Hay quienes aseguran que podría tratarse de la mítica Atlántida. Que bajo su superficie se encontraría aquella civilización legendaria hundida hace siglos bajo las olas. Otros la comparan con objetos preciosos: la perla del Atlántico, la llaman. Un verdadero tesoro de aspecto delicado bajo el que se esconde el carácter fuerte y pasional de un volcán.
La isla de Madeira emerge en medio del océano como la reina del archipiélago que lleva su mismo nombre. A tan sólo 900 kilómetros de la costa portuguesa, se trata de un auténtico paraíso prácticamente desconocido para muchos. Es de lógica que por el hecho de ser una isla, a Madeira tan sólo se pueda llegar por mar o por aire. Volar hasta su capital, Funchal, supone únicamente hora y media de viaje desde Lisboa. Si se elige viajar en barco se tendrá la oportunidad de disfrutar de disfrutar de la llegada a través del Atlántico. Su puerto es uno de los más transitados —y dicen que bellos— del mundo. La oferta de actividades que ofrece Madeira, a pesar de que ocupa una superficie de tan sólo 741 kilómetros cuadrados, es realmente asombrosa. Sin embargo lo mejor es ir poco a poco. Lo ideal es dedicarle un par de días a su capital, Funchal, que ya habrá tiempo de conocer las otras muchas bondades de la isla.
Día y noche en la capital
Funchal es una ciudad manejable, aunque cuestas tiene unas cuantas. Para conocerla hacen falta por tanto buenas piernas y unos cómodos zapatos. Para comenzar lo mejor es acercarse hasta uno de los lugares que concentran más vida: el mercado de Lavradores. Como todo buen mercado, se trata de un lugar perfecto para tomarle el pulso a la ciudad. Destaca por su colorido, el que le aportan las exóticas flores que decoran cada uno de los puestos —como por ejemplo el Ave del Paraíso, un auténtico icono de la isla—. La fruta es otra de las grandes protagonistas: la variedad es impresionante. Gracias a la ingeniería genética se pueden llegar a catar, ni más ni menos, que hasta 12 variedades diferentes de maracuyá: de limón, de melón, ¡e incluso de plátano!
El pescado encuentra su lugar en uno de los laterales del mercado. Merece la pena dar un paseo por sus pasillos simplemente para observar las animadas charlas entre tenderos mientras organizan las piezas de sable, una de las exquisiteces —aunque al principio cueste creerlo— de la gastronomía madeirense: posiblemente se trate de uno de los pescados más feos que existen. Las calles que rodean el mercado de Lavradores y que se extienden hacia el centro de la ciudad guardan la esencia propia de las ciudades portuguesas. Caminar por las calzadas, decoradas con dibujos de mármol y basalto, recuerda a otros muchos lugares del país. Por ellas se podrá llegar hasta la Rua de Santa María. En plena Zona Velha —o Ciudad Vieja— la calle se convierte, durante el día, en una auténtica galería de arte al aire libre. Y muestra de ello es que artistas llegados de todas partes le han dado un toque de color a la calle decorando puertas y ventanas con sus pinturas. En muchos de los locales incluso se puede disfrutar de exposiciones.
En las bocacalles algunos hombres de mirada perdida pasan las horas sentados tras sus improvisados tenderetes. Venden objetos de segunda mano y cachivaches varios. Sus presas son todos aquellos turistas y curiosos que se acercan a fisgonear. Por las noches, sin embargo, la Rua Santa María se transforma. Los restaurantes se animan llenándose de gente, las voces que entonan los sentidos y tradicionales fados se hacen oír desde el interior de algunos de los locales, y la juventud se adueña de las barras de bar que, en plena calle, permiten disfrutar de una copa bajo las estrellas gracias al clima tropical madeirense.
