Hay un poema de André Breton del que he rescatado estos versos: “Del florero de cristal de Bohemia / A las pompas que de niño soplabas […] Sí que de niño soplabas / Allí está, allí está todo el poema”. La magdalena proustiana convertida en jarrón a los ojos del poeta. Pero no en un jarrón cualquiera; en uno cuyo cristal mantiene el más perfecto de los idilios con la luz.
¿Cómo un grano de arena de sílice de menos de un milímetro llega a convertirse en una pieza que puede alcanzar decenas de miles de euros? Vayamos al principio. En 1162, el abad del monasterio benedictino de Sázava, localidad cercana a Praga, dejó constancia de que sabía cómo producir y pintar el cristal para las vidrieras del cenobio que, lamentablemente, no resistieron el paso del tiempo. Así que nos trasladamos en el tiempo y de lugar, hasta las montañas de Jizera en el Bohemia del Norte. Un lugar donde no eran capaces de crecer las verduras pero sí el hayedo. La madera de haya es densa pero se parte bien. También es muy flexible, lo que la hace apta para elaborar los moldes que utilizan para dar forma a las piezas. La combustión de este tipo de madera es muy lenta, así que también es ideal para alimentar los hornos de vidrio.
A la abundancia de madera se unía la de cuarzo y piedra caliza, ingredientes presentes en la producción de cristal por parte del hombre. Así que en 1414, en Horní Chřibská, localidad cercana a Nový Bor, empezaron a trabajar en la producción artesana del cristal. Las primeras piezas iban destinadas al clero, especialmente un tipo de cáliz estrecho y alargado, y a la corte. Aún tendrían que pasar un par de siglos para que entrara en las casas como objeto de decoración. En el siglo XVI, los artistas alcanzaron gran prestigio social, algunos fueron ascendidos a caballeros con todo el kit completo: escudo de armas y linaje dinástico.
La técnica del grabado fue el siguiente paso hacia la excelencia. Caspar Lehmann, artista requerido como grabador en la corte de Rodolfo II, fue el primero en mezclar bronce y cobre con el vidrio —más tarde se introdujo el plomo— para darle mayor consistencia y practicar la talla profunda. Actualmente, algunas de las piezas más cotizadas son de la firma Moser, que sin embargo no utiliza plomo en la mezcla. De las manos de sus artesanos han salido hermosas obras que representan pasajes de la mitología a través de los cuadros de famosos pintores.
El cristal de Bohemia no sólo alcanzó fama dentro de las fronteras del país sino que era un símbolo de prestigio en el mundo entero. Los venecianos copiaron las “recetas” checas, la corte francesa no dudó a la hora de pedir enormes y lujosos candelabros para la Galería de los Espejos del palacio de Versalles, bajo los cuales bailó María Antonieta el día de su boda; y la reina Victoria regaló al sultán Abdülmecit el mayor candelabro jamás elaborado, más de cuatro toneladas que están colgadas en el palacio Dolmabahçe de Estambul, donde se conserva la mayor colección del mundo de estas lámparas de cristal de Bohemia.
Al inicio de la época comunista las cristalerías se nacionalizaron, dando paso a un periodo de crisis y grandes pérdidas en el sector. Pero en las exposiciones de Bruselas (1958), Montreal (1967) y Osaka (1970), los checos enseñaron al mundo que el cristal de Bohemia seguía estando en plena forma. Tras la Revolución de Terciopelo llegó el colapso de las grandes industrias y algunos artesanos se independizaron. La actual competencia china no ha conseguido disociar la etiqueta de calidad del sello cristal de Bohemia. Ha podido hacer merma, si acaso, en la producción más industrial, pero no en la artesanal: cuando ves cómo la luz atraviesa el cristal entiendes que hay cosas que son inimitables. En los cristales opalescentes, el esfuerzo que hace la luz por atravesar esa capa lechosa recuerda al que hace el sol en los frecuentes días en que Praga amanece con niebla.
Es curioso ver cómo un material dócil e incandescente por la acción del fuego se vuelve duro, frío, distante, como para dejar claro que está hecho para mirarse pero no para tocarse. Solo permite que le ronde el artesano, bailando con sus manos alrededor hasta conseguir la forma perfecta. El profano debe contentarse con la contemplación, a riesgo de acabar con la pieza hecha añicos en el suelo. Viendo a los artesanos soplar por un extremo de la larga pipa no hay dato histórico que valga, ni comprensión del equilibrio entre la química y el fuego. Cabe pensar en la alquimia —protociencia que trajo de cabeza a Rodolfo II—, o en una suerte de magia que te transporta, como dijo Breton, a las pompas que de niño soplabas.
Si quieres más información sobre el cristal checo visita la página de turismo de la República Checa.
Leave a Comment