Siempre que pienso en Jerusalén, lo primero que me viene a la memoria es una mezcla de sonidos: las campanas de las iglesias cristianas repicando sin parar, los sollozos de los judíos frente al Muro de las Lamentaciones, la llamada a la oración de los almuédanos desde lo alto de los alminares de las mezquitas o los cánticos de grupos de cristianos que recorren la Vía Dolorosa portando una cruz a cuestas. Son sonidos que unas veces se solapan, y otras se suceden ordenadamente para no pisarse. Sorprendente y contradictoria, Jerusalén es una ciudad sagrada para judíos, cristianos y musulmanes, que comparten y se disputan en ella historia y reliquias. Una situación que configura un espacio de convivencia tan complejo que, en ocasiones, cuesta entender.
El mejor comienzo
Creo que la mejor manera de adentrarse en este singular universo es subir hasta el Monte de los Olivos, que alberga un viejo cementerio judío de una plástica maravillosa. Y brinda desde su mirador una de las estampas más fotografiadas de la ciudad, donde es fácil identificar los lugares más emblemáticos. Llaman poderosamente la atención la muralla que ciñe la zona más antigua de la ciudad y el dorado de la Cúpula de la Roca que destaca con mucha fuerza sobre la piedra blanca que caracteriza las construcciones de Jerusalén.
Al pie del Monte de los Olivos se puede visitar la tumba de la Virgen, un espacio de recogimiento muy místico y modesto, que perturba hasta el viajero más ateo. Una gran escalera en penumbra lleva hasta el fondo del templo, donde unos sacerdotes ortodoxos custodian el sepulcro de María. Muy cerca está la basílica de Getsemaní, que en su interior muestra la roca donde Jesús oró después de la Última Cena antes de ser arrestado.
La ciudad antigua
El alma de Jerusalén está en su ciudad antigua, un recinto eterno donde parece haberse detenido el tiempo. Aquí Mahoma ascendió a los cielos, Jesucristo murió y resucitó, y los judíos erigieron dos templos impresionantes. Es el epicentro de un conflicto que surgió en el inicio de los tiempos y parece que no morirá hasta el fin de los siglos. Aquí se concentran los lugares más sagrados, y los edificios de mayor interés, en 2,5 kilómetros cuadrados. Un espacio muy abigarrado que atrae a las personas, las retiene y genera la sensación de que en cualquier momento puede tener lugar el apocalipsis.
Las murallas que la protegen fueron iniciadas por el sultán otomano Soleiman el Magnífico y se terminaron en 1540. Para franquear sus 3,5 km hay varias puertas; las más importantes son la de Jaffa, que es la entrada usada por las personas que proceden del centro, y la de Damasco, que es una puerta de gran belleza —donde hay un animado mercado árabe— que da acceso al barrio musulmán. Observando a las personas que atraviesan las puertas de la muralla, el viajero puede elucubrar sobre la experiencia que le espera: monjes franciscanos, mochileros despistados, sacerdotes coptos, armenios y griegos, capellanes cristianos, policías, soldados armados, guías, grupos de filipinos cruz en mano, turistas con la cámara colgando del cuello y hombres tirando de carros cargados de pan, entre otros muchos personajes, anuncian una visita intensa, cargada de sensaciones.
El Santo Sepulcro
En la ciudad antigua están los hitos de las tres religiones que coexisten en la ciudad. La iglesia del Santo Sepulcro es un espacio muy especial para los cristianos, erigida en el mismo lugar donde se produjo la crucifixión, el entierro y la resurrección de Cristo. Sorprende por su sencillez y el gran número de visitantes que acuden para meditar. Los peregrinos se abalanzan sobre la piedra de la unción, donde Jesucristo fue lavado y amortajado, pasando sobre ella recuerdos religiosos para que absorban la energía del lugar. Otros se arrodillan o se ponen de pie con los brazos en cruz para rezar, frente al lugar donde tuvo lugar la crucifixión. Y al final, todos se abalanzan sobre la tumba donde fue enterrado y se produjo la resurrección.
Este templo es propiedad de una familia árabe y está compartido por seis comunidades cristianas: griega ortodoxa, católica latina, armenia, copta, siria y etíope. La estructura actual data del siglo XII, y sustituye a la anterior del siglo IV, cuya destrucción desencadenó la primera cruzada. Como es lógico, éste es el final de la Vía Dolorosa, que tiene su inicio en el Monte del Templo y recorre las 14 estaciones que según los evangelios hizo Jesús con la cruz. Y que cada día recrean cientos de peregrinos procedentes de todo el mundo.
El Muro de las Lamentaciones
Encontrar el Muro de las Lamentaciones suele ser fácil, sobre todo si es sabbat. Sólo hay que seguir a los judíos ortodoxos y ultraortodoxos que caminan a paso ligero esquivando turistas en el bullicio de los zocos. El Muro de las Lamentaciones, con más de 2.000 años de antigüedad, define una gran plaza, una especie de sinagoga al aire libre al pie del Monte del Templo. Es el lugar del mundo más sagrado para los judíos pues el Muro es el único resto que existe del segundo templo.
