoria todo lo que encuentres en materia de arte de las vanguardias en adelante. Resumiendo, casi todo lo que acabe en ismo.




Van Gogh. Tengo que reconocer que la pasión por los cuadros del pelirrojo es algo menor que por los de otros grandes maestros, sin que eso signifique que no me fascine. Es todo por obra y gracia de la mercadotecnia y de la querencia a pasearse por las salas de subastas con la intención de batir récords en plan pichichi, con cada cuadro alcanzando una cotización mayor que el anterior. Cierto es que una vez estás ante El dormitorio en Arles o el Campo de trigo con cuervos se te olvida que sus cuadros se han convertido en llaveros, camisetas o en grupos de seudo pop-rock-dance-ranchero, cosas que no estimulan demasiado la libido. El Muso Van Gogh es uno de los lugares más visitados de Ámsterdam.



Vermeer. Cuando estoy delante de alguno de los cuadros del pintor de Delft se activan mis endorfinas. Y de qué manera. Dicho en castellano sencillo, me pone adoptar el papel de un voyeur observando a La lechera desde lejos. Y aún más a La joven de la perla —este cuadro está en el museo Mauritshuis de La Haya—, incluso más allá de pensar en Scarlett Johansson en aquella película casi prescindible. Esas mujeres de Vermeer son el equivalente norteño de las morenas de Julio Romero de Torres; una especie de inconfesable deseo por la portera de tu edificio. El Rijksmuseum estuvo una década patas arriba, pero ahora hace un año que volvió a la normalidad y vuelve a mostrar algunas de las obras imprescindibles en la historia del arte.
Cómo llegar
Una de las mejores opciones para llegar hasta Ámsterdam es en un vuelo de la compañía Vueling, que enlaza Ámsterdam con numerosas ciudades españoles, ya sea en vuelos directos o a través de Barcelona, a precios muy interesantes.
Para más información, visita la página de Vueling.
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