La introducción del libro Viajes para mitómanos, de José Manuel Alonso Ibarrola, empieza con las definiciones que hace la RAE de mitomanía y fetichismo, para que no quede ningún tipo de duda de ante qué tipo de viajero estamos. Su pasión por la literatura y el cine le ha llevado a perseguir al personaje, al artista, hasta cualquier lugar donde dio un paso. Y eso, dice, le ha colmado de felicidad.
En este libro el autor viaja, principalmente, por Francia e Italia. Aunque también se da una vuelta por el Reino Unido, sigue las huellas de El tercer hombre en Viena y llega hasta la lejana Polinesia. Con Viajes para mitómanos aprenderemos que no se puede decir impunemente te quiero en Venecia, que existió la castración con fines musicales, que los napolitanos visitaron el cementerio de Poggioreale cuando el Nápoles gano el Scudetto para pintar en una tumba: ¡No sabéis lo que os habéis perdido!; o que la mitomanía te puede llevar a buscar esperma de ballena.
Como en Kamaleon compartimos con Alonso Ibarrola la querencia al mito y en ocasiones hacemos equilibrios en la delgada línea del fetichismo, no podíamos dejar pasar la oportunidad de entrevistarle.
Igual que tu adorado Marcel Proust, ¿te acuestas temprano?
Sí, me acuesto temprano, pero tengo serias dudas con Marcel Proust. Creo que era un gran escritor, pero mentiroso en su vida personal.
Te enfrentaste a Viajes para mitómanos como una pequeña “venganza” hacia los fotógrafos, por fin tenías 250 páginas para hablar de viajes en las que el protagonismo era exclusivo para el texto. ¿Crees que el consumidor de revistas de viajes lee poco y solo se fija en las fotografías?
Creo que el lector de revistas de viajes lee poco y admira las imágenes. Son signos de los nuevos tiempos. Hace 30 años tenía por costumbre entregar mis trabajos literarios y la publicación se encargaba de ilustrarlos. En los momentos dorados de las revistas de viajes los trabajos corrían a cargo de un fotógrafo y de un plumilla. Con los años y los agobios económicos, las dos misiones se unieron en una sola persona. Era el reportero gráfico quien escribía los textos o se los escribían en las redacciones. El plumilla dejó casi de existir. En los últimos tiempos de mi carrera profesional terminé escribiendo recuadros con una indicación precisa de caracteres. Era el final de una época. Ahora, con los medios que ofrece Internet y Google, por supuesto, las revistas de viajes en papel han dejado de tener sentido. No son rentables. En la pantalla la imagen cobra fuerza y hasta las guías de turismo pierden su eficacia. Este es el camino. Pero creo que el futuro es también para los escritores de viajes, prometedor. El futuro y el presente de los libros y literatura de viajes es muy prometedor.
En la primera página dices que no te preguntemos, pero es inevitable hacerlo. Así que ¿dónde debe comenzar y dónde acabar una visita a Italia?
Una visita a Italia siempre es el comienzo de muchas visitas a Italia. Y nunca se termina por conocerla. Vivencialmente resulta imposible.
En el primer capítulo, Italia mía, encontramos varios libros, óperas y películas en tan solo once páginas. Necesariamente, ¿el viaje debe comenzar mucho antes de comprar un billete?
Ciertamente todo viaje comienza mucho antes de adquirir un pasaje. Hay veces en que, aunque lo ignoramos, empezó a forjarse con la lectura de algún libro, el visionado de alguna película. Recomiendo vivamente la lectura de un libro de reciente aparición, Embarquen por la biblioteca de Jesús Arana Palacios, libro pionero en nuestro país en torno a la denominada “Literatura de viajes” y a quienes la practican. Debo confesar que me cita en varias ocasiones y me hace sentir satisfecho.
Mucho mito y apunte cultural, pero en la habitación donde se suicidó Pavese te fijas en una horrible butaca forrada de plástico rojo. ¿El buen gusto es necesario hasta el final?
Siempre.
Leyendo este libro se adivina un viajero culto, de gustos refinados, amante de la ópera, la buena literatura y el buen cine, pero sin embargo le dedicas el doble de páginas a la arrabalera Nápoles que a la delicada Florencia. ¿La condición canalla pudo con los Medici?
La respuesta resulta muy prosaica. Elegí un reportaje florentino de los muchos que he escrito y para Nápoles preferí incluir un resumen de mi libro Nápoles, hoy en día dificilísimo de conseguir, ya que está incluido en la mítica colección Las Ciudades de Editorial Destino, tristemente desaparecida.
Debo confesar que en Kamaleon también le hemos dedicado espacio, pero ¿era necesario Dan Brown?
No era necesario, pero sí inevitable. Signo de los tiempos de degradación cultural. Hace 25 años me premiaban por la ruta de Marcel Proust y hoy sería difícil conseguir publicar un reportaje dedicado a mi admirado escritor francés.
