Buenos Aires está muy lejos, a más de 10.000 kilómetros de España, casi el doble que Nueva York. Con esa distancia el viaje suele aprovecharse para visitar otros puntos de Argentina, como el Noroeste o la Patagonia. Esta es una crónica para vivir al menos 72 horas como manda Buenos Aires.
El barrio de la Belle Époque. Como buena parte de las ciudades norteamericanas, Buenos Aires es una ciudad sin mucha historia. Hasta 1810 era una aldea. El boom llegó a finales del siglo XIX, cuando se acabaron las guerras civiles y Buenos Aires entró en el comercio de la exportación mundial. La metrópoli se inventa en ese momento. Llegan los emigrantes, las epidemias, el enriquecimiento de la élite porteña, las cosas propias de una gran ciudad. Los nuevos ricos quieren tener una ciudad europea en América y empiezan a levantar palacios con mansardas y tejados a dos aguas de pizarra como los de París, con la salvedad de que en Buenos Aires no nieva nunca.
Son los palacios señoriales que flanquean la Plaza de San Martín en el barrio de Retiro, y que siguen por la plazoleta Pellegrini y avenida Alvear. Es la manifestación elegante del complejo colonial de América con Europa. Se pueden recorrer sus calles con la certeza de que una vez Buenos Aires quiso ser París.
El barrio de farra. También es el barrio que acusa más la gentrificación o aburguesamiento. Palermo te recuerda por momentos a Williamsburg en Nueva York o Malasaña en Madrid. Tanto el paisanaje como el paisaje, con sus bares de diseño y sus restaurantes de comida étnica. De hecho, uno de sus cafés se llama Manuela Malasaña y presume en su fachada de servir Mahou, “la cerveza madrileña por excelencia” (nunca imaginé que iba a etiquetar Madrid y la Mahou como algo étnico).
La marcha gira en torno a las plazas de Armenia y Serrano. Un buen sitio para comer hamburguesas es Burger Joint, en la calle Borges 1766. Sí, Borges, porque aquí, en el número 2135, está la casa donde pasó su infancia el escritor Jorge Luis Borges entre 1901 y 1914. Aquí tenía su legendaria biblioteca. A este lugar se refería cuando escribió el poema Fundación mítica de Buenos Aires. Aquí es donde te recibe ahora Maldito Frizz, una barbería para hipsters.
El Cuartito o la buena pizza. Cuando Diego Armando Maradona se casó en 1989, celebró un banquete en Luna Park de dos millones de dólares y un millar de invitados. Nada más salir del Registro Civil, sin embargo, se desvió por sorpresa de su camino al sarao y paró con su esposa para comerse una pizza en Las Cuartetas. En Buenos Aires hay que comer pizza. Hay que seguir la dieta del Pelusa. Ya sea en Las Cuartetas, en la avenida Corrientes 838, o en El Cuartito, en Recoleta (Talcahuano 937), otro templo mítico de la pizza que abrió sus puertas en 1934 y donde se respira una atmósfera puramente porteña, de pizzas cancheras, con las paredes vestidas de afiches y viejas fotografías de fútbol, jazz y boxeo.
Las noches y los días en el Teatro Colón. En el imponente y aristocrático teatro Colón me sucedió algo que jamás me había pasado: en una visita guiada oficial me pidieron que no escribiera nada de lo que fuera a oír. La verdad es que es una novedad. Uno está sentado en el palco privado que se le reserva a Cristina Kirchner junto al escenario, pensando en Un bel dì vedremo de Puccini, en Maria Callas, en las grandes noches de ópera, en si ganará el Madrid el partido del miércoles, en que tienes que cambiar el tubular de la rueda trasera de la bici cuando llegues a casa, en la llama tan fea llamada Thalia que encontraste en la carretera que une Salta con Cafayate en el norte de Argentina a 1.500 kilómetros de Buenos Aires, una llama rumiante, así, con los dientes fuera de la boca y que tanto te recordaron a tu vecina del segundo, estás pensando todo eso mientras habla la representante del Colón y no puedes ni debes memorizar sus palabras.
