Desde mi primera estancia en Cracovia, en el año 2000, siempre que vuelvo a la ciudad empiezo la visita por la colina de Wawel. Es un lugar mágico, una ciudadela a 228 metros de altura que parece emerger desde el río Vístula. Estamos en la antigua capital de Polonia —lo fue entre los años 1038 y 1596—, hasta que Segismundo III la trasladó a Varsovia. En Wawel estaba el poder político y religioso que gobernaba el país; es un gran recinto amurallado que alberga en su interior varios edificios, entre los que destaca la Catedral y el Castillo Real. Incluso hay una cueva, que según cuenta la leyenda estaba habitada por un dragón que atemorizaba a la población. Un zapatero liberó a la ciudad de la fiera envenenándola con azufre.
Desde la cima de Wawel la postal que observo es hermosa; embarcaciones de recreo navegando por el Vístula, gente haciendo deporte en las orillas o tumbada en las zonas verdes junto al río.
Personalmente, creo que uno de los patios renacentistas más impresionantes de Europa es el del castillo de Wawel, en torno a él están las edificaciones de la fortaleza, en cuyo interior, hasta que el museo Czartoryski no termine su rehabilitación, es posible ver La dama del armiño de Leonardo da Vinci. Junto al castillo está la Catedral, donde se celebraron durante 500 años bodas, bautizos y funerales reales. Está rematada con cuatro torres y tiene numerosas capillas. Abandono la colina de Wawel por la calle peatonal Kanonicza, directo hasta el casco antiguo. Me voy encontrando con varias iglesias: destacan la de San Pedro y San Pablo y la del Monasterio Franciscano, frecuentada por el Papa Juan Pablo II durante los años que residió en esta ciudad; una placa señala el lugar exacto donde solía rezar a diario. En sus inmediaciones está el Colegio Maius, la sede antigua de la Universidad Jaguelónica, donde estudió Nicolás Copérnico. En su interior, los interesados en el estudio de los cuerpos celestes pueden ver una magnífica exposición de antiguos objetos científicos de medición astronómica y física.
En el centro histórico de Cracovia todos los caminos conducen a la plaza del Mercado. Junto a la colina de Wawel, es el lugar con los monumentos medievales más destacados de la ciudad. En su centro está la Lonja de Paños, que sigue haciendo funciones de mercado en la planta baja y alberga una interesante pinacoteca del siglo XIX en la planta superior. En la esquina este de la plaza está la basílica de Santa María. En su interior hay un magnífico retablo barroco dedicado a la virgen y una bóveda azul salpicada de estrellas. Desde su campanario, a las horas en punto, suena una trompeta interpretando el toque que tenía lugar todos los días hace siete siglos, indicando a la población que las puertas de la muralla se cerraban. Subo a ver el trompetista pero también a disfrutar de la magnífica vista de 360 º que brinda esta atalaya sobre los tejados de Cracovia, a 80 metros de altura. Las personas en la plaza parecen hormigas, y la vista sobre la calle de Florianska lleva directamente hasta la Barbacana, un singular edificio de la muralla destinado a defender la puerta nordeste de la ciudad.
En Cracovia hay mucho más que su casco viejo amurallado. A pocos pasos se ubica Kazimierz, una ciudad fundada en el siglo XIV que fue el barrio judío.
Hoy es el lugar de moda, donde la gente guapa pasea. Esta zona, después de pasar un largo periodo de deterioro, ha florecido apoyada en su legado judío: cuenta con seis sinagogas, un cementerio y muchos restaurantes que sirven cocina tradicional donde es fácil escuchar a grupos de Klezner, un estilo de música que arraigó en las comunidades judías durante la primera mitad del siglo XX. En Kazimierz es muy recomendable comer un zapiekanka en la plaza Nowy —una especie de pizza polaca—, frente a los puestos de frutas y anticuarios. O tomar café o una copa en alguna de las terrazas de la misma plaza, como la del Kolory Café o el Klub Alchemia. Para una cena romántica es ideal la terraza del restaurante Stajnia, situado en la calle Jozefa. Si buscamos algo más informal, incluso a horas intempestivas, está muy de moda Skwer Judah (Swietego Wawrzynca, 16), un aparcamiento al aire libre donde varios food trucks sirven comida bajo un gran mural pintado por Pil Peled.
Al otro lado del Vístula hay cosas muy interesantes, como la fábrica de Oskar Schindler, que tras aparecer en la película La lista de Schindler adquirió fama mundial. Schindler fue un empresario que utilizó todo su poder para evitar que un gran número de judíos acabaran en los campos de concentración. Junto a la fábrica está con el MOCAK, un nuevo espacio destinado al arte moderno donde podemos ver el trabajo de artistas destacados de la escena contemporánea polaca. Muy cerca está la plaza de los Héroes del Gueto, donde una intervención artística formada por una serie de sillas a modo de esculturas, distribuidas por toda la plaza, rinde homenaje a todos aquellos judíos que de una u otra manera fueron victimas de la barbarie nazi en el gueto. La función de los guetos era la de mantener a todos los judíos confinados para poco a poco ir trasladándolos a los campos de prisioneros o a campos de exterminio. No es un broche de oro, pero resulta muy educativo ir hasta el campo de Auschwitz, ubicado a unos 60 kilómetros de Cracovia, para conocer hasta dónde puede llegar la maldad del ser humano, para tomar conciencia e intentar que no vuelva a suceder algo similar.
Fotos © Rafa Pérez
Para más información consulta la página web de Turismo de Polonia y de Turismo de Cracovia.
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