Deseé que lloviera y cuando llegué a Uyuni había charcos en las calles. Sonreí. Era perfecto. Una brusca tormenta acabó por alegrarme. Al entrar en el salar, el 4×4 parecía levitar en un mar de nubes. Andábamos muy lentos, “es para que la sal no salpique los bajos. Eso fastidia la mecánica”, dijo el chófer sin desviar la mirada de enfrente. Miré por la ventanilla. Menos mal que había llovido, menos mal que el salar tenía su capa de agua, menos mal que eso era un espejo, menos mal que las nubes las tenía cerca. Nunca antes había caminado entre nubes.
Cuando los exploradores árticos llegaron al Polo Sur, se enfrentaron a un reto insospechado: cómo fotografiar aquello, cómo hacer visible lo invisible, cómo documentar un lugar en el que parecía no haber nada que mostrar. Aquellas fotografías –lo cuenta Alicia Kopf en Hermano de hielo– buscaban dar sentido, mostrar una superficie blanca en principio imperceptible desde el punto de vista fotográfico. A aquellos exploradores les iba la gloria en documentar su gesta. Menos mal de las nubes: dan sentido a 11.000 kilómetros cuadrados de superficie blanca.
El salar de Uyuni es dos
El salar de Uyuni es uno en época seca y otro en época de lluvia. En época seca es un ártico, un blanco rotundo. En época de lluvia, se forma una capa de agua que es un espejo perfecto; entonces, el horizonte se pierde, se confunde, se vuelve espejismo. Cada nube es un significado; su suma, una historia sin final.
El satélite de la ESA Sentinel-1 orbita alrededor de la Tierra en el programa de observación terrestre Copérnico. En algún momento, sus lentes y antenas enfocaron hacia el salar de Uyuni. El salar, por su extensión, por su superficie lisa y por su reflectividad, es el mejor lugar del mundo para la calibración satelital. La primera imagen del salar que envió el satélite recuerda a un copo de nieve visto en el microscopio. Como en las regiones polares, en el salar, el horizonte es convexo.
Bolivia volverá a recibir a los competidores del Dakar. Pasarán por el salar de Uyuni: los autos avanzarán sobre un suelo duro y compactado en el que se dibujan pentágonos caprichosos como si fueran piezas de un puzle. Toda la superficie del salar descansa sobre capas de tierra rica en litio, el mineral del futuro. Los autos dejarán una estela blanca tras su paso por la indefinida pista. No se perderán gracias a los GPS con los que van equipados.
Empresas de todo el mundo llamaron a Evo Morales. Estaban interesadas en explotar el salar. La mayor fuente mundial de litio está en Bolivia, ¿cuánto son 100 millones de toneladas? Quién sabe, tal vez en un futuro no muy lejano los autos tendrán baterías de litio. Igual los autos del Dakar correrán en y por el salar de Uyuni: navegarán con satélites calibrados en su superficie, se moverán gracias a baterías de litio extraído de su interior. Autos que correrán sobre su propio origen. Como nosotros, que volvemos una y otra vez a nuestros orígenes.
En el horizonte se ve un trozo de tierra que no es blanco: la isla del Pescado o Inka Wasi (Casa del Inca en lengua aimara). Vamos para allá. Parece flotar a lo lejos. Parece una ciudad que sobrevive a un holocausto. Todos somos náufragos. Entre las rocas hay cactus de tallo grueso de hasta doce metros de altura. Seguimos la ruta. Cuando la noche llega a 3.650 metros de altitud, la temperatura se desploma. Hace frío en el hotel de sal. Estamos a orillas del salar, el viento sopla, entre las nubes se ven las estrellas y parecen estar cerca. Igual uno de esos puntos es un satélite orbitando, igual me enfoca. Al mirar atrás nos convertimos en estatuas de sal.
Desnudos en el desierto
Salvador Dalí no estuvo nunca en Bolivia, pero ahí está el cartel para que no haya confusión: desierto Salvador Dalí. Creo que al de Figueres se le habría dibujado una sonrisita bajo el bigote de haberlo conocido, ¿qué puede haber más surrealista que esto? Pero lo cierto es que, más que un paisaje, lo de ahí enfrente es un enigma.
Los paisajes oníricos de Dalí se encuentran en Bolivia. Su cuadro Desnudo en el desierto parece un esbozo de este lugar: la forma de las rocas, los tonos rojizos, la falta de árboles, las líneas sinuosas, el paisaje despojado de todo menos de surrealismo.
Hay una especie de paradoja en aquellos minerales que pierden volumen por la erosión pero que ganan belleza con las formas resultantes. En el desierto Salvador Dalí hay una seta rocosa —metáforas geomorfológicas— en medio de un arenal que se conoce como el Árbol de Piedra. Es monumento natural y una de las setas rocosas más famosas del mundo.
Este desierto es el ingreso a la Reserva Nacional de Fauna Andina Eduardo Abaroa. Una mancha marrón a más de 4000 metros de altitud por la que resulta difícil creer que pase la línea de una frontera. Es un área protegida con volcanes activos, fuentes termales, géiseres, lagunas de colores caprichosos y una fauna y flora que parece un milagro con estas condiciones extremas de vida. Es el hogar de roedores como la vizcacha, de tres especies de flamencos diferentes como el andino, el chileno y el flamenco de James, también de gansos andinos, el cóndor y la keñua, en peligro de extinción. Las vicuñas —más de 3000 censadas— saben del delicado equilibrio de este hábitat, por eso caminan ligeras, como si no quisieran dejar rastro.
De Bolivia a Chile se pasa por la frontera Hito Cajón, en pleno altiplano andino, rodeado de nieve. Al poco, espera un nuevo desierto: el de San Pedro de Atacama. El volcán Licancabur asoma en el horizonte. Antes, me doy un baño con el amanecer en las aguas termales de Polques que hace que me baje la tensión y entre a Chile casi como si flotara, como si mis pies fueran de sal: ¿Algún alimento a declarar?, pregunta el oficial.
Fotos © Òscar Domínguez
Qué experiencia más increíble debe de ser ver las noticias ves reflejadas en el Salar de Uyuni. Precioso artículo!! Un saludo.
Disculpa, quería decir ver las NUBES reflejadas… ese corrector!!!
Ver las noticias reflejadas en el salar de Uyuni habría sido algo surrealista, jjajaja… Ese corrector le habría gustado a Gaudí. Gracias por tu comentario Marisa 🙂