Espías, contrabandistas, putas de lujo, camellos, alcohol, timbas interminables en oscuros antros donde la categoría la marcaba la bebida que se servía: cerveza, whisky, champán. Y una parte significativa de la población consumiendo cocaína. Bienvenidos a la Barcelona de hace un siglo, la Barcelona de la Gran Guerra.
Tengo cita con David Revelles junto a las tres chimeneas del Paralelo, el lugar donde estuvo la histórica factoría conocida como La Canadiense. David es periodista de viajes y también guía de singulares rutas por la capital catalana. Me ha prometido un paseo por una Barcelona frenética, alocada, capital del estraperlo; también traiciones, cócteles innovadores y pistolas. Y uno, que está un poco harto de parque temático y franquicias, se apunta encantado.
Al inicio de la Primera Guerra Mundial se pensó que la cosa iba a acabar en cuatro días, por lo tanto la neutralidad española de poco servía. Pero cuando se dieron cuenta de que iba para largo, la ciudad de Barcelona adquirió una enorme importancia: alguien tenía que producir mientras los demás estaban en el campo de batalla. Se empezó a vender cualquier cosa que alguien estuviera dispuesto a pagar. Se llegó a poner precio incluso a cosas inútiles. Y lo bueno es que se vendían. Barcelona contaba con una gran ventaja, tenía salida al mar y por lo tanto puertas a que entrara y saliera de todo. Josep Maria de Sagarra dijo que cualquier inútil con un leño más o menos navegable se hacía millonario en un par de meses.
Esa prosperidad trajo consigo excesos de todo tipo, no hay más que establecer comparación con situaciones más actuales derivadas de la bonanza del ladrillo. El Paralelo explotó como lugar de ocio, los cafés y teatros florecieron pero también antros del más diverso pelaje. En el Excelsior servían sofisticados cócteles y de allí tuvo que salir por patas el Príncipe de Cuba, una especie de gigoló bailongo al que el tango se le daba tan bien como las mujeres.
En La Criolla prostitutas y prostitutos hacían realidad las fantasías de los clientes, aunque si de fantasías hablamos hay que referirse a Madame Petit, el gran lupanar de lujo de la época. David se refirió al local como el Tibidabo del Sexo. Estuvo ubicado en la calle Arc del Teatre y vivió su época dorada entre los años 1915 y 1920, y era el único prostíbulo donde cambiaban las sábanas después de cada servicio.
Lo normal, en la propia calle, era que los comercios de amor sin amor utilizaran las sábanas como puerta. Madame Petit fue el primer edificio de la ciudad en el que se instalaron bidés, hubo una cama redonda hasta para siete parejas, disfraces, dos polacas, madre e hija, especializadas en sadomasoquismo; una habitación equipada con un ataúd y unas velas. Para pagar los servicios te daban fichas como si de las atracciones de una feria se tratara, fichas que hacían referencia a Príapo. Tras el ocaso, la decadencia. El local llegó a ser la pensión Los Arcos, donde las meretrices alquilaban cuartuchos por horas. Ahora es un solar cerrado por un feo portón metálico.
Los tejemanejes, trapicheos, comercio del sexo y demás aventuras dieron pie a crónicas en los diarios que eran pura literatura. Los periodistas del ABC hacían entusiastas y poéticas descripciones de las frutas y verduras que se vendían en la calle Arc del Teatre, que por las mañanas tenía el aspecto de un zoco de Marruecos. Otra vez volvemos a Sagarra, que hablaba de depravación enjoyada y del aumento en número, elegancia, arabesco y ferocidad, del contingente inmigratorio de las profesionales de la galantería.
Otro de los locales destacados fue el Café del Centro, el primer garito donde se bailó el tango y se esnifó cocaína. Los paraísos artificiales eran el pan de cada día en las noches de la capital catalana. En 1918, hubo que reglamentar el asunto ya que la droga se vendía en las farmacias junto a las pastillas de goma para la tos.
Existía un censo de cocainómanos en el que se contaban por miles. El consumo de drogas, por supuesto a la vista de todos, era símbolo de modernidad y libertad, sobre todo entre las mujeres. En la publicidad de la época, mujeres representativas de diferentes grupos sociales y edades hablaban sin tapujos del porqué de su consumo: es moda, lo toman las niñas bien, me quita el mal humor de las pérdidas en el juego, porque la toma mi yerno, porque me siento como si tuviera quince años. O, ya sin tapujos de ninguna clase, directamente por vicio. Se pedían fresas al cloroformo o éter con champán y en la portada de la revista Estampa una señora con un perfecto recogido y bien maquillada esnifaba cocaína directamente de su mano. Polvos maléficos, mandanga —mandanga chachi si era muy pura— cocó o nievita en las zonas altas. Cada nivel social tenía su propio argot.
También hubo grandes escándalos protagonizados por espías. Estuvieron implicados desde el personal de la compañía Transmediterranea hasta el comisario de la policía política de Barcelona, el rey del Distrito V, del Barrio Chino, del Raval: Manuel Bravo Portillo, que bien podría haber escrito un manual del perfecto hijo de puta. El libro de Eduardo Mendoza La verdad sobre el caso Savolta está inspirado en el caso del empresario que mandó matar al comisario. Pero el más curioso de los casos de espionaje fue el que implicó al director del puerto de Palamós, Ramón Regalado. Dos días a la semana bajaba a Barcelona, se alojaba en el hotel Colón y vivía como si no hubiera mañana. Le pusieron una amante-espía que, al ser descubierta, tuvo que salir corriendo dejándose, literalmente, las bragas. Ricas ropas y lujosa lencería, uniforme de trabajo que intentó recuperar por todos los medios.
En la ruta hay mucho más, como el origen del apodo de Barrio Chino para el Raval. ¿Alguien lo conoce? Ese secreto lo dejo para David, para que os lo cuente en uno de sus paseos por la Barcelona de la Gran Guerra. La ruta se realiza durante todo el año. Completan la oferta otras interesantes rutas como la de los hoteles históricos, la masónica que da la opción de acabar comiendo en el restaurante 7 Portes, la ruta por la plaza Real, o la de El Quijote y Barcelona. Lo que me pareció más interesante de la ruta fue el punto de vista de David: explica cosas y responde preguntas, desde su visión periodística y no la del guía turístico clásico.
David Revelles (Barcelona, 1975) tuvo claro, desde que en 1998 se licenciara en Periodismo por la UAB, que viajar por el mundo para luego contaro iba a ser la fórmula más apasionante de disfrutar de su profesión. Por eso, desde el principio, centró su trabajo en el periodismo de viajes sin olvidar su otra gran filia: la divulgación histórica. ¿Cómo lograr ambas cosas en Barcelona, su ciudad? Desde hace cinco años, a la par que sigue colaborando para diarios como El País o revistas como Condé Nast Traveler, se dedica también a descubrir otros rostros de Barcelona a través de un ramillete de recorridos urbanos comentados por la ciudad, rutas que pretenden ser singulares, didácticas y divertidas. Más información en su web Rutes Barcelona Singular.
¡Qué interesante! No tenía ni idea pese a ser de Barcelona. La del Barrio Chino creo que la sé, pero.
La historia es fascinante, Jordi, y eso que aquí solo cuento un poco de una ruta que dura más de dos horas. Tengo ganas de hacer con David la ruta masónica, que creo que también tiene mucha miga.