En 1917, el industrial de Toulouse Pierre Latécoère recibió el encargo de fabricar aviones de combate. Una vez acabada la guerra, Latécoère pensó en establecer una línea postal entre Francia y Argentina para seguir dando utilidad a sus aviones. En la nochebuena de 1918, el piloto Cornemont realizó la primera de las etapas volando desde Toulouse a Barcelona.
La compañía Aéropostale, popularmente conocida como la Línea, empezaba a escribir su historia. En 1920 quedó establecido el servicio regular entre Toulouse y Casablanca. Sed, calor y tormentas de arena separaban a los pilotos de Dakar, la próxima escala que se estableció en el recorrido. Cruzar el Sahara contribuyó definitivamente a forjar la leyenda de los pilotos de Aéropostale. Las hazañas causaban admiración en la sociedad de la época y los pilotos estaban considerados héroes, el modelo a imitar entre los niños. Pero cruzar Atlántico ya formaba parte de otro cuento.
Latécoère no tenía el capital necesario para la infraestructura que permitiera establecer el correo postal entre Francia, Brasil, Argentina y Chile. Vendió la mayor parte de la compañía a Bouilloux-Lafont que encargó la realización de un estudio que fue concluyente: era imposible poner en marcha ese proyecto. La respuesta de Bouilloux-Lafont fue que entonces no quedaba sino hacerlo. Nada pudo con los pilotos de Aéropostale, ni el desierto, ni los hombres azules (tuaregs), ni siquiera la cordillera andina.
Mermoz fue el pionero que abrió las rutas, pero Henri Guillaumet fue el que encarnó a la perfección el espíritu de los pilotos de Aéropostale. Cuando Antoine de Saint-Exupéry, que también fue piloto de la compañía, lo fue a rescatar tras perderse en la Patagonia, Guillaumet dijo una frase que apareció en todas las ediciones de los periódicos de la época: “Lo que hice, te juro, ninguna bestia lo hubiera hecho”. Antoine de Saint-Exupéry reunía las características de los mejores pilotos de la compañía con el valor añadido de que supo poner en papel, a través de sus libros, lo que sentían todos ellos cuando volaban.
Los pilotos encontraron en el hotel Le Grand Balcon de Toulouse el lugar perfecto donde descansar mientras los mecánicos revisaban los aviones y preparaban la carga. Las paredes del hotel encierran los secretos de más de una noche de fiesta y excesos. Según cuentan, el hotel en aquella época estuvo dirigido por dos viejas solteronas, las hermanas Marques, que no veían muy bien las aventuras de los pilotos.
Cuando Saint-Exupéry y sus colegas llegaban con compañía a sus habitaciones, éstos subían a las chicas a horcajadas para que las propietarias escucharan los pasos de una sola persona.
El hotel fue remodelado por el arquitecto Jean-Philippe Nuel, que adecuó las instalaciones a las comodidades de nuestra época pero sin perder la esencia de los años de la Aéropostale. En las llaves de las habitaciones está escrito el mensaje “Haz de tu vida un sueño y de un sueño una realidad”. La habitación nº32 fue la utilizada por Antoine de Saint-Exupéry. Una anticuaria de Toulouse se encargó de amueblar esa habitación para devolverle el ambiente que pudo haber tenido durante los días en que alojó a los aventureros, más que pilotos, de la Aéropostale.
Un artículo excelente. Felicidades por vuestra bitácora.
Muchas gracias, Viatges Alemany 😉