El imperialismo y los días de Sisi son las primeras cosas que nos vienen a la cabeza cuando pensamos en Viena. Frente a la ciudad de rancio abolengo hay propuestas que muestran una urbe fresca, con ganas. Para entendernos, se trata de preferir la Viena que aplaude de pie al compás de la Marcha Radetzky a la que comienza cariacontecida la audición del Concierto de Año Nuevo.
Viena fue el epicentro de la cultura europea a finales del siglo XIX y principios del XX. La filosofía freudiana, el erotismo puesto en escena de Schnitzler, el desvelo de las emociones humanas en la cautivadora prosa de Stefan Zweig; los trazos de la obra de Klimt, Schiele y Hundertwasser, dieron un carácter a la ciudad muy alejado de tópicos de emperatriz. El cambio de siglo trajo el Jugendstil y la sexualidad que emana de la pintura de Gustav Klimt, que pintaba señoritas de alta sociedad pero buscaba sus musas por arrabales y prostíbulos; la arquitectura de Otto Wagner y de Josef Hoffmann, que fue el fundador del Taller de Viena y del movimiento de la Sezession.
En mis últimas visitas a Viena he dedicado mi tiempo a buscar cualquier indicio de aquellos días, tomando como punto de partida una fecha. No quería saber nada de la Viena anterior al 10 de septiembre de 1898, día en que Sisi falleció en Ginebra. Sí, es verdad, alguno de los personajes citados desarrolló parte de su obra con anterioridad a esa fecha, pero alcanzaron la excelencia intelectual y madurez de su obra con el paso de los años, ya muerta la emperatriz. Menos en el caso de Schiele, la excepción que confirma la regla. Pero su prematura muerte no nos privó de sus altas dosis de genialidad.
En contraposición a los chicos de la Sezession, encontramos el racionalismo de Adolf Loos. Fuera las flores, todo ornamento le resultaba superfluo en la búsqueda de la perfección. Su rivalidad con el estilo de los Wagner, Klimt y compañía, le llevó a titular uno de sus artículos de opinión como Ornamento y delito.
En la obra de Stefan Zweig también encontramos continuas referencias a esa Viena efervescente. Unas veces mencionada directamente y otras por intuición, la ciudad austriaca es el fondo de muchos de sus relatos, con un lugar destacado en El mundo de ayer, sus memorias.
Los barrios estudiantiles, los libreros de viejo como el entrañable Mendel, el primaveral paseo de la prostituta Lise por el parque del Prater, los edificios que desearían tener una habitación donde una desconocida escriba su carta y cafés como el Gluck.
El Hawelka es lo más parecido que he encontrado al café Gluck, el de Mendel el de los libros. Lamentablemente, ni Josefine ni Leopold sirven ya sus mesas. Recuerdo perfectamente cómo Josefine saludaba uno a uno a todos los clientes cuando daba el relevo a su marido, mientras te ponía en la bandeja un segundo vaso de agua. Quédate el tiempo que quieras, parecía decir con ese sencillo gesto. Uno de los hijos ha tomado el relevo de los padres fallecidos, para seguir sirviendo el buchteln, ese bollo esponjoso del que el argot ha tomado prestado el nombre para significar algo falso, carente de consistencia.
En 1949 se rodó en una Viena de posguerra la que es probablemente la mejor película del cine británico. El tercer hombre, de Carol Reed, deja en el haber del espectador algunas de las imágenes y diálogos más conocidos de la historia del cine. Es posible recorrer la Viena del subsuelo en un corto paseo por las alcantarillas o plantarse ante la noria para recordar aquella mítica frase que Harry Lime le dijo a Holly Martins: “En Italia, en treinta años de dominación de los Borgia hubo guerras, terror, sangre y muerte, pero surgieron Miguel Ángel, Leonardo da Vinci y el Renacimiento. En Suiza hubo amor y fraternidad, quinientos años de democracia y paz. ¿Y que tenemos? El reloj de cuco”. Welles se arrepentiría a posteriori de la frase, improvisada durante el rodaje, al conocer el origen alemán del reloj de cuco.
Nos plantamos en la Viena actual, que propone mucho y muy bueno. ¿Herencia del febril movimiento cultural mencionado? Quiero pensar que sí. La cadena iniciada con el Jugendstil y continuada con la salvaje vanguardia de los años sesenta, necesitaba de un nuevo eslabón en la época actual que comienza a forjarse en la década final del pasado siglo. Polémicos proyectos, siempre los son cuando se habla de arquitectura moderna, colocaron a Viena en la cabeza del monstruo cultural generado en Europa tras la caída del muro.
El proyecto de viviendas Fábrica de ataúdes, la rehabilitación de los tanques del gasómetro para convertirlos en centro comercial y apartamentos o el Barrio de los Museos, son algunos de los ejemplos que han situado de nuevo a Viena en los manuales de arquitectura de todo el mundo.
Fuera de esa carta de Schnitzel y tarta Sacher, la ciudad propone un apetecible puñado de sugerencias. En el Naschmarkt encontramos comida oriental, vinagres que compra Ferran Adriá, restaurantes con música electrónica en vivo y esos puestos de fruta donde si tocas una sola pieza todas las demás se vienen abajo. En definitiva, uno de esos lugares donde se sacia antes la vista que el estómago y en el que los Lohas, el acrónimo inglés que define una forma de vida preocupada por la salud, la sostenibilidad y el placer por igual, encuentran su sitio. La diversidad cultural reflejada en los puestos del Naschmarkt no es más que el aperitivo de lo que encontramos por el resto de la ciudad, creatividad expresada en todos los ámbitos y de múltiples formas: de chocolate con Pimiento de Espelette en Schokov, de mueble ornamental en Das möble, de original recuerdo en wieWien o de curiosas recetas en la librería Babette´s, especializada en libros de cocina y donde cada día se cocina un menú extraído de los libros que allí se venden. También hay una apuesta firme de la ciudad por los vinos de calidad. Viena es una de las pocas ciudades del mundo con viñedos en su casco urbano. El grupo WienWein ha tomado como referencia el Gemischte Satz servido en los heuriger (locales que sirven el vino del año con alguna cosa para picar) para dar un nuevo impulso al tema del vino en la ciudad.
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