Caño Negro es uno de esos lugares que uno escoge para empezar de nuevo, que no está de camino a ninguna parte y que, generalmente, suele ser de salida en busca de oportunidades más que de llegada. Es un pequeño y tranquilo pueblo —si se puede llamar pueblo a algunos pares de construcciones salpicadas aquí, allá y acullá— con casas de vistosos colores, alojamientos básicos y sodas donde las mujeres cocinan lo que aprendieron de las madres mientras correteaban y se hacían mayores demasiado deprisa, junto a media docena o más de hermanos. En algunas de las casas se pueden ver murales pintados con la fauna local, en ocasiones hechos con mucha más voluntad que acierto.
Una de las sodas que tiene esos dibujos en la pared, además de numerosos cuadros, es La Palmera, regentada por Lucrecia y Estanislao, una pareja de ancianos entrañable. Mientras damos cuenta de un pollo en salsa capaz de hacer perder relojes mojando pan, voy escuchando la conversación que tiene Lucrecia con una clienta, más un pensamiento en voz alta: “¿A que no sabes por qué he dejado libre esa pared de ahí?”, pregunta haciendo un gesto con el mentón para señalar al frente. “Quisiera yo antes de morirme que alguien pintara a un par de personas ahí sentadas, en unas sillas, con un plato de comida en la mano, para que cuando alguien preguntara quiénes son esos viejitos decirle que quién pues, Lucrecia y Estanislao”.
Desde el pueblo salen tours para recorrer el Refugio de Vida Silvestre Caño Negro. Los boteros, ociosos en estos días de temporada baja en que visitamos la zona, esperan en el muelle a los clientes. Embarcamos con Ernesto Santamaría, que en apenas unos minutos de navegación nos deja sobradas pruebas de su avanzado conocimiento de la fauna, especialmente aves, de un espacio natural que se conoce como la palma de la mano. Su vista entrenada, prodigiosa diría yo, nos va descubriendo numerosas especies. La golondrina de manglar (Tachycineta albilinea) nos acompaña durante todo el recorrido por el río, las iguanas verdes (Iguana iguana) toman el sol en las ramas que cuelgan sobre el agua; son básicamente vegetarianas y los adultos son excelentes nadadores, habilidad que utilizan para escapar de posibles predadores. Los machos adultos adquieren una coloración naranja durante la época reproductiva.
Una de las observaciones más interesantes del recorrido fue la del tímido ibis verde (Mesembrinibis cayennensis), un ave de color oscuro que habita humedales y bosques pantanosos de América Central y del Sur. Su coloración verde oscura brillante parece negra en condiciones de poca luz. Es robusto, de piernas más cortas que otras especies de ibis y se alimenta de invertebrados acuáticos que captura con su pico, moviéndose lentamente en aguas poco profundas. Añadimos a la lista la garceta tricolor (Egretta tricolor), algunas espátulas rosadas (Platalea ajaja), una polluela pálida (Hapalocrex flaviventer), el martín pescador amazónico (Chloroceryle amazona) y el vistoso basilisco verde (Basiliscus plumifrons), entre otras especies.
Desde la torre de observación, de reciente construcción, se pueden apreciar perfectamente las características de este ecosistema cuya zona protegida abarca casi 10.000 hectáreas, de las que 800 pertenecen al humedal, un hábitat de gran importancia tanto para las aves residentes como para las migratorias. En función de las crecidas de los ríos Frío y Caño Negro, las lagunas —un total de quince— quedan conectadas o aisladas. La creación del refugio, en el año 1984, fue acompañada de una importante labor pedagógica en las escuelas: la plantación de árboles, las campañas de concienciación, las charlas por parte de expertos y los dibujos de la naturaleza de Caño Negro se colaron entre las matemáticas y la gramática. Crecieron con la idea de que no se podía chinchorrear —pescar— al antojo y que había que proteger a los animales en lugar de cazarlos; supieron de la fragilidad de lagunas y suampos —de la palabra inglesa para pantano, swamp—, y de la conveniencia de no botar basura a los ríos. En 1991, el convenio de Ramsar incluyó el espacio natural en su lista de Humedales de Importancia Internacional y también forma parte de la Reserva de la Biosfera Agua y Paz.
Tras las primeras y tempranas horas navegando, las ganas de desayuno nos llevan a parar en el rancho Santiago. Al desembarcar, sonaba el Never tear us apart de INXS. La música de los ochenta, que salía de unos altavoces algo distorsionados, no dejó de acompañarnos durante todo el rato que estuvimos dando cuenta de un plato de gallo pinto con huevos y plátanos fritos. La dueña era una mujer muy salada, que enseguida se lanzó a hacer comentarios picarones a nuestro guía. En sus ratos libres, trabaja la artesanía en madera de balsa con la que talla algunas máscaras y móviles para colgar. También pinta caparazones de tortuga que va encontrando por el río, generalmente de hembras que han sido atacadas por mapaches para depredar sus puestas.
De vuelta al río, una luz iridiscente se dirige hacia nosotros. Es una mariposa morpho que al desplegar sus alas muestra un vivísimo color azul que en realidad es el reflejo que produce la luz sobre las escamas de sus alas. Estas mariposas representan la paz y la buena fortuna para los malekus, el grupo indígena más pequeño de Costa Rica que todavía habita en tres comunidades cercanas: Palenque Margarita, Palenque Tonjibe y El Sol. En el río Frío se encuentra la raíz de la cultura de los malekus, para los que la zona protegida de Caño Negro, a la que llaman Toro Hami en su lengua, es territorio sagrado. Allí han desarrollado ritos de comunidad con la naturaleza y de celebración por los alimentos que obtienen, en los que no falta la chicha de yuca servida con generosidad y las danzas tradicionales para honrar al dios Tócu. Sus dioses tienen relación con la cabecera de los ríos que les han permitido mantener sus modos de vida ancestrales. Actualmente, tienen el permiso de pesca y caza en Caño Negro siempre que se haga con técnicas y artes tradicionales. Principalmente, pescan el pez gaspar y tilapias en las lagunas cuando pierden el acceso al río durante la estación seca, y liberan las capturas más pequeñas directamente en el río, de manera que garanticen su supervivencia.
Al caer la noche, una tormenta eléctrica ilumina las lagunas con sus rayos. Por el camino de vuelta al alojamiento, los chotacabras —tapacaminos en Costa Rica— se dan un festín esperando a los insectos en la zonas iluminadas por farolas. El ruido de los truenos, que cada vez están más cerca y prometen una noche lluviosa, solo se rompe cuando marca Costa Rica, un gol en el minuto 95 que le da la clasificación directa para el Mundial de Rusia.
Texto: Rafa Pérez / Fotos: Òscar Domínguez
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