Durante los próximos días se va a celebrar la VI Edición de la Regata Puig de Vela Clásica. Una buena oportunidad para comprobar lo bien que se lleva la Barcelona que mira al mar con unos barrios marítimos de los que hereda buena parte de su carácter. Todo ello al delicado ritmo que marcarán los históricos veleros.
Es difícil que el que vaya buscando playa no encuentre su sitio entre las de Sant Sebastià, Barceloneta, Nova Icària, Bogatell, Mar Bella, Nova Mar Bella y Llevant. La banda sonora se va radicalizando de sur a norte, a lo largo de los más de cuatro kilómetros de arena. Desde la playa de la Barceloneta todavía llegan algunos ecos de rumba catalana, pero según se van sucediendo los chiringuitos, pasamos del chill al trance vespertino, aún con las gafas de sol puestas, para acabar satisfaciendo todas las necesidades de la troupe veraniega al ritmo del house y el tecno. Por lo demás, sin demasiados cambios. Excepto la ampliación al sur rematada por el hotel W, más conocido como Vela, uno de los últimos en incorporarse pero que ya ha ganado su plaza en el skyline catalán como lo hicieran en su día las torres del Puerto Olímpico y el World Trade Center. Para los nostálgicos queda el paseo por el Moll de la Fusta, con una Gamba, la de Mariscal, a la que le ha pasado lo que a todo marisco con el paso de los días, que no ha envejecido del todo bien. Mejor suerte ha tenido la Cara de Barcelona, de Roy Lichtenstein. La cabeza, que siempre me ha recordado a Martirio, sigue dando la bienvenida a la gente que se asoma a la Barceloneta.




Hoy nadie duda que todas las calles de la Condal llevan al mar. Decir que no siempre fue así es uno de los tópicos más recurrentes al hablar de Barcelona, pero no se puede obviar. Hubo una época en que las tardes felices iban acompañadas de entradas para el zoo y un paseo en las Golondrinas. Aquellos barcos de dos plantas apenas salían del puerto, pero todo parecía una gran aventura. Más, teniendo a la estatua de Colón, que nunca señaló hacia América, como referente. Eran días en los que al mar se iba a propósito. Pasados ya los veinte años del sueño olímpico que consiguió revitalizar con un lifting la fachada marítima de Barcelona para que fuera la cara que iban a presentar al mundo y consiguió que toda la ciudad fluyera con naturalidad hacia el mar. De paso, intentaban convertir en iconos los patrones tradicionales de barrio: la ropa tendida en la Barceloneta, las calles del Raval que quisieron ser novela, las terrazas de bar con sillas de aluminio, olor a rebozado y vermut de grifo; y unas partidas de ajedrez que nunca acababan en tablas.




Tras la fachada marítima, por la puerta de atrás, seguimos encontrado barrios de marcado carácter marinero, lugares de los que se siguen colgando todo tipo de etiquetas y estereotipos. Son barrios que viven ajenos al cuerpo perfecto, al olor a bronceador, al paseo en bicicleta y a los nudos del viento para entrar con la tabla al agua. Pero a cambio ofrecen una cara familiar, cercana, de barrio que incita a hacer planes de mudanza. El Raval lleva un tiempo metido en faena de aliño, para parecerse un poco más al Born y La Ribera, los que fueran barrios experimentales de Barcelona. La receta es sencilla: unas tendencias por aquí, un par de restaurantes étnicos y tipos con pinta de bohemios. Por arte de birlibirloque tenemos un barrio distinto. En cambio el de la Barceloneta sigue como siempre, difícil torcerlo a estas alturas del partido más allá de alguna nueva heladería que ya se ha hecho imprescindible, hablamos de Vioko, y unas pocas tiendas con posibilidades.
Del 10 al 13 de julio se celebra en aguas de Barcelona la sexta edición de la Regata Puig de Vela Clásica. Un viaje en el tiempo para ver navegar a barcos convertidos en leyendas, un museo flotante sobre las aguas de uno de los mejores escaparates del Mediterráneo. Barcos que, más que navegar, danzan sobre las olas. Estética, precisión y elegancia. Maderas nobles, bruñidos bronces y velas de paño forman parte de los materiales de estas joyas de la náutica de los siglos XIX y XX. Ante tal alarde de belleza, casi se olvida que es una competición. A la destreza de la tripulación se une el cariño por unas embarcaciones que, en algunos casos, superan el siglo de edad, suficientes años para tomarse la licencia de hacer propios los versos de Espronceda: «Qué es mi barco mi tesoro…»




La regata se divide en cuatro categorías. Los barcos construidos en madera o metal botados antes de acabar el año 1949 competirán en la categoría de Barcos de Época. Los que emplean los mismos materiales, conforme a planos originales, y botados antes de finalizar el año 1975 lo harán en la categoría de Barcos Clásicos. Las otras dos categorías son la Clase Internacional 15 M JI y la Big Boat, con barcos de más de 25 metros de eslora. Si el tiempo lo permite, la regata transcurrirá paralela a la costa, lo que hará más fácil su seguimiento desde la playa y desde el Port Vell o el Puerto Olímpico. Sentados en la arena, se podrá jugar a adivinar el tipo de vela que despliegan los barcos en cada maniobra: Cangreja, Marconi, Mesana, tal vez el Foque. O tal vez a tratar de identificar, entre el medio centenar de embarcaciones, a algunos de los míticos participantes, como el Manitou, que fue el velero presidencial de John F. Kennedy, el Rayo de Luna (Moonbeam IV), el Moonbeam III, el Creole, el Avel o el Mariette. Las instalaciones del Real Club Náutico de Barcelona serán las encargadas de acoger a las embarcaciones participantes.
Sólo añadir una breve nota sobre la participación en la regata también del velero italiano Amerigo Vespucci construido por el entrenamiento y la formación de los futuros oficiales de la Marina Militare italiana.
La Amerigo Vespucci botó en el 1931 del puerto de Castellammare di Stabia (Nápoles) y hoy en día es el barco más antiguo de la Marina Militare Italiana aún en servicio.
Es un velero espectacular!!!!
Se puede visitar del 12 al 15 de julio 2013
Muchas gracias por el apunte, tixitoxi