La pretensión máxima del explorador es la de pisar donde nadie ha pisado. La de Ander Izagirre todo lo contrario. Eso sí, se toma su tiempo. Estira los 37 minutos que tarda el tren en cubrir la distancia entre Bolonia y Florencia y los convierte en seis días a través de los Apeninos. Escribe un libro y lo llama Cansasuelos, título que al estar ambientado en tierras italianas podría leerse con la voz de Marlon Brando en El Padrino e ir precedido de la palabra famiglia. Pero no, no habla de dramas familiares ni de vendettas —aunque se alegra de la desgracia de un ciclista—, sino de un hombre al que le gusta caminar.
Estamos ante un caso claro, que no típico, de viajero con el Síndrome de la Cantimplora —chúpate esa, Freud—; a Ander le pones en las manos un recipiente con líquido y te lo convierte en 100 páginas. Incluso en una forma de terapia mediante la omisión de información, y posterior regocijo si se lee bien entre líneas, a ese ciclista despistado que le había dejado sin provisión de agua. Aunque no se descartan otras patologías. En un ejercicio de virtuosismo consigue llevar a otro nivel los parecidos razonables: Hitler y los periodistas, los escarabajos y los turistas, los Medici y Apple, las calzadas romanas y un harrijasotzaile navarro.
Tras un episodio de canibalismo en una vieja osteria tiene los arrestos de ir a comer caval pist, una especie de steak tartar de caballo, aunque se acaba conformando con una cena bio y sigue caminando.
Aprovecha el viaje para iniciar un estudio que sería muy del gusto del señor Lobo: se pone a medir las pollas de los Neptunos que va encontrando por el camino, determinando que el de Bolonia ganaría por KO al de Florencia si midiéramos, sus fuerzas digo, sobre un ring. También le llaman la atención los pitos asomando entre lorzas de los niñosjesuses en la Galería de los Uffizi. Más carnaza para Freud. La descripción que hace de los cuadros, tras la necesaria cola para entrar en una de las mejores pinacotecas del mundo, hace equilibrios entre el sacrilegio y la caricatura. Como parece encontrarse cómodo en terrenos pantanosos, vamos a hablar con Ander de turismo y de turistas.
Kamaleon- ¿Cómo va esa tesis sobre los pitos de las estatuas de Neptuno?*
Ander Izagirre- Concluida. El libro demuestra que el verdadero pene de Neptuno es uno que se ve pero no existe.
K.- David Le Breton, en Elogio del caminar, dice que caminar es a menudo un rodeo para encontrarse con uno mismo. Manuel Leguineche cita, en El camino más corto, la frase que Hermann Keyserling escribió en 1918: “El camino más corto para encontrarse uno a sí mismo da la vuelta al mundo”. ¿Hubo algo de eso en tu paseo por los Apeninos?
A.I.- Sí, pero casi sin querer y sin solemnidades. Caminar durante horas, sin preocupaciones, sin estímulos que reclamen tu atención, permite que el cerebro flote y que empiece a enlazar ideas, tonterías, ocurrencias, te permite pensar en asuntos que durante nuestras urgencias cotidianas no tienen ocasión de aflorar. Como te vas fijando en todo, de pronto ves a un escarabajo que amasa una bolita de mierda, te parece una escena asombrosa y te hace reflexionar sobre los viajes y el turismo. Ahora mismo escribo estas líneas y me parece bastante increíble lo que estoy diciendo, poco convincente, pero caminando la percepción del mundo cambia mucho. Se amplía.
K.- ¿Crees que hay que callarse más, sobre todo al caminar?
A.I.- Sí. El silencio es un bien cada vez más escaso, hay que cultivarlo a conciencia. Porque, si no, ya no nos lo encontramos nunca. Caminar es una de las mejores maneras.
K.- ¿Es el turismo la mayor religión del siglo XXI?
A.I.- No, pero es un fenómeno masivo muy curioso, si te paras a pensarlo un poco. Puede ser una experiencia interesante o una inercia absurda, puede abrir estímulos o puede encajarte en rebaños, pero todos somos brillantes o bobos a ratos. Esos debates acerca de quién es turista y quién es viajero me dan sueño. Me da igual quién sea el campeón, que cada uno siga el camino que le apetezca.
