Vayan a Belén, no se pueden perder el mercado, decían todos con insistencia. Lo que no podía imaginar es que al ir a Belén me iba a encontrar con algo más que un simple mercado. Belén es el barrio más famoso de Iquitos, y sí, también el más pobre. Lo llaman la Venecia Amazónica, aunque de Venecia sólo tiene las inundaciones. Los palacetes, plazas y puentes los han substituido por palafitos y casas flotantes, y las góndolas por peque peques. A capricho del río Itaya, lo que se inunda normalmente es Belén Bajo, pero el mercado está en Belén Alto, lo que es toda una declaración del sentir pragmático de sus habitantes. Otra muestra del carácter de esta gente es que a la calle que separa la zona alta de la baja la llaman Venecia, que en muchos letreros, en esa confusión de sibilantes que se da por todo Latinoamérica, se convierte en “Venesia”.
El mercado de Belén
Giras por la calle 9 de Diciembre y, al final, comienza otro mundo, el de la Amazonía; eso sí, una Amazonía preparada y lista para la mesa, inerte, cortada, salada, despellejada, conservada, destilada, colgada, empaquetada y desperdigada en centenares de puestos, mesas y tablas repartidos por estrechos corredores alrededor del mercado. Como el río Itaya, éste se desborda hacia el exterior, inundando las calles aledañas de gritos, gestos, olores y vidas diferentes. Algo más que un simple mercado y, a veces, no apto para miradas y olfatos sensibles.
En uno de los callejones vociferaba un religioso ambulante “Dios te da alegría, amor, trabajo…” Nadie le atendía. Insistió en el mensaje, el micro levantado como una estrella del rock. Sus armas para difundir la palabra de Dios eran una Biblia deshojada sobre la tabla roñosa de una carnicería y un carrito con una pequeña batería para alimentar el altavoz portátil, pero seguían sin atenderle. Al mercado de Belén se va por otra cosa, se va a comprar lagartos, majaces, paiches —pez emblemático del Amazonas y el más grande del mundo en agua dulce—, tortugas, maparates barbudos, carachamas —que más parecen reptiles que peces—, doncellas, palometas, pagres… Todos esos pescados amazónicos y todas esas carnes, algunas de animales en peligro de extinción, nos hablan de una cocina muy antigua que aún se sirve hoy en las mesas más populares de esta zona del Perú y que nada tiene que ver con la alta cocina que ha convertido a Lima en una de las capitales gastronómicas del mundo.
Deambulé por el mercado. A veces deambular es la única forma que uno tiene de orientarse en la vida. Había básculas a cincuenta céntimos de sol para el control del peso, había “si necesitas reguetón…”, también polvo de ayahuasca porque aquí estamos adonde llegó W. Burroughs, el poeta yonki de la generación beat, a por el colocón definitivo; había jugos de fruta selvática, pasta de aguaje, bebés de teta, niños dormidos sobre mostradores, “yendo voy por la vida…”, zuris, ese gusano gordito, a la parrilla o cocinado, olor a descomposición, cigarrillos y puros de todo tipo para ceremonias, especias para el arroz chaufa, los celulares saliendo del hueco del sujetador, “tome madre”, bolsitas de camu camu a un sol, vapores de platos que saben a selva, vísceras y mugre en el suelo. Había también gallinazos negros como el carbón.
Los gallinazos son aves de presencia inquietante. Estaban posados en los cables, sobre los postes de la luz, sobre los tejados y aleros, aún sin atreverse a bajar, observando. “Y esto aún no es nada”, me dijo un hombre delgado como la sombra de un palo que se había acercado sin darme cuenta, “a eso de las doce y la una se llena más, todito se llena de gallinazos, en la calle. Les gustan las tripas de los pescados. Mira…” Y me enseñó varias fotos que había tomado en su celular. Realmente los gallinazos que yo miraba con asombro e inquietud no eran en número nada comparable con lo que él me estaba enseñando.
El hombre delgado se presentó como Jorge Tuisima, y resultó, aparte de delgado, uno de esos hombres humildes que despiertan confianza con sólo mirarle a los ojos. Y me dijo que él se ganaba la vida acompañando a los turistas por el barrio de Belén.
