En el año 1969, lo único que anticipaba la noche del 23 al 24 de diciembre en Stavanger era el inicio de otras blancas navidades en familia. Pocos pensaban que se tornarían negras, que una inmensa marea negra iba a cambiar para siempre la historia de uno de los países más pobres hasta entonces del Viejo Continente. Tan pocos, que incluso uno de sus ministros llegó a afirmar que se bebería cada gota del petróleo que encontraran. Y lo encontraron. Desde entonces Noruega disfruta de una de las economías más solventes del mundo.
Otra vez era el mar el dueño de su destino y es que pocas ciudades tienen una historia tan estrechamente ligada al mar como Stavanger. Con el mar han llorado y con el mar han reído. Del mar llegaron primero los arenques y más tarde las sardinas que trajeron prosperidad gracias a la industria conservera. Y por supuesto fue el mar el que dejó de traer el pescado. Las entrañas de ese mismo mar le están dando el preciado oro negro, el cotizado petróleo del Mar del Norte. Una vez repuestos de las alegrías iniciales debieron ponerse manos a la obra con las celebraciones. Y aún les dura: el condado de Rogaland, al que pertenece Stavanger, tiene el índice de natalidad más alto de todo Noruega.
Pero la historia de la ciudad está escrita desde mucho antes. Los primeros datos hablan de 1125, año en que el vikingo Sigurd Jorsalfar constituyó el obispado de Stavanger y se construyó la Catedral, la más antigua de Noruega —ha oficiado ininterrumpidamente desde su construcción—. A su lado, el lago Breiavatnet servía de espejo a la sociedad que antaño tenía allí su lugar de reunión. En sus aguas pescaban y en sus aguas patinaban, cuando el invierno lo permitía, toda clase de gente. Allí se daban cita los trabajadores de los almacenes portuarios del muelle Skagen. Hoy aún quedan 60 de aquellos edificios en pie de los 250 que llegó a tener la ciudad. En algunos todavía puede verse el saliente superior que era utilizado para ubicar la grúa que descargaba las mercancías de los barcos.
Hoy, esos almacenes, albergan en su mayoría animados bares y restaurantes donde la gente acude en masa a sus terrazas a poco que se intuya el sol y mientras dure el skjenketider o tiempo para servir, que es la regla que rige en la ciudad para el consumo de alcohol. Todo ello sin la atenta mirada de los serenos, que ya hace años que no tienen en la torre Valbergtårnet su atalaya desde donde alertar a la población de posibles incendios. Un museo les rinde merecido homenaje en el interior de la torre. Y es que el riesgo de un gran incendio era mayor en Stavanger que en otras ciudades de Noruega, la ciudad conserva el mayor número de casas de construcción tradicional del país.
El barrio de Gamle Stavanger (Viejo Stavanger) cuenta en sus calles con 173 casas de madera construidas a finales del siglo XVIII y durante el XIX.
Las inmaculadas casas, en su mayoría pequeñas y blancas, reciben ayudas para su conservación y actualmente se destinan a viviendas, galerías y estudios. Sus bajos ventanales permiten echar fugaces y discretos vistazos a su interior donde se comprueba la sociabilidad de sus habitantes, siempre dispuestos a compartir una copa o un rato de charla con sus vecinos.
En el mismo barrio se puede visitar el único Museo de Conservas de todo el mundo, donde se puede conocer todo el proceso que se llevaba a cabo en sus afamadas industrias conserveras y comprobar que el aceite utilizado para las sardinas era español. Y si de museos hablamos no se puede obviar la visita al Museo del Petróleo Noruego. Allí se puede aprender cómo se forma el petróleo, saber cosas acerca del proceso de extracción del fondo del mar y de sus utilizaciones en nuestra vida diaria. Fuera del museo se encuentra el Geoparque, construido con materiales provenientes de las plataformas petrolíferas. El lugar pretende ser un punto de familiarización entre los niños y la principal industria y fuente de riqueza de la ciudad.
Stavanger es un excelente punto de partida para las excursiones por la región, entre ellas algunas de las más conocidas de Noruega: la visita al Púlpito.
Una combinación de barco y bus nos lleva hasta Tau y desde allí, tras dos horas caminando, se llega a la base del Preikestolen. Las vistas que se tienen del fiordo Lyse, 600 metros más abajo, quitan el poco aliento que queda tras la ascensión. También es intereante la visita a la isla Sør-Hidle y su jardín Flore & Fjære, porque es como poco curioso encontrarse un edén tropical en esas latitudes.
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