K.- Estábamos aburridos de ver la foto del turista aguantando la torre de Pisa o cogiendo el Taj Mahal por la cúpula y en esto que llegaron los selfies. ¿Los hayques condicionan nuestra manera de viajar hasta el absurdo?
A.I.- A mí me gusta conocer los tópicos de cada lugar, la visita ineludible, el monumento obligatorio. Me gustan también otras muchas cosas, buscar otros caminos y otras historias, pero me interesan los tópicos, a veces por interés sincero y otras veces por la oportunidad de pensar cómo se construye un tópico y por qué triunfa. Esas decisiones casi unánimes de la humanidad me parecen un fenómeno curioso, muy interesante, aunque solo sea para verles las costuras.
K.- ¿Qué parte de culpa tienen los concejales y su manía de “poner en valor” las cosas?
A.I.- A veces suelen usar esa expresión para justificar una intervención excesiva en un paisaje, en una visita, en un entorno: te lo subrayan todo, te ponen mil paneles, te colocan pasarelas para que no pises un charco embarrado, te exageran historias, te domestican el mundo y te sirven la experiencia bien masticadita. Como si te estuvieran haciendo un favor. Y suele costar carísimo.
K.- Estableces diferencia entre el turista y el bobo, grupo éste en el que tú mismo te encuadras. ¿Está esa diferencia en el buah, en la capacidad de mostrar indiferencia o bien estupor?
A.I.- No, creo que no establezco esa distinción. Como he dicho antes, creo que muchos de nosotros solemos ser turistas a ratos, viajeros a ratos, agudos a ratos, bobos a ratos. Me parece que no debemos tomarnos tan en serio.
K.- ¿Qué piensas de las visitas guiadas?
A.I.- En el libro digo que en los museos prefiero que no me digan en qué cosas tengo que fijarme, porque cuando voy a mi aire no sé qué me va a sorprender, y es mejor así. A veces me fijo en cosas un poco tontas pero que me dan gustico, porque tienen que ver conmigo, porque me hacen pensar mejor en algo que venía masticando, porque me invento diálogos entre los santos y los duques y las vírgenes de los cuadros con un humor de parvulario, por lo que sea.
K.- ¿En qué se parecen las revistas de viajes y las galletas de la fortuna?
A.I.- En algunas redacciones también tienen barriles llenos de papelitos con frases que van insertando en los artículos. Mis favoritas son tierra de contrastes, cruce de caminos y crisol de culturas.
K.- ¿El storytelling está matando al buen contador de historias?
A.I.- El storytelling es contar historias, ¿no? ¿Han inventado ya the wheel?
K.- El becario de Da Vinci podía soñar con volar y tener la oportunidad de probar los inventos. 500 años después, ¿qué le queda al becario?
A.I.- Me parece que lo mismo que a Da Vinci.
K.- Puedo pasar por alto lo de la cúpula de Brunelleschi y el exprimidor de limones, ¿pero era necesario el chiste de Brunelleskyline?
A.I.- Aparece como ejemplo de lo que no debería aparecer. ¿No debí incluirlo?
El entrevistador confiesa, sin ningún apuro, que el chiste de Brunelleskyline le provocó un conato de risa floja.
*Tras acabar esta entrevista me encontré con este interesante artículo de Ander que versa sobre los que, como yo, vemos penes por todas partes.
Cansasuelos está editado por Libros del K.O., una joven editorial en la que no faltan juergas flamencas, lecciones maestras de periodismo, quinquis, farlopa, o hooligans ilustrados. En Libros del K.O. van tras la recuperación del libro como formato periodístico sabiendo que todo va a salir mal. No obstante, les parece estupendo. De momento, su catálogo está entre los más valientes del panorama editorial. Puedes encontrar Cansasuelos en las principales librerías, pero seguro que los chicos del K.O. se alegran de que lo compres directamente aquí.
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