Llegas a un cruce en Sardinal, giras, y tras pasar la localidad de Guacimal la carretera —la calle dicen por allí— empieza a subir y a perder su condición, se convierte en un camino salpicado de socavones que el conductor va esquivando con destreza; se verticaliza. Las terrenos destinados a pastos van dando paso a una vegetación en la que asoman espaveles, guácimos, indios desnudos y palmas de coyol de las que elaboran un vino muy apreciado en Semana Santa. En un claro del bosque aparece la imagen de la península de Nicoya y el océano Pacífico. Y de repente sucede: entras en las nubes.
El bosque nuboso es un ecosistema muy frágil, expuesto a un gran riesgo por culpa del cambio climático. Monteverde es uno de los más valiosos ejemplos de este tipo de bosque. Las nubes cosidas al dosel del bosque casi de forma permanente ejercen de filtro para la entrada del sol y, por ende, para la salida del agua por evaporación. La niebla y el rocío que se condensa en las hojas hacen que el goteo sea continuo. El calentamiento global está alterando el patrón de formación de nubes en las montañas tropicales, lo que reduce la neblina y las lloviznas. Además, si la temperatura sube las especies que viven a menor altitud invaden las zonas más elevadas y empujan a especies exclusivas que, evidentemente, no pueden subir más arriba. De hecho, el aumento progresivo de la temperatura de las últimas décadas ha favorecido la expansión de un hongo que ataca a ranas y otros anfibios: el sapo dorado (Incilius periglenes), especie endémica de Monteverde, ha sido declarado extinto por la UICN porque no se ha visto ningún ejemplar desde el año 1989.
En el primer cuarto del siglo XX, llegaron las primeras familias a Monteverde, principalmente provenientes de las zonas de San Ramón y Alajuela, en el Valle Central. En esos días, el gobierno invitaba a la gente a colonizar tierras y tras diez años le otorgaba el título de propiedad. Tenía que irte la aventura para iniciar un viaje así, aunque más bien fue el empuje de la necesidad lo que llevó a esa gente a abrirse paso a machete limpio para instalarse en esas tierras. Tras su llegada, siguió la necesaria deforestación para poder plantar maíz, frijoles y tubérculos. Años más tarde, una parte de la economía de la zona venía de producir licor de contrabando, guaro de caña, para quitar penas, claustrofobias y cansancio a los mineros que trabajaban en las minas de Juntas.
En el año 1951 hay un punto de inflexión en la historia de Monteverde: llegaron los cuáqueros desde Alabama. Su cultura, basada en principios pacifistas, fue determinante para la evolución y protección del entorno natural. Los cuáqueros huían del alistamiento obligatorio en el ejército impuesto en Estados Unidos y se encontraron con un país que había abolido el ejército un par de años antes para invertir el dinero destinado a defensa en educación y sanidad. Buscaron su Arcadia por diferentes lugares de Centroamérica y la encontraron en Monteverde. El clima fresco era favorable para la producción lechera e introdujeron la producción de queso —venían de tradición ganadera— y compraron tierras. Estaban en Monteverde por una cuestión de principios, no económica, no había afán de imponer ni de dominar, así que acabaron haciendo copropietarios a los ticos de la planta procesadora de leche. El sistema funcionaba, los pagos mensuales fueron un gran aliciente frente a la incertidumbre de los pagos escalonados durante el año a los que estaba acostumbrada la gente local. Los cuáqueros destinaban los beneficios a comprar más tierras.
Monteverde empezó a llamar la atención de algunos científicos, entre ellos el joven George Powell que estaba trabajando en el estudio de las aves para su tesis doctoral. Su encuentro con el cuáquero Wilford ‘Wolf’ Guindon fue proverbial para la conservación del bosque. De sus conversaciones salió la necesidad de conseguir fondos para comprar aún más tierras y protegerlas para crear, en 1972, la Reserva Biológica Bosque Nuboso de Monteverde y la Liga de Conservación de Monteverde. Wilford trabajó en ambos proyectos como jefe de seguridad y aplicó sus creencias a ese menester: nunca llevó un arma y se enfrentó a los cazadores furtivos con palabras, respeto y, dicen, algo de humor. Hasta su fallecimiento, el año pasado, vivió obsesionado con la conservación del bosque nuboso e inculcó esos valores a sus descendientes.
