Antes de empezar a leer este reportaje, para ponernos en situación, vayamos en primer lugar a la web de Tiffany & Co. Sí, Tiffany, la misma joyería neoyorkina frente a la que una icónica Audrey Hepburn, convertida en Holly Golightly, se tomaba el café todas las mañanas. Ya ubicados, entremos en la web y busquemos el apartado Joyas por Diseñador. Hay tres referencias, una de ellas es Elsa Peretti, que firma la friolera de 772 piezas. Y es que Elsa Peretti no es otra que el buque insignia de Tiffany. Lo lleva siendo desde 1974 y acaba de extender su contrato por veinte años más. No solo eso, sus creaciones se exhiben en el British Museum, en el Museum of Fine Arts de Boston y en el Museum of Fine Arts de Houston por citar algunos. Y desde hace unos pocos meses, también en el DOR Museum de Sant Julià de Ramis.
Elsa, que además de diseñadora de Tiffany fue modelo, posó para el mismísimo Helmut Newton vestida de conejita de Playboy en un ático de la Gran Manzana. Busquen la foto porque es una de las imágenes más icónicas del Manhattan de la segunda mitad del siglo XX. Durante los años 60 y 70, la italiana afincada en Estados Unidos fue el alma de la fiesta en Studio 54, conoció a la élite de Hollywood, se iba de copas con Andy Warhol… En fin, estuvo metida en un torbellino social —y de excesos por qué no decirlo— del que un día quiso desprenderse. Y la casualidad quiso que en su camino topara con el modesto pueblito de Sant Martí Vell, las antípodas, a todos los niveles, de Nueva York. En los 70 adquirió dos casas en ruinas que, tras muchos arreglos y ampliaciones, acabarían convirtiéndose en su residencia permanente en los años 80.
Hoy, Peretti posee varias propiedades en este rincón de Girona y vive alejada desde hace décadas de la escena mediática. La diseñadora Elsa, que también es filántropa, gestiona varios proyectos bajo la fundación que lleva el nombre de su padre. Una fundación que no hay que tomar a la ligera, pues ha invertido más de cincuenta millones de dólares en proyectos en 68 países, que van desde la conservación de la naturaleza hasta la educación. Su última apuesta ha sido recuperar unos viñedos y levantar una bodega de última generación, Eccociwine, en el mismo Espacio de Interés Natural de Les Gavarres. Un proyecto vitivinícola ecológico cuya mejor creación es un tinto que lleva su nombre: Ca l’Elsa.
Pero el vínculo de Peretti con Catalunya no acaba aquí. De hecho, todas aquellas joyas que llevan su nombre y que siguen triunfando en Tiffany han salido de los talleres de una familia de joyeros catalanes, los López, que regentan la firma D’Or Joiers desde hace sesenta años. Fue el fundador de esta marca quien decidió, hace quince años, buscar una ubicación en la que construir su particular museo de la joyería, un espacio en el que se dignificara el oficio de joyero y que fuera un homenaje a los diseñadores, a los orfebres, a los gemólogos, y a tantos otros oficios vinculados al arte de crear una gargantilla o una esclava.
El lugar más conveniente resultó ser la fortalesa de Sant Julià de Ramis, una vieja edificación militar del siglo XIX que una vez terminada la guerra civil quedó como suspendida en el olvido, sirviendo de escenario a los más variopintos eventos, incluidos aquelarres, sesiones de ouija o botellones de los de antes. Los impulsores del proyecto contaron con la ayuda de un despacho de arquitectos de Girona, Fuses Viader, autores de grandes obras en la ciudad como la famosa restauración de las cases de l’Onyar. Y ellos se encargaron de encajar, como si de un juego de Tetris se tratara, un museo, dos restaurantes y un hotel de lujo en la estructura del edificio castrense.
Así, las antiguas dependencias subterráneas de la fortaleza acogen, desde hace cinco meses, el DOR Museum. De puertas adentro corredores y pasadizos enlazan lo que fueron las caballerizas, los pabellones de oficiales y otros elementos de la arquitectura militar, hoy convertidos en salas expositivas. La familia López colocó en semejante espacio fortificado su particular cofre del tesoro: cientos de piezas coleccionadas durante décadas de oficio. Y su vinculación con otras familias con tradición se refleja en varias salas dedicadas a la joyería del siglo XX en todas sus formas. La ubicación de la fortaleza, en lo alto de la montaña dels Sants Metges, regala, de puertas afuera, vistas sobre la plana del Gironès i de l’Empordà enmarcadas a lo lejos por los Pirineos y la Costa Brava. De hecho, quienes se sientan en la terraza del restaurante del museo —cuyo chef ejecutivo es, por cierto, Jordi Cruz— tienen las (espectaculares) panorámicas incluidas en el precio del menú.
No, no nos hemos olvidado de Elsa. Como curiosidad diremos que el vino de su bodega se sirve en el restaurante, pero lo destacable es que dos de las salas del DOR Museum están dedicadas a su persona. Y fue ella misma quien configuró y colocó uno por uno los elementos de su propia exposición permanente. La diseñadora, célebre por sus piezas inspiradas en la naturaleza, llenó las vitrinas con todo aquello que siempre le sirvió de inspiración: conchas marinas, arena de playa, piedras y troncos de bambú, por citar algunos ejemplos. De este modo, no solo las joyas son la obra de arte, sino también la propia puesta en escena concebida minuciosamente por la artista, quien con sus propias manos dispuso los objetos, escribió los carteles y añadió fotografías personales al conjunto. Eso sí, sus joyas exquisitas, verdaderos iconos de moda que muchas celebrities siguen paseando por la alfombra roja, solo están en las vitrinas. No las busquen en la boutique del museo porque no se venden. Para adquirirlas habrá que volver a visitar la tienda online de Tiffany, o mejor aún, dar un salto entre estas dos ciudades singularmente conectadas por Elsa Peretti, Girona y Nueva York, comprarnos un café y tomárnoslo frente al escaparate de la calle 57 con la Quinta Avenida mientras escogemos con qué pieza nos quedamos.
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