El tesoro líquido de la isla
Es precisamente este clima tan especial, además del suelo de la isla y del tipo de uva que se cultiva en ella, los que han ayudado a que el prestigio del vino de Madeira haya llegado a traspasar fronteras. Los madeirenses se ocupan desde hace más de cinco siglos de este “néctar de los dioses” que cada año se recoge a mano cuidando y mimando cada una de las uvas. Visitando las Adegas de Sao Francisco se podrá conocer la historia del vino y, por qué no, incluso catar algunas de sus variantes. Se trata de la bodega más antigua de Funchal y está situada en lo que antiguamente fue un monasterio. Fueron los británicos los que comenzaron a exportar el vino de Madeira cuando en el siglo XVII se le concedieron derechos comerciales especiales con la isla portuguesa.
Cuando se prueba un madeira se entienden muchas cosas. Como por ejemplo el por qué fue elegido para celebrar la independencia de los EE.UU. el 4 de julio de 1776. O por qué Shakespeare lo elogió en algunas de sus obras. Hasta Churchill describió la experiencia como “dar un sorbo a la historia”. Saciada la sed, y antes de subir hasta la zona más alta de la ciudad, tocará hacer una visita la Sé, la catedral manuelina. Poco hay que decir de uno de los edificios religiosos más importantes de la isla: tanto el interior como el exterior del templo son bastante modestos y austeros. La aguja de la iglesia, sin embargo, decorada con azulejos a cuadros, muestra un rasgo que se repite en la mayor parte de las iglesias de Madeira.
Adrenalina y cuestas
Y, ahora sí, toca descubrir el impresionante paisaje que se puede disfrutar en funicular durante los 15 minutos que se tarda en ascender hasta Monte, una fascinante localidad con villas, vistas y plazas empedradas que se encuentra en una de las laderas de la ciudad. Inevitablemente una sonrisa se dibuja en la cara de todo aquel que realiza el trayecto cuando es consciente, desde las alturas, de las serpenteantes y empinadas calles que se está ahorrando subir a pie. Al llegar a Monte una de las opciones será la de entrar en la iglesia de Nossa Senhora do Monte, que alberga la tumba del último emperador de Austria, Carlos I. Exiliado en la isla tras la I Guerra Mundial, el ya entonces ex monarca vio pasar los últimos días de su vida en la isla portuguesa, donde falleció enfermo de tuberculosis.
Muy cerca de la iglesia se encuentra el exótico Jardín Botánico. Con más de 35.000 metros cuadrados de áreas ajardinadas y de 2.000 plantas exóticas procedentes de todo el mundo, esta explosión de primavera se levanta en la Quinta de Bom Sucesso, construida en un principio como residencia privada. Antes de abandonar Monte, o mejor dicho, para abandonar Monte, será indispensable probar una de las actividades más divertidas y a la vez peligrosas que se pueden realizar en la isla: el descenso en carreiros. Hombres vestidos de blanco de la cabeza a los pies, con originales sombreros de paja, son los encargados de mantener un oficio que existió en la isla hasta que se construyeron carreteras y los trineos dejaron de ser el medio de transporte más común.
Montarse en un canasto de mimbre que se desliza a toda velocidad por las cuestas de Funchal es, posiblemente, la mejor manera de despedirse de esta reveladora ciudad. El broche final, si se sobrevive a la experiencia, será descansar lo suficiente como para recargar energías y sentirse nuevo, al día siguiente, para seguir descubriendo la esencia de esta sorprendente isla.
Una fecha especial
Un momento perfecto para visitar la isla de Madeira es durante la celebración de fin de año. A las 12 de la noche del 31 de diciembre todo el cielo se cubre de fuegos artificiales. El espectáculo pirotécnico es tal que ha logrado aparecer en el libro Guinnes de los Records como el más grande del mundo.
Estupendas fotos!!! Me hace querer visitar Madeira aún más 🙂
Muchas gracias, Ioana!
Me alegro mucho de que te hayan gustado las fotos. Madeira es un lugar maravilloso, seguro que no te defrauda.
Un saludo!