El barrio de Belén
“De enero a mayo o junio se anda en canoa-taxi; el resto del año, en moto-taxis”, Jorge me señalaba las marcas del agua de la última crecida. En Belén Bajo, todas las fachadas tienen una marca del nivel que alcanzó el agua y siempre está muy por encima de tu cabeza. Seguí a mi guía particular, que saludaba en cocana —el dialecto que usan los del barrio— a los conocidos que nos íbamos encontrando, mientras me daba algunos datos: “el mercado ya tiene como 48 años; aquí, en la parte baja, viven unas 15.000 personas…”
Uno de esos conocidos, el zapatero, se ha hecho famoso desde que una americana lo usó de modelo para unos grafitis que se pueden ver por el mercado. Fueron pintados contra la reubicación de Belén, amenaza que pende sobre el barrio. Me llevó a saludarlo para que viera todo lo que se parecía al dibujo, como si lo asombroso fuera que su amigo se pareciera a un dibujo y no al revés, que el dibujo de la americana se pareciera al amigo.
Siguiendo por la calle Venecia, esquivamos una zona donde según Jorge se vendía droga, dejamos atrás hasta tres barberos que habían elegido la calle para su puesto de corte, con los espejos colgados abriendo un hueco en el cielo. Llegamos a la orilla donde suelen atracar las lanchas con el género para los mayoristas. De varias de esas lanchas, que parecen castillos de madera, algunos jaladores cargaban sacos de plátanos y de carbón más grandes que ellos. Algunas personas aprovechaban para comer junto al río, en un ambiente que era mezcla de trabajo, comercio y familia. Embarcamos en un bote para poder recorrer la parte inundada de Belén Bajo.
El río Itaya tenía un aspecto enfermizo, embarrado, con botellas y plásticos flotando. En Belén no hay alcantarillado ni papeleras. Todo va a parar al río, lo bueno y lo malo. Las letrinas, cuatro tablones sobre postes justo al nivel del agua, dan directamente al río.
De todas formas, las mujeres lavan ahí mismo y los niños juegan, y los adultos se asean. Así ha sido siempre y así sigue siendo, a pesar de la potabilizadora que hace cinco años vino a inaugurar ”una tal Ana Botella de Madrid”, me dice Jorge. Pero que como sólo funciona tres horas al día pues siguen con el agua del río para bañarse y la del grifo la usan para tomar y cocinar.
Las casas esperan la crecida con la madera que las hará flotar, que cada año cambian para asegurarse la flotabilidad. La precaución forma parte del gasto en mantenimiento de estas viviendas que, más que humildes, son esquemas de casas. En cuanto suba el nivel del río las vistas de las casas subirán hasta seis metros. “Dormimos sobre el piso”, me dijo Jorge, “es agradable porque te meces con el paso de las lanchas. Además si tienes problemas con el vecino por pendenciero, te llevas la casa a otro lado y asunto solucionado”. Es emocionante ver como alguien puede darle la vuelta al asunto. Quiero decir que nadie que conozco se atrevería a decir que dormir en el suelo está bien. Pero, aun así, mi lado pesimista, o realista, me llevó a preguntarle: “¿Y qué tal la artritis?”. “Sí”, respondió, “de eso hay mucho, pero en el mercado, en el pasaje Paquito, tenemos plantas medicinales para cualquier dolencia”. Parece que en los puestos del mercado — el hogar que no quieren abandonar — y junto al río está todo lo que necesitan.
Llegó el momento de irse. En el mercado de Belén había encontrado algo más que un simple mercado, una auténtica forma de vida, la de la Amazonía peruana. El barrio de Belén es el Amazonas peruano, donde perviven los ecos ancestrales de la selva. Me despedí de Jorge cuando los gallinazos saltaban, en un remolino negro, sobre las tripas de los pescados y la mugre del mercado.
Fotos © Rafa Pérez
Buen post. Soy de Lima y hace años fui a Iquitos, la tierra de mi padre. Tal como lo describes en tu artículo es lo que viví allí. Es una tierra que toda persona en el mundo debe ir una vez en su vida. Saludos.
hola!! me gusta tu blog un monton!! y vamos aiquitos en breve, me podrias ayudar a conseguir el gui para hacer mas o menos lo que has hecho tu?? tenemos una tarde y mañana (3 h o asi)graciass