Cuando en al año 1889, el Orient Express llegaba por fin desde París a Estambul sin interrupciones —desde la puesta en servicio del lujoso tren, seis años antes, había que hacer cambios de tren en diferentes ciudades—, se pensó en la construcción de un hotel, cercano a la estación, para alojar a los exigentes viajeros. El resultado fue el Pera Palace, un palacete Art Nouveau, con toques neoclásicos y orientales, situado en el barrio de Beyoglu, con vistas al Cuerno de Oro.
Abrió sus puertas en 1895, los clientes vieron pasar el inicio de la Primera Guerra Mundial, con la consiguiente caída del Imperio Otomano. El Pera Palace tardó poco en dejar de ser tan solo el nombre de un hotel para convertirse en un mito entre viajeros. No fue porque contara con agua caliente, luz eléctrica y ascensor antes incluso que los estambulitas adinerados, sino por los huéspedes que fueron ocupando sus habitaciones: el rey Eduardo VIII o el emperador Franz Joseph, las actrices Sarah Bernhardt y Greta Garbo, Alfred Hitchcock, los escritores Pierre Loti y Hemingway. La mayoría de los viajeros ilustres dejaron su nombre a alguna de las habitaciones, Mustafá Kemal Atatürk incluso consiguió cerrar una de ellas, la 101, para convertirla en un museo donde se pueden ver diferentes efectos personales del primer presidente de la República de Turquía.
Pero si hay alguien a quien el hotel le debe esa etiqueta de mito es a Agatha Christie. A la reina del suspense le construyeron una historia a medida, la que cuenta que una médium contratada por la Warner Bross tuvo la visión de una pequeña llave en la habitación 411 del hotel. Efectivamente, parece ser que se encontró una llave pero nunca se supo qué abría, aunque sugieren que los diarios de la escritora. Agatha Christie terminó Asesinato en el Oriente Express en esa habitación, que ya no es la 411 sino que recibe el nombre de la autora y que conserva su máquina de escribir.
A Ernest Hemingway no le gustó demasiado Estambul, pero se sintió como pez en el whisky en el bar del hotel, desde donde cubrió el final de la guerra entre griegos y turcos. Hemingway encontró la magia de Oriente en los amaneceres que veía desde el hotel, con la niebla sobre el Cuerno de Oro y el sonido de la llamada a oración desde los minaretes. En la novela Las Nieves del Kilimanjaro hace una mención al hotel, tras un lío de faldas del protagonista, Harry: “Ella parecía más bien madura, pero tenía la piel suave y un olor agradable. La abandonó antes de que se despertase, y con la primera luz del día fue al Pera Palace. Tenía un ojo negro y llevaba la chaqueta bajo el brazo, ya que había perdido una manga”.
Algunos de los salones del hotel están catalogados como Patrimonio Artístico Nacional, como la impresionante Kubbeli o sala de las cúpulas, donde sirven el té de la tarde. Si el precio de las 115 habitaciones está fuera de nuestro alcance, podemos sentirnos escritores por un rato y tomar un té con pastas o una copa en el bar donde Hemingway se ponía tibio.
Llevo tiempo pensando en hacer un viaje solo para fotografiar los escenarios de Agatha Christie…
Pues ese es esencial, Fran.