En 1841, el explorador británico James Clark Ross descubría uno de los mares más al sur del planeta, en la costa antártica cercana a Nueva Zelanda. El mar de Ross fue escenario de numerosos hitos históricos a principios del siglo XX, entre ellos la épica expedición de Shackleton entre 1907 y 1909, y también la carrera por la conquista del Polo Sur en la que se enzarzaron los exploradores Robert Falcon Scott y Roald Amundsen entre 1911 y 1912.
En 2016 —exactamente 175 años después del descubrimiento del mar de Ross— la Comisión para la Conservación de los Recursos Vivos Marinos Antárticos (CCRVMA), en la que participaron 36 países, aprobó que gran parte de sus aguas se convirtieran en una zona no-take, esto es, donde se prohibiera totalmente cualquier actividad extractiva. Con sus 1.55 millones de kilómetros cuadrados, la zona protegida del mar de Ross se situó, por tanto, como la mayor reserva marina del planeta, por delante de otras que hasta ahora encabezaban la lista de las más extensas, entre ellas el Monumento Nacional Marino de Papahanaumokuakea, en Hawaii; el Parque Natural del Mar de Coral, en Nueva Caledonia; y el Monumento Nacional Marino de las Islas Remotas del Pacífico.
Y es que el mar de Ross atesora un ecosistema marino excepcional, que cuenta con el 50% de las orcas tipo C del planeta —en la Antártida se han descrito cuatro “tipos” de orcas que, según algunos estudios, podrían considerarse sub-especies o incluso especies independientes— y donde también habita gran parte de la población mundial de pingüino de Adelia (Pygoscelis adeliae) y de pingüino emperador (Aptenodytes forsteri). No solo el mar de Ross, sino también otros puntos de la Antártida, son el hogar seguro y confortable para numerosas especies de animales entre las que se cuentan algunos endemismos. Pero a pesar de mantenerse relativamente alejados de la actividad humana, su protección internacional sigue siendo muy necesaria.
Los pingüinos, de los que se han contabilizado seis especies, son los más abundantes. En la zona de la península antártica también abunda el pingüino de Adelia, el barbijo (Pygoscelis antarctica) y el juanito (Pygoscelis papua), aunque el más apreciado por los fotógrafos, y más difícil de ver, es su hermano de mayor tamaño: el pingüino emperador. Otra especie emblemática que habita en la Antártida es el albatros viajero (Diomedea exulans), la mayor de las aves marinas. Es todo un coloso: su envergadura puede alcanzar los tres metros y tiene un peso corporal de hasta doce kilos. Dentro del mar los animales estrella son las ballenas, que se dividen en dos grupos. Entre las dentadas destacan el cachalote (Physeter macrocephalus), animal que inspiró al autor de Moby-Dick, y las orcas (Orcinus orca). Y entre las no dentadas sobresale la ballena azul (Balaenoptera musculus), el mayor animal del planeta. Por último, están las focas, de las que se cuentan seis especies. Las más perseguidas por los fotógrafos son las focas leopardo (Hydrurga leptonyx), que son las de mayor tamaño, y las abundantes focas de Weddell (Leptonychotes weddellii).
Para proteger la biodiversidad del que está considerado el último rincón virgen del planeta, no solo se hace necesaria la regulación de la pesca sino también del resto de injerencias humanas. Y el turismo es una de ellas. Desde los inicios de esta actividad, en 1969, el número de visitantes que recibe el continente blanco ha pasado de unos pocos cientos a más de 30.000 personas al año. Por ello, desde hace 25 años, la International Association of Antarctica Tour Operators (IAATO) vela para asegurar que las actividades turísticas en la zona sean seguras y supongan el mínimo impacto posible sobre el entorno y sobre las especies residentes. Todos los buques que surcan estas aguas con turistas a bordo son miembros de la IAATO y como tales deben respetar una serie de condiciones, como la prohibición de desembarcar a más de cien personas en un mismo lugar o la obligación de utilizar un combustible específico menos contaminante. Cuando uno se embarca en un viaje a la Antártida debe respetar una serie de protocolos establecidos por la naviera en el momento de poner pie en tierra. No se permite, por ejemplo, acercarse a más de cinco metros de la fauna local, dejar o llevarse cualquier objeto, ni salir de los caminos marcados por los miembros de la expedición.
El turismo, que por volumen aún es poco en la Antártida —en la temporada 2016-2017 desembarcaron en el continente 37.608 visitantes— es por ahora sostenible y lo seguirá siendo en la medida que se sigan respetando los protocolos que establece la IAATO. Por desgracia, en la actualidad, al ser la IAATO una asociación privada, si algún miembro incumple las normas solo sufre el ser expulsado de la misma. El siguiente paso en este camino hacia la plena sostenibilidad del turismo en la Antártida es que las normas de la IAATO tengan reflejo en una legislación internacional que castigue con multas o vetos a la operatividad en la zona a quienes no respeten los protocolos.
Viajes a la Antártida
Naviera Hurtigruten. El MS Fram y el MS Midnatsol son dos de los buques que —bajo los protocolos de la IAATO— navegan en aguas de la península antártica, las islas Shetland del Sur y las Falkland/Malvinas. Cada año, durante el verano austral, estos barcos realizan diversos itinerarios en Antártida: una ruta de 13 días por la península antártica cuesta desde 5.000 € por persona y una navegación que incluya las Falkland/Malvinas y Georgia del Sur parte de los 10.631 € por persona (23 días). Más información en la página de Hurtigruten.
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