A todo el mundo le cuentan el rollo de que Boabdil lloró como mujer lo que no supo defender como hombre —comentario histórico-machista donde los haya—. El moro salía suspirando de Granada. Por el camino enterró a Morayma y siguió el llanto. Lo que no nos cuentan es dónde paró de llorar: a su llegada a Fez. Aunque hay diversidad de opiniones sobre el lugar exacto, lo que nadie duda es que fue enterrado en la capital espiritual de Marruecos, donde vivió treinta años entre guerras y recuerdos. Las crónicas nada cuentan acerca de si buscó un punto elevado para echar un vistazo a su llegada. Pero quiero pensar que sí, que se asomó a alguna de las atalayas que permiten ver en conjunto toda la medina y dijo: Coño, esto no está nada mal.
Aunque desde el Borj Sur o desde las tumbas meriníes apenas te puedas hacer una idea de la fuerza de ese enorme Pantagruel que engulle a todo el que se adentra en sus calles, callejuelas y callejones. Es la medina más grande del mundo y no tiene miramientos con nadie. Enrique Vila-Matas cuenta en el prólogo de su libro Suicidios Ejemplares que hace años aparecieron unos misteriosos graffitis en la ciudad nueva. Eran obra de un campesino, vagabundo, que no se adaptaba a la ciudad y como orientación dibujaba en las paredes. Como dice el autor del libro: “…debía marcar itinerarios de su propio mapa secreto, superponiéndolos a la topografía de la ciudad moderna que le era extraña y hostil”. Y eso que hablamos de esa Ville Nouvelle de amaneramiento francés y con nombres en las calles. Si hubiera vivido en la medina hubiera sido imposible. Mil veces han intentado hacer un mapa útil y mil veces han fracasado. El primero que cayó en mis manos tenía marcadas con nombre las dos principales calles de la medina. Y sus puertas. El último ya menciona medio centenar de calles. No está mal, cincuenta de varios miles. Y si Google no lo remedia así seguirá siendo. Bueno, Google o absurdos proyectos como el que hubo de rehabilitar la medina siguiendo las directrices de Ciutat Vella en Barcelona. Menudos lumbreras con demasiado tiempo libre manejando dinero ajeno. El encanto de ese boato medieval se mantendrá mientras siga siendo imposible elaborar un mapa decente.
Si es tu primera visita a Fez, el dinero mejor empleado será el que le pagues a un guía —no racanees, mejor uno oficial— para que te lleve por el sota, caballo, rey de la medina: entrada por Bab Boujloud, bajada por Tala’a Kebira hasta la madraza Bou Inania, la fuente y el museo del barrio Nejjarine, la plaza Seffarine con el repique de martillo de los artesanos del cobre, la universidad Quaraouiyine, Chouara, la curtiduría más conocida; y regreso por Tala’a Sghira. Si el guía es de jornada completa, también incluirá el Palacio Real, el barrio judío o Mellah, quizás el barrio de los alfareros y alguna de las atalayas de la ciudad para ver caer el sol.
Ahora bien, cuando te sientas con valor, cuando creas que las nociones de orientación aprendidas en aquel lejano campamento de verano te van a mostrar todos los secretos de la medina, cruza decidido cualquiera de las puertas de Fez el-Bali y camina sin rumbo fijo haciendo oídos sordos a los gritos de ¡amigo, amigo! Pero tienes que saber que será inútil, que estarás perdido desde el principio. Cuando te rindas a la evidencia no intentes ser Teseo y pide ayuda a cualquier chaval que, propina mediante, te sacará de allí. Con un poco de suerte sin llevarte a la tienda de su primo. Eso sí, intenta acabar la tarde con un té en la mano en alguna privilegiada terraza para esperar el momento del canto del almuédano llamando a los fieles. Cuando escuches el primer Al·lahu-àkbar y le respondan decenas de mezquitas desde todos los puntos cardinales, sentirás que no hay escapatoria. Pese al flirteo con nuestro siglo representado por parabólicas que se cuentan por cientos en las azoteas, Fez es un enjambre medieval del que cuesta tanto salir como escapar.
¡Balak, balak! Cuando escuches esa cantinela, entra en pánico, apártate o busca un lugar donde meterte y no pierdas tiempo mirando atrás. No necesariamente en ese orden. La advertencia va en serio. En el interior de la medina no está permitida la circulación de vehículos a motor, por lo que todo el transporte se realiza con mulas y burros: el reparto de la Coca-Cola, la comida e incluso las bombonas de butano. Las recuas son de cuatro burros o dos mulas como máximo, se da preferencia al que más peso lleve y bastante hace el conductor con gritar ¡Balak! para no arrearte con la bombona. Avisado quedas.
Si quieres vivir la experiencia de la medina completa, alójate en uno de los riads que hay en su interior. Me encanta el riad Tafilalet, con sus habitaciones en torno a un patio con una fuente. La gastronomía es excelente, en especial los diferentes tipos de tajine y la pastilla. Hay días que hay música de laúd en vivo, la maestría de los músicos te hará desconectar del mundo, aunque si prefieres no hacerlo disponen de wifi. También cuentan con un hammam y su terraza es una de las mejores de la medina para escuchar la llamada a oración con un té en la mano. La amabilidad del personal te hará sentir mucho mejor que en casa.
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