Hasta confundes lo que dice ella con lo que leíste en una guía, que el Colón es una copia de los grandes escenarios líricos europeos como La Scala de Milán pero con un aforo muy superior (el edificio, inaugurado en 1908, tiene una capacidad de 2.478 localidades, pero también pueden presenciar espectáculos 500 personas de pie) y una sala coronada con una espectacular araña de 700 luces y una cúpula de 318 metros cuadrados.
De librerías. Probablemente es la librería del planeta donde parpadean más flashes. Hay tantos turistas y curiosos como lectores. El Ateneo Grand Splendid (avenida Santa Fe 1860) ocupa un antiguo cine-teatro inaugurado en 1912 y es la librería más grande de Latinoamérica. Donde una vez estuvo el escenario se ha instalado un café.
La estampa de sus anfiteatros es gloriosa, aunque no encontré ninguno de los libros que buscaba, títulos accesibles de Stefan Zweig y Roberto Bolaño. Tampoco Operación Masacre, la obra cumbre del nuevo periodismo argentino que Rodolfo Walsh escribió en 1957 y que ya va por la edición 47. La encontré en una modesta librería también en la avenida Santa Fe, en el número 2691. Edipo Libros lleva abierta desde 1978, huele a libro viejo, tiene una clientela fiel, te tratan con cercanía y tiene los libros que buscas.
Otra librería muy recomendable es Eterna Cadencia, ya en Palermo (Honduras 5574), que además de librería es café, bar, editorial y organiza cursos y talleres y publica un blog muy interesante. Y además descansan los domingos, como debe ser.
El Café de los Angelitos o el tango. Sentir que es un soplo la vida, que veinte años no es nada, que febril la mirada, pero más de un siglo es mucho tiempo. El Café de los Angelitos abrió sus puertas en 1890 con el nombre de Bar Rivadavia. En origen era un antro de malandras y caferatas —en lunfardo—, gente de mal vivir. “Verdaderos angelitos”, como los definió el comisario del barrio de Balvanera, como si estuviera rebautizando el café. Gardel lo pisaba con frecuencia, tanto para cenar como para actuar.
Hoy el Café de los Angelitos pertenece al grupo de los llamados Bares Notables, una élite con los bares y cafés más representativos de Buenos Aires y que forman parte de su patrimonio cultural. Por la noche prepara un show que incluye cena y espectáculo. Se parece poco al café original. En realidad, se parece al tango en sí, que tiene algo de lengua muerta, de latín, de artes plásticas figurativas de otra época ya pasada y sin margen alguno para crecer, pero un arte muy hermoso al fin y al cabo.
La postal del Obelisco. Fíjense en las estampas de Buenos Aires. Como a Madrid, le cuesta mucho encontrar un emblema reconocido en cualquier lugar del mundo. Tampoco es que importe mucho contar o no con una Torre Eiffel o una Estatua de la Libertad. El Obelisco de la avenida 9 de Julio podría considerarse uno de los iconos de la ciudad. El mejor lugar para contemplarlo en todo su esplendor es la terraza de la azotea del Hotel Panamericano (por cierto, en la recepción me crucé con la ex tenista española Conchita Martínez. Debe de ser un poco duro llamarse Conchita y viajar a Buenos Aires).
Me fascinó tu crónica! Soy uruguaya y voy seguido a Buens Aires, tengo varios posteos sobre Argentina en mi blog de viajes (hillstoheels.net) pero quiero felicitarte por lista amena q es la forma que escribís, mezclando datos con anécdotad e historia. De ahora en adelante tenés una nueva fan.
Gracias, Carina! Nos vemos por aquí o en las redes. Bueno, o en Montevideo, tengo muchas ganas de conocer la ciudad.