Expertos en aritmética, en astronomía y practicantes del politeísmo, los mayas conocieron su esplendor entre el 250 y el 800 d.C. cuando formaron una de las civilizaciones más grandes de la América pre-hispánica. La ciudad de Chichén Itzá, cuya traducción es “la boca del pozo de los itzáes”, es uno de los mejores exponentes del paso de los mayas por la región mexicana del Yucatán.
Un privilegio hoy vetado
Hoy ya no es posible subir hasta la parte superior de la pirámide por motivos de conservación, pero recuerdo perfectamente la primera vez que viajé a Chichén Itzá y tuve la oportunidad de alcanzar la cima, cuando fascinado por la visión que tenía desde allí arriba y por el ritual de subir y bajar los escalones, realicé el ascenso hasta en cuatro ocasiones seguidas: ochenta y nueve, noventa, noventa y uno… Cuando por fin llegué a la cumbre de la pirámide de Kukulkán, rebautizada El Castillo por los españoles, hice una sencilla operación matemática para comprobar que la suma de los escalones de los cuatro lados da 364, más el representado por la plataforma, ¡justo! Nos salen los 365 días correspondientes al calendario solar. No es sin embargo lo que más sorprende en el monumento que se cree construido para honrar al dios del Sol. Cada año, con la llegada del equinoccio de primavera y otoño, la sombra de la serpiente emplumada, Quetzalcóalt, desciende en dirección al Cenote Sagrado, el pozo al que hace referencia el topónimo empleado por los itzáes. Habría que ver qué pensarían actualmente los mayas que poblaron la ciudad al ver ese mágico momento convertido en producto turístico con la venta de equinoccios online a cinco dólares.
Sacrificios y accidentes
Desde la pirámide un sacbé o calzada conduce directamente al Cenote Sagrado. Los mayas creían que a través del pozo de agua se podían comunicar con el inframundo. De 35 metros de profundidad, el cenote era el corazón de las actividades religiosas en las que se realizaban ofrendas ceremoniales. En estas ceremonias se arrojaban objetos de oro, jade o cobre, también algunas telas. El que allí se oficiaran sacrificios humanos ya es otro cantar. Hay partidarios de que así fue, pero el investigador americano Edward Thompson determinó, tras un dragado realizado en 1901, que las personas a las que pertenecían los huesos encontrados, principalmente niños, era muy posible que hubieran perecido ahogadas por accidente.
Por las representaciones pictóricas encontradas en el sitio sabemos que Chichén Itzá era una ciudad con gran poder militar que además controlaba las rutas de comercio, principalmente la explotación de sal del norte.
El campo para el juego de pelota más grande de las ciudades mayas conservadas lo encontramos aquí. Cuesta imaginar a los jugadores acertando a introducir la pesada pelota en los aros, dada la altura de los mismos. Todo ello con la dificultad añadida de que solo podían emplear antebrazos y caderas para desplazar el esférico. Son diversas las interpretaciones que se hacen de las reglas del juego. Lo que sí parece cierto es que el derrotado perdía la cabeza, literalmente, cuando el rival introducía la pelota en el aro. Las implicaciones místicas del juego llevaban a creer que la tierra separaba a los humanos del inframundo o reino de los muertos y el cielo del supramundo o de las deidades.
Más allá de la pirámide
Otros de los edificios relevantes para entender la cultura maya son el templo de los Jaguares, el de las Calaveras que parece ser que era depositario de las cabezas de los sacrificados, la plataforma de Venus, astro fundamental en la vida ceremonial y ritual maya junto a la luna y el sol; el grupo de las Mil Columnas que alberga el templo de los Guerreros y a Chac Mool recostado en la función de mensajero de los dioses. En cuanto al Caracol, llamado así por los conquistadores españoles debido a su forma, hay que decir que se trataba de un observatorio astronómico. Éste era un edificio importante dentro de la estructura de la ciudad. En él podemos apreciar la fusión de estilos maya y tolteca. Parece ser que era allí donde los sacerdotes establecían las fechas para los sacrificios, quizás ayudados por la máscara del dios Chac encontrada sobre las cuatro puertas mirando a los respectivos puntos cardinales. Cuentan los arqueólogos que El Convento albergaba a la realeza. En un anexo de este palacio se pueden ver frescos que retratan a los animales sagrados que sostenían el cielo; el caracol, la tortuga, el armadillo y el cangrejo. La decadencia de Chichén Itzá sobrevino con la aparición de la ciudad de Mayapán, hacia el año 1221.
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