¿Qué hubiera sido de nosotros sin el vino? Este producto nos define mucho más de lo que podríamos pensar. Nuestra civilización mediterránea no podría explicarse sin él y tampoco las comarcas de Tarragona, las cuales reúnen nada menos que seis denominaciones de origen. El vino da y quita la vida. En el caso del Priorato, resulta difícil encontrar un territorio tan estrechamente vinculado con el vino, para la bueno y para lo malo. Esta relación ambivalente no solo se da aquí, ni se remonta a la filoxera y al renacimiento que ha experimentado la comarca desde hace unas pocas décadas. Ni mucho menos. Es una condición intrínseca al propio vino y a la relación que hemos tenido los humanos con él desde la antigüedad más remota.
Marcel Detienne escribe[1]: «Nacido “de una madre salvaje”, el vino es una sustancia en la que se mezclan la muerte y la vida considerablemente aumentada, donde se intercambian el fuego ardiente y la humedad que apaga la sed. Es un remedio tanto como un veneno, una droga por la cual se sobrepasa lo humano o se vira hacia la brutalidad …» (pág. 72-73).
Fueron los dioses quienes regalaron el vino a los humanos. Algunos de los relatos míticos aseguran que la primera vid surgió de una gota de su sangre caída a la Tierra. Fue el dios griego Dionisos quien entregó a los hombres el secreto de cómo obtenerlo. Pero no estábamos preparados. El primer vino que elaboró Icario fue bebido impulsivamente por unos pastores que no tardaron en desplomarse completamente ebrios. Sus compañeros, pensando que habían sido envenenados, asesinaron al primer viticultor. Mal comienzo, pero todavía iba a ir a peor. Su hija, Erígone, la primera mujer que probó la uva, desconsolada por la muerte de su padre, acabó suicidándose.




El vino ha estado siempre unido a lo salvaje, a la tragedia y, a la vez, a la vida en este mundo y en el mas allá. Osiris y Dionisos tuvieron que morir para renacer y vencer la muerte. Como la viña con cada ciclo natural. Los cristianos tomaron esa herencia, ese valor simbólico otorgado al vino y, de hecho, continúan bebiendo la “sangre” de su dios asesinado como medio de alcanzar una comunión con la divinidad y la vida eterna.
La ambigüedad del vino es la misma ambigüedad de Dionisio: ambos son peligrosos si no son «tratados», y beneficiosos si este trato se hace de la manera correcta. Detienne lo define como “un dios amable y terrible, como el vino; un dios de la fecundidad, de la vida y de la muerte, de las metamorfosis y de los contrastes. Un dios de la ambigüedad, de la integración y de la transgresión, capaz de franquear él mismo y de propiciar el tránsito entre el mundo de los dioses y el de los hombres, entre el reino de los muertos y el de los vivos.” (pág. 92).
El vino pues, necesitaba —y continúa necesitando— ser tratado con respeto, ser «domesticado». Al igual que la antigua Atenas, el Priorato busca conectarse con la dimensión civilizadora de este elixir. Aprovechando la Feria del Vino de Falset, han ido surgiendo catas colectivas pensadas para que el vino nos ayude a celebrar la vida sin caer en el lado oscuro. La cata de Tast amb Llops en Gratallops o la de Cal Compte, en Torroja, son buenos ejemplos de ello.
En Marçà, en el encantador patio de Mas Figueres, nació otra de estas iniciativas: Vi de Nit. En este caso el disfrute del vino se mezcla con el de la música, el atardecer y las estrellas. El edificio fue construido en el siglo XIX por el científico Juan de la Fuente. Tiene un marcado carácter indiano que se explica por la estrecha relación que su propietario tuvo con el Perú, país del que llegó a ser embajador en España. De la Fuente lo ideó como un refugio para sus investigaciones y hoy día continua teniendo ese carácter para quienes buscan disfrutar de la tranquilidad de estos parajes.
La cata de Mas Figueres empezó celebrándose en mayo, en el marco de la Feria del Vino, pero emigró a principios de julio buscando el encanto de las noches de verano. Allí se reúnen más de veinte bodegas de las dos denominaciones de la comarca, la DOC Priorat y de la DO Montsant que muestran con satisfacción el resultado de sus esfuerzos, de su diálogo con la tierra y el cielo.
La calidad de los vinos está en línea con las mejores catas de la comarca, sin duda. Ahora bien, hay un detalle que, a mi entender, singulariza este encuentro: el majestuoso cedro libanés que preside el patio de Mas Figueras. Bajo él los participantes degustan el regalo de Dionisos. El lugar es perfecto para que, cuando todos los visitantes se hubieran ido, fuera ocupado por el dios y su tíaso de ménades, con sus tirsos y coronas de hiedra danzando al sonido de los aulós y de la hipnótica percusión de los tympanon.




[1] Marcel Detienne, Dionisio a cielo abierto. Gedisa Editorial, 2003.
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