Junto a la Reserva Biológica Bosque Nuboso de Monteverde hay otros espacios naturales protegidos. Saltamos hasta Suecia, al año 1987. Sharon Kinsman, una bióloga estadounidense que había hecho trabajos de investigación en Monteverde, estuvo dando unas charlas en el país escandinavo acerca de la importancia de los bosques tropicales. Eha Kern era maestra en una pequeña escuela de un entorno rural. Le pareció buena idea que los niños escucharan a la bióloga y la llevó para que les hablara sobre el bosque. Por iniciativa de uno de los niños, Roland Teinsuu, de tan solo nueve años, que se preguntó qué podían hacer para salvar a los animales y bosques de Monteverde, comenzaron una campaña de recaudación de fondos. Los niños hacían pasteles para vender, pedían donativos, y consiguieron recaudar lo suficiente para comprar quince acres —aproximadamente seis hectáreas— de tierra. Fue el inicio del Bosque Eterno de los Niños. Luego se sumaron niños de hasta 44 países que han convertido el Bosque Eterno de los Niños en la reserva privada más grande de Costa Rica, con más de 23.000 hectáreas. Allí llevan a cabo programas de reforestación, educación ambiental e investigación.
El camino por el bosque nuboso aparece tapizado de hojas caídas, el musgo cubre ramas y piedras, los helechos se asoman al camino y las heliconias ponen la nota discordante en el omnipresente color verde. La niebla está metida en el bosque y no se ve el final de algunos árboles enormes, de tronco inabarcable. Para tratar de tú a esos gigantes del bosque tropical nos trasladamos hasta los puentes colgantes de Sky Adventures y caminamos a la altura del dosel. La forma de las bromelias facilita la retención de agua y sus hojas sirven de escondite a algunas ranas. Para ver otra clase de epífitas hay que fijarse un poco más, incluso con la ayuda de una lupa: Monteverde tiene una gran concentración de orquídeas por metro cuadrado —se han podido ver hasta 525 diferentes—, algunas de ellas diminutas pero bellas y sensuales cuando se le ponen aumentos a la visión.
Monteverde es un destino muy apreciado para los amantes de la observación de aves. En nuestro paseo, entre otras especies pudimos ver un halcón montés chico (Micrastur ruficollis), una pareja de pava negra (Chamaepetes unicolor) y un precioso momoto diademado (Momotus lessonii) comiendo pequeños frutos. El quetzal se resistió, pero vimos en cambio los vivos colores de uno de sus parientes, un trogon acollarado (Trogon collaris). Actualmente, Monteverde atrae a investigadores, científicos, profesores, estudiantes, naturalistas y turistas, aunque estos últimos se tienen que conformar con visitar el 3% del espacio protegido, el resto está bajo estricta protección dedicado al estudio. En las manos de los primeros está encontrar causas y soluciones, en las nuestras, las del turista, la de ser respetuosos al máximo durante nuestra visita y hacer un uso razonable de los recursos.
De vuelta a Santa Elena, la principal localidad de la zona, nos detenemos en el Fondo Comunitario de Monteverde para hablar con su presidente, Guillermo Vargas: “Tenemos que evolucionar con el cambio, educarnos y educar al visitante. Aprovechar la realidad para generar conciencia. En cincuenta años, el bosque nuboso puede dejar de serlo. Las aves van subiendo; incluso los patrones de floración del café se están modificando”, nos explica Guillermo mientras Noelia, nieta de uno de los primeros cuáqueros que llegaron a Monteverde y coordinadora de los proyectos del fondo, asiente con la mirada puesta en Guillermo, sabiendo que les corresponde a ellos, a los jóvenes, continuar el trabajo que iniciaron aquellos intrépidos granjeros que decidieron proteger los bosques simplemente porque era lo correcto.
Texto: Rafa Pérez / Fotos: Òscar Domínguez
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Bonita descripción, fantasticas fotos….!!!
Gracias Rafa y Óscar. Es una maravilla de reportaje
Muchas gracias, María! Esperamos despertar el interés por la naturaleza y su conservación con la serie de reportajes que vamos a publicar.