Los Alpes, un río, algunas iglesias desparramadas, la música de un genio y una fortaleza coronándolo todo. Podría servir como rápida descripción de Salzburgo, por lo menos del conjunto que se alcanza ver desde el Mönchsberg, uno de los mejores miradores urbanos de Europa. El Kapuzinerberg tampoco es mal sitio para ver cómo se amontona junto al río Salzach la ciudad de Mozart. El casco histórico, perfectamente conservado, está en la lista del Patrimonio de la Humanidad desde 1997.
El arzobispado estuvo encargado de los tejemanejes de la ciudad durante más de mil años. La riqueza que generó la sal extraída de las cercanas minas de Hallein y Altaussee fue convirtiéndose en construcciones renacentistas y barrocas. Precisamente, las minas de Altaussee han vuelto a nombrarse estos días gracias al estreno de la película Monuments Men. El interior de la mina sirvió de almacén para las obras que expoliaron los alemanes en la II Guerra Mundial. Piezas maestras de Rubens, Vermeer, Rembrandt, Jan van Eyck o Miguel Ángel, entre otros artistas, iban a ir a formar parte del sueño cultural de Hitler, el museo que tenía proyectado para la ciudad de Linz. Más de 7.000 obras que a punto estuvieron de saltar por los aires.
La herencia del genio
Salzburgo le debe fama universal a Mozart. El músico nació en una casa de la Getreidegasse, en el número 9, el 27 de enero de 1756. Pau Casals opinaba que algunos genios creaban incluso al dormir y Mozart debió hacerlo. Tras unos berreos, los primeros pasos y algunos juegos infantiles, se puso a componer. A la edad de ocho años —fue en 1764, por lo tanto se cumplen ahora 250 años— empezó a escribir su primera sinfonía, aunque sus primeras composiciones las hizo con tan solo cinco años. Y no paró, siguió componiendo hasta en su lecho de muerte, incluso durante las partidas de billar que tanto le entusiasmaban.
Ir tras sus pasos se convierte cada año en motivo de peregrinación para melómanos y turistas de todo el mundo. Un recorrido por la vida del compositor en Salzburgo debería pasar por la mencionada casa natal (Getreidegasse, 9), siguiendo por la casa donde vivió y compuso (Makartplatz, 8), sin olvidar algunos de los lugares donde el genio de la risa histriónica estrenó algunas de sus obras, como la iglesia arzobispal de San Pedro, el palacio Mirabell y sus cuidados jardines, o la Universidad, donde llegan jóvenes de muchas nacionalidades para estudiar música.
Las obras de Mozart son muy reconocibles. Quién no ha oído alguna vez a Papageno en La flauta mágica o algún acto de Las bodas de Fígaro, por hablar de dos de sus óperas más famosas. O bien la sinfonía Pequeña música nocturna o el Réquiem, su misa más conocida. Claro que esa universalidad también ha hecho que podamos ver bombones con su cara en muchos escaparates de la ciudad, los Mozartkugeln. En el mes de enero se dedica una semana completa a Mozart y también está presente durante el conocido Festival de Verano, uno de los mejores del mundo en lo que a música y teatro se refiere.
Sonrisas y lágrimas
La película filmada a partir del musical The Sound of Music está basada en hechos reales. María von Kutschera aspiraba al noviciado en la abadía Nonnberg cuando fue enviada como institutriz a casa del barón viudo Von Trapp y sus siete hijos. Poco después se casaron y en los años 30 del siglo pasado formaron un coro familiar. Después de la anexión a Alemania tuvieron que marcharse de Austria y, viviendo de sus representaciones musicales, llegaron hasta Estados Unidos donde compraron una granja en Vermont. No hace todavía un mes del fallecimiento de María, la última superviviente de la familia. Aunque la imagen que nos resulta más conocida de la familia es la de Julie Andrews junto a sus hijos bailando y cantando el Do-Re-Mi por los jardines de Mirabell.
Las localizaciones de la película son un motivo perfecto para conocer la parte de la ciudad que no nos enseña Mozart: la plaza de la Residencia y su fuente barroca, el palacio de Hellbrunn que está en las afueras, el cementerio de San Pedro, que está entre los más hermosos del mundo; la majestuosidad de la fortaleza Hohensalzburg.
La otra música
Los jóvenes de la ciudad disfrutan por igual al ritmo de corcheas de las composiciones de Mozart que de las notas de las últimas tendencias sonoras. Salzburgo presenta una interesante oferta de ocio nocturno. Locales de diverso pelaje abren hasta altas horas de la madrugada. Podemos empezar por la cervecería Die Weisse (Rupertgasse, 10), donde producen su propia cerveza, para picar alguna cosa mientras el ritmo de los oldies va subiendo. Si se prefiere un cóctel Roland Spitzwieser es un gran especialista, es recomendable dejarse sorprender en su local Roses (Rudolfskai, 10). El Saiten Sprung (Steingasse, 11) es como nuestro local, ese pub que todos tenemos cerca de casa y en el que estamos a gusto, por el tamaño y porque uno tiene la sensación de conocer a todos. Otra buena opción para la primera copa es Steinterrasse (Giselakai, 3-5), la terraza del hotel homónimo, lugar de culto para la gente guapa que pide sus copas teniendo delante una de las mejores panorámicas de la ciudad. Para las últimas horas de la noche, muchos decibelios en Republic-cafe (Anton Neumayr Platz, 2), con buenas sesiones de música disco.
Tras la resaca
Tras la noche de ajetreo, una buena opción es pasar la mañana de café en café, para volver a adaptarse al pausado ritmo diurno de la ciudad. En Austria hay que decantarse siempre por los elegantes cafés clásicos, de los que Salzburgo tiene un buen puñado: el Niemetz (Herbert-Von-Karajan-Platz, 11), el Glockenspiel (Mozartplatz, 2), donde es imperdonable salir sin probar alguno de sus pasteles, y el Tomaselli (Alter Markt, 9) son buenos ejemplos.
Los alpes tiene tantos rincones y cuadros impresionantes , que siempre te fascina un nuevo descubrimiento de alguna aldea que antes no conocias. He estado varias veces en los alpes , y volveria mañana sin dudarlo.