La Toscana, el valle de Orcia, Pienza. Culto a las armonías, a las proporciones. Armonías en el paisaje, en la población y también en las dimensiones turísticas. Calma, reposo, medida. Terrazas contenidas, con pocas y pequeñas mesas en la calle que no agreden el espacio público, que lo respetan. Nada es invasivo. El respeto forma parte de los ingredientes básicos de la belleza del lugar.
Este es un paisaje esencialmente agrícola. Un paisaje de agricultores. Sin ellos no existiría. Un paisaje mosaico, de cultivos varios —que generan colores diversos— y agrupaciones de árboles y también de bosques. Es todo lo contrario a un paisaje homogéneo. La belleza, la armonía, surgen de la diversidad. De la diversidad y de la proporción. Aquí, la medida de todo es el hombre. Esencia renacentista.
El otro elemento fundamental que caracteriza este paisaje está precisamente ausente. Resulta esencial la inexistencia de grandes artefactos, de grandes infraestructuras o edificios que alteren las armonías. No quiere decir que no haya carreteras, líneas eléctricas o viviendas. Me ha parecido que hay de todo. No veo que hayan renunciado a ningún elemento sustancial de progreso, pero aquí nada es desmedido. Este es un paisaje para la esperanza. Es una prueba de que es posible hacer las cosas de otra manera.
La relevancia de la agricultura es tal, que los ilustrados españoles del siglo XIX hubieran llorado de emoción ante las vistas que se tienen desde los pueblos, la mayoría construidos en lo alto de colinas, no pensando en turistas sino en las necesidades de defensa. Generalmente, aún conservan parte de las antiguas murallas que hoy se han reconvertido en deliciosos miradores. Sin balcones no hay paisaje.
Tomar una copa de vino mientras el sol del atardecer dora las colinas cultivadas del valle de Orcia puede resultar una experiencia intensamente reveladora o perturbadora. Depende, por supuesto, del observador. Una advertencia, la belleza puede resultar excesiva, irreal. No resultaría extraño ver aparecer los créditos de la película impresos sobre el horizonte.
En lo alto de la mayoría de colinas hay edificada una masía. Algunas magníficas. Muchas han sido convertidas en alojamientos turísticos. Otras, claramente, mantienen la actividad agraria. Hay cobertizos, pajares, almacenes y tractores: magnífico, ¡qué alegría!
Este gran número de masías me hace pensar que, probablemente, la propiedad de la tierra esté bastante repartida. Los paisajes latifundistas no son así. Mira por donde, quizás la belleza —como mínimo la de aquí— tiene que ver con el reparto de la riqueza.
La puesta de sol me sorprendió en una ruta por carretera que hacía por la zona hace unos veranos, saliendo de San Quirico d’Orcia hacia Pienza. Fue como una experiencia religiosa. El sol se ocultaba a mi izquierda detrás de una “masía” con su típico camino flanqueado por cipreses. Los rayos de luz se colaban por entre las siluetas de esos esbeltos árboles. Aparqué en el arcén y me bajé a fotografiar aquel momento, y conmigo algunos fototuristas más que advertían mi maniobra. Uno de ellos hasta me dió las gracias en inglés por haberle “indicado” sin querer el sitio donde parar para disfrutar de ese momento.
Con el sol ya bajo el horizonte reemprendí la marcha, y no pude evitar parar de nuevo unos centenares de metros más adelante cuando vi a lo lejos a mi derecha la capilla de la Madonna di Vitaleta, solitaria entre los campos de trigo de “color siena” y bajo el cielo crepuscular. Sí que es verdad que la sensación es la de ver aparecer las líneas de crédito de una película. Luego me enteré que ese tramo de carretera es patrimonio de la UNESCO, y no me extraña.
Muchas gràcias Santi por participar con este comentario tan interesante.
Aun existen lugares donde el equilibrio existe
Un equilibrio que no es casual. Me recordaba hace poco un amigo experto en patrimonio que este es “un paisaje creado, planificado y diseñado, una especie de ordenación territorial en clave agrícola, siguiendo criterios renacentistas”. Esta fue precisamente la base de la justificación que llevó a ser declarado Patrimonio Mundial por la UNESCO hace más de una decena de años.
Ya me imaginaba yo que el azar no podía componer por sí solo una sinfonía de formas y colores como ésa. Como mucho otorgo el diseño del relieve y del clima a la Naturaleza. El resto se lo dejo a la sabiduría del hombre de campo. Además la belleza del Valle d’Orcia no se queda sólo en su paisaje, sino que parte de ella fluye fuera en forma de pasta o de pizza.
Una buena pasta, mmmmm…..
Magnificas fotos… Magnifico lugar y magnificos comentarios