Por donde pasó Hemingway no ha vuelto a crecer la hierba, especialmente por los bares que frecuentó. Acabo de regresar de La Habana: El Floridita y La Bodeguita del Medio parecen bares de un parque temático. Como turistas, ¿hacemos mal uso de los mitos?
Evidentemente sí. El “mito Hemingway” se ha ido desvaneciendo para mí con los años. Seguí su periplo italiano —Caporetto, Udine, Grado…—, español —Pamplona— y cubano, los bares de La Habana, conocí al anciano que le sirvió de modelo para El viejo y el mar y se me ha diluido la admiración que por el sentía. Por culpa de esos mitos, creados por él, como los encierros de San Fermín, suelen morir o ser malheridos muchos australianos y estadounidenses. Creo que los que cumplimentan el “mito Hemingway” no han leído ningún libro suyo.
El turismo del siglo XXI ha conducido a cierta banalización de los lugares, como es el caso de Illiers. También pasa con Venecia, una ciudad de preservativos a la deriva y donde han tenido que dar píldoras anticonceptivas a las palomas. ¿Crees que tiene remedio o el incremento del turismo va a echar a perder aún más lugares?
No hay remedios contra el turismo de masas. Además, poner coto sería quizás injusto. Pero los “destrozos” son visibles en Venecia. He ido muchas veces pero jamás se me ocurriría volver…
Cuentas que pudiste visitar el Museo del Prado en solitario, durante el rodaje de la película de Antonio Mercero La hora de los valientes. Yo tuve la misma oportunidad en la exposición Van Gogh-Gauguin en el Museo Van Gogh de Ámsterdam, que pude ver en horario de cierre del museo. ¿Algún otro privilegio que hayas tenido como periodista de viajes?
Los periodistas hemos sido siempre unos privilegiados y yo me cuento entre ellos. Jamás olvidaré el gesto de Alberto Carrara Verdi, biznieto del gran Verdi, cuando me dio completa libertad para recorrer a mis anchas Villa Sant’Agata —hoy Villa Verdi— en la localidad italiana de Busseto. Experimenté durante dos horas una gran emoción. ¡Y toqué unas notas en el piano del maestro! (Fetichismo puro, desde luego).
Para un mitómano como tú, imagino que encontrarse con el fantasma de Verdi tuvo que ser una especie de culminación.
Ciertamente, el “fantasma de Villa Verdi” ha sido una especie de culminación de mi admiración de Giuseppe Verdi. Pero también mi condena, porque mi producción literaria ha quedado difuminada ante el fenómeno esotérico, por definirlo de alguna manera. Y si los lectores no tienen referencia alguna de lo que hablamos les ruego que marquen en Google solamente dos palabras, “fantasma Verdi” y se enterarán…
Actualmente se lee poco, se navega mucho por Facebook y la televisión crea ídolos con pies de barro. ¿Crees que hay carencia de mitos? ¿A quién perseguirán nuestros nietos?
Nunca habrá carencia de mitos porque se van creando “sobre la marcha”. Los nietos son imprevisibles y mucho me temo que la industria mediática jugará con ellos.
No puedo acabar esta entrevista sin referirme a nuestra pasión por El tercer hombre. Si alguna vez nos tiene que rechazar una mujer, que sea como lo hizo Alida Valli al final de la película, mientras suena la cítara de Anton Karas, ¿verdad?
Adoro El tercer hombre. No soportaría verla en color ni tampoco que Anna (Alida Valli) aceptara a Rollo Martins (Joseph Cotten) al final del paseo del cementerio. El final que Graham Greene “inventó” para la posterior novela —caso insólito en la génesis de una novela, pues casi siempre es al revés— me decepcionó.
¿Tienes noticias de Herbert Hablik, el niño que salía en la película y único que sigue vivo del elenco de actores?
Herbert Hablik, por lo que me cuentan amigos que han intentado verles, sigue en su silla de ruedas y no quiere saber nada de periodistas tan curiosos como yo. Pero tuvo la amabilidad de responder a mi cuestionario y de enviarme una foto.
José Manuel Alonso Ibarrola (San Sebastián, 1934) es escritor y periodista. Firma sus libros y reportajes con sus dos apellidos. Tras haber ejercido como periodista y crítico televisivo —fue subdirector y director de Teleprograma y Supertele, respectivamente—, a partir de 1994 se dedicó de lleno a la literatura de viajes, colaborando en revistas como Viajar, Geo, Tiempo, Grandes Viajes, Viajes y Vacaciones, Elle, Vogue, y diarios como El País, La Vanguardia, Expansión, El Correo Español, El Mundo, El Diario Vasco, y el Diario Ya. Su libro Viajes para mitómanos está publicado por la Editorial Laertes. Puedes saber más sobre su trabajo en su página web Alonso Ibarrola.
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