Poco después de las cinco de la mañana, el tuk-tuk ya estaba frente a la puerta de mi alojamiento. Quería estar a la hora de la primera entrada en Wat Phu Champasak, las ruinas de época jemer más importantes de Laos. Abren a las ocho, pero pagando un suplemento se puede acceder a partir de las seis. En los diez kilómetros de camino, vi cómo los pescadores más madrugadores empezaban a tirar sus redes, a un padre y su hijo plantando arroz en el pequeño terreno junto a su casa y a un grupo de mujeres que habían improvisado un mercado a ambos lados de la carretera, junto a un puente hecho de tablones de madera, con la mercancía dispuesta sobre plásticos en el asfalto.
Quince minutos antes de las seis estaba en la entrada del recinto arqueológico. La puerta estaba entreabierta y no había nadie en la caseta de los tickets, pero el conductor me hizo entender que podía entrar y que ya pagaría al salir. A esa hora no había ningún visitante, pero sí algunas personas que viven en rudimentarias casas dentro del propio recinto. También había terneros y búfalos, la mayoría jóvenes, que se cruzaron delante de mí en repetidas ocasiones, emitiendo sonoros berridos y bramidos de camino, a pastar los unos y a retozar en el barro que había formado la lluvia de la pasada noche, los otros.
El día estaba nublado, la lluvia amenazaba con continuar cayendo y de hecho empezó a chispear con timidez en el momento que pisaba la calzada procesional, junto a un baray —estanque artificial característico de la arquitectura jemer— lleno de flores de loto. De un lateral, junto a las columnas de la calzada, salieron un pequeño ternero, sin apenas fuerza para berrear aunque lo intentaba, y una anciana que caminaba ligeramente encorvada. Ambos me acompañaron hasta los primeros escalones —los edificios principales de Wat Phu Champasak están ubicados en terrazas a dos niveles distintos— y, una vez allí, la anciana sacó de su bolsillo un puñado de pulseras e insistió en ponerme una. Cuando fui a coger la que me gustaba, me atizó levemente en la mano y se señaló: era ella la que debía escoger una pulsera para mí.
Eran pulseras de hilo trenzado, ató alrededor de mi muñeca una de colores azul, verde y blanco. Pasó la pulsera por el anverso y el reverso de mi mano y de mi muñeca, hizo dos fuertes nudos y retiró su mano con una suave caricia en la que noté cada una de sus arrugas. Todo ello, sin dejar de recitar una plegaria ininteligible aunque imaginé que relacionada con los deseos de buena fortuna. Ya por la tarde, Boun My, el dueño del restaurante donde comí los días que pasé en Champasak, me confirmó que me había deseado salud para mí, para mi familia y suerte en el trabajo. Una especie de buenaventura gitana al pie de la Giralda pero a miles de kilómetros de distancia de casa, en Laos.
Obviamente, la anciana esperaba la donación, pero al momento el cielo se abrió un poco y me dio una tregua de media hora para fotografiar los edificios más notables con los primeros rayos de sol de la mañana. Aunque sabía perfectamente que todo tenía una explicación, que “mi suerte” se debía al calentamiento que producía el sol, una base científica mucho menos romántica que la esotérica, di por bien empleados los 5.000 kips que le entregué (unos 60 céntimos de euro). No quiso que la fotografiara, pero tengo perfectamente grabada su cara.
El recinto arqueológico está al pie del Phu Pasak, conocido también como Phu Khuai o monte Penis, y hay varias referencias tanto al pene como a la vagina, por ejemplo el santuario dedicado al lingam de Siva o el pedestal ioni, que es el símbolo cósmico del útero-vagina, asociado al culto a Siva. Aunque en el templo principal han sustituido el lingam por imágenes de Buda de dudoso gusto.
Al norte del santuario encontramos algunas curiosidades: un Trimurti jemer, símbolo hindú de la Santísima Trinidad (a saber, Siva, Brahma y Visnú), la piedra elefante y la piedra cocodrilo, que se conjetura con que pudo servir para algún tipo de ritual en el que se incluían los sacrificios humanos. Tras la calzada procesional, están los pabellones cuadrangulares, con interesantes dinteles como el que muestra a Siva y Parvati sentados en Nandi, el toro de Siva. Wat Phu Champasak está en la lista del Patrimonio de la Humanidad de la Unesco.
Recuerdo bien este lugar. Sin turistas, no como Angkor. Claro que la belleza y majestuosidad de Angkor no tienen comparación. Aún así la magia de estar solo en Champasak no se olvida fácilmente. Pásalo bien y sigue disfrutando del sudeste asiático…es de lo mejor que hay en el mundo para viajar. Abrazos!!
Alfons, también son muy espectaculares Phimai, Phanom Rung y Muang Tam en Tailandia, el año pasado visité los tres lugares y me encantaron. Majestuosa arquitectura pero con muy poco turistas, de hecho dos de los sitios los recorrí en soledad.
q envidia