Los fieles rezan frente al Muro con vehemencia y lamentos, en especial los viernes durante la caída del día, cuando los judíos celebran el comienzo del sabbat. También suele estar muy concurrido cuando tienen lugar las celebraciones hebreas más señaladas. Para rezar las personas son separadas por sexo, y los hombres deben cubrirse la cabeza. En la parte izquierda del muro, se abre una estancia denominada el Arco de Wilson, un espacio donde los rezos son más intensos, que resulta muy interesante de observar.
La Explanada de las Mezquitas
En la Explanada de las Mezquitas, donde estuvo el templo de Salomón que fue arrasado por Nabucodonosor en el año 586 a. C., y el segundo templo judío también destruido en el año 70 d. C. por el emperador Tito, y donde sueñan los judíos con levantar el tercer templo. En ese mismo lugar se alza la Cúpula de la Roca, una obra cumbre del arte musulmán con bellos mosaicos y coronada por una espectacular cúpula dorada que se alza sobre los tejados del casco histórico. Este lugar es sagrado para los musulmanes porque, según la Biblia, Abraham preparó aquí el sacrificio de su hijo, y porque fue el punto desde donde el profeta Mahoma ascendió a los cielos. En la Explanada también está la mezquita de al-Aqsa.
La Explanada es un espacio con una carga simbólica, histórica y espiritual que invita al conflicto permanente. No deja de ser curioso, que el espacio más deseado de la ciudad esté en manos árabes. A diferencia del Santo Sepulcro o el Muro de las Lamentaciones, la Cúpula de la Roca y la mezquita de al-Aqsa sólo pueden ser visitadas por musulmanes. Y durante la hora de oración los turistas tienen cerrado el acceso a la Explanada.
La ciudad moderna
Al margen de la ciudad antigua, Jerusalén es una urbe moderna muy activa, surcada en su centro por un flamante tranvía que desde su inauguración se ha convertido en uno de los mayores orgullos de la ciudad. La plaza del Ayuntamiento es espectacular, y la plaza Zion es el centro neurálgico de la ciudad, el lugar en el que tomar el pulso a la vida, desde una de las terrazas de sus numerosos cafés, que adquieren el sábado por la noche su momento más animado. Ben Yehuda es una avenida peatonal que se trasforma en escenario para artistas callejeros. Y el barrio de Nahalat Shiv´a, de calles llenas de flores, acoge restaurantes y modernos cafés que brindan un elegante ambiente.
Muy cerca se halla el barrio ortodoxo de Mea Shearim, habitado por la comunidad haredi y otras sectas que configuran un espacio único. Las casas están necesitadas de una buena mano de pintura. Sus calles carecen de árboles y en ocasiones rozan el caos, aquí todo el mundo tiene la cabeza puesta en la Torá. Muchos judíos están muy preocupados por el aumento incesante de ultraortodoxos, que poco a poco están copando Jerusalén; todos votan lo mismo, y se niegan a pagar impuestos o a realizar el servicio militar. Algunos generan problemas de convivencia, reprochando a sus vecinos judíos la vida moderna que practican, y en casos extremos incluso niegan la autoridad del Estado de Israel.
Otra visita imprescindible en la ciudad moderna es el mercado Mahane Yehuda, un espectáculo único donde la gastronomía local se muestra con contundencia; las tiendas venden las mejores materias primas de Jerusalén y numerosos restaurantes sirven una cocina hebrea casera excelente.
Algunos museos
De los museos que tiene la ciudad, hay dos que resultan muy interesantes. El primero es el Yad Vashem, ubicado en la zona de Har ha Zikkaron, un centro que muestra lo que fue el holocausto judío con numerosos archivos y recuerdos de las victimas. Y el segundo es el flamante Museo de Israel, en el barrio de Givat Ram, que es un compendio de la historia del arte. Muestra desde colecciones arqueológicas milenarias, hasta el arte contemporáneo más reciente de artistas muy prestigiosos como Anish Kapoor o Fernando Botero. En la parte denominada Santuario del Libro, bajo una espectacular cúpula blanca se guardan los manuscritos del mar Muerto.
El broche final
Antes de partir, si es posible, hay que volver al Monte de los Olivos para despedirse de la ciudad. Lo mejor es ir al atardecer, cuando Jerusalén queda bañada por la calidez que adquiere la última luz del día. Un broche perfecto para un viaje inolvidable. Desde el mirador del Monte de los Olivos tendremos la misma vista que cuando iniciamos la visita, pero seguramente nuestra percepción metafísica del lugar sea muy diferente; muchas de nuestras dudas existenciales habrán quedado aclaradas, o quizás, la confusión aún sea mayor. Lo cierto es que percibiremos la vida y Jerusalén de otra manera, más nuestra, más real.
A esto lo llamo abrir apetito para ir a visitar mi ciudad preferida: Jerusalem. Estupendo artículo Lucas Vallecillos Enhorabuena!!