«Dos cosas llenan mi ánimo de creciente admiración y respeto a medida que pienso
y profundizo en ellas: el cielo estrellado sobre mí y la ley moral dentro de mí».
Immanuel Kant
Después de todos estos años narrando el mundo en Kamaleon creo que ya empezamos a conocernos un poco, así que me permitiréis la licencia de empezar este artículo con una intimidad. Uno de los recuerdos que más claros tengo de mi infancia viene de las noches en que acompañaba a mi padre a pescar en la playa de Sant Salvador, muy cerca de la Vila Casals. La pesca me interesaba más bien poco, pero estar sentado en la orilla durante algunas horas, de noche, mirando al cielo, era toda una aventura para un chaval con la EGB recién comenzada: una puerta abierta al espacio, mirando todas aquellas estrellas que todavía no tenían nombre para mí pero que me permitían soñar con mundos infinitos. Aquel litoral y yo crecimos demasiado rápido; se fue mi infancia y se fueron las estrellas.
Las civilizaciones que nos han precedido siempre han mirado al cielo. En el Paleolítico y en el Neolítico ya dibujaron agrupaciones estelares en las paredes, el cielo ha sido calendario agrícola, carta de navegación y catecismo. A través de dibujos mnemotécnicos, uniendo puntos mediante líneas imaginarias, surgieron las constelaciones que ayudaban a explicar dioses, creencias, héroes y batallas; toda una representación gráfica de la cultura clásica trazada sobre nuestras cabezas. Las estrellas han alimentado refraneros, había que alzar la vista para conocer el momento óptimo de la siembra y de la cosecha, era necesario identificar a Alcor y Mizar, en la Osa Mayor, como prueba de agudeza visual, y los navegantes tenían dos opciones: saber leer el cielo o rezar todo lo que supieran. Más adelante, en el siglo XVII, el cartógrafo neerlandés Frederik de Wit hizo preciosos mapas estelares. ¿Qué tenían en común todas aquellas personas fascinadas por la bóveda celeste? Muy sencillo, podían ver las estrellas a simple vista, sin perjuicio de la contaminación lumínica que llegó con el progreso.
Los artistas tampoco han sido ajenos a esa fascinación. Entre 1939 y 1941, Joan Miró crea la serie Las constelaciones, unas pinturas que recuerdan a mapas astrales. El pintor mira al cielo como una vía de escape de una realidad asfixiante debida al periodo convulso que vive Europa. En palabras de su nieto, Joan Punyet, Miró se imagina que es un pájaro nocturno capaz de evadirse de la tierra y viajar por el cielo entre las constelaciones, capturarlas con la mano y, al volver, dibujarlas sobre una hoja de papel. La noche, la música y las estrellas empezaron a tener un papel decisivo en su obra.
¿De dónde salió la inspiración para esa serie de 23 pinturas? Ni de Barcelona ni de París, ciudades en las que había vivido y que ya contaban con varias décadas de alumbrado eléctrico en sus calles. No tengo ninguna duda de que el cielo de las Montañas de Prades tuvo una gran influencia sobre esa serie de pinturas. Todas las biografías sobre Miró están de acuerdo en que las estancias en Mont-roig del Camp ayudaron a construir el paisaje emocional del pintor surrealista. Desde la casa familiar hizo varias excursiones a las Montañas de Prades. En 1917, en esa tierna veintena en que todavía somos fácilmente impresionables y los recuerdos se graban con cincel en nuestra memoria, pintó varios cuadros con Prades como protagonista. En esos años, al caer la noche, la escasa luz del pequeño caserío de Prades apenas debía interferir en la visión del cielo nocturno. Esa emoción de las estrellas cayendo sobre la cabeza del joven Miró le tuvo que acompañar durante toda su vida.
Con esa misma emoción y altas dosis de curiosidad, Aleix Roig empezó a observar el cielo, cuando apenas contaba con doce años, con el telescopio que le regaló su abuelo. En el año 2014, llega a Prades con Georgina Serven. La pareja iba buscando un lugar donde instalar su observatorio particular pero se encontró con un tipo de farolas que emitían una luz blanca que contaminaba mucho y dificultaba la visión. Entablaron conversaciones con el ayuntamiento y los miembros del consistorio enseguida vieron claros los beneficios que aportaría el cambio en la iluminación, tanto a nivel de preservación del entorno natural —la calidad de la luz afecta a las especies vegetales y animales— como de la calidad del cielo. Cuando tan solo un año después cambiaron parte del alumbrado público por luces de vapor de sodio, Georgina y Alex enviaron al ayuntamiento, como agradecimiento, unas fotos astronómicas publicadas en una importante revista especializada. Ese gesto hizo ver las posibilidades de Prades a nivel de turismo astronómico.
En una siguiente fase, en verano de 2016, iniciaron una serie de actividades de observación con el objetivo de sensibilizar a la población local. En la actualidad, desde el Parque Astronómico Montañas de Prades están haciendo actividades abiertas a todo el mundo, algunas tan originales como Vermut Solar 360º, en la que el vermut del Baix Camp acompaña las explicaciones sobre nuestra principal estrella; Vinos, estrellas y ermitas, una degustación de vinos junto a la ermita de l’ Abellera mientras observamos cosas tan curiosas como los anillos y las lunas de Saturno; Cena bajo las estrellas en las viñas de la bodega Vega Aixalà, a base productos de la tierra y observación del cielo con telescopios automatizados; o la Cena G-Astronómica, en la que los platos están tematizados con motivos astronómicos.
Hace un par de años se dio luz verde al proyecto del Parque Astronómico Montañas de Prades, que ha encarado sus trámites administrativos finales. La primera parte ya es una realidad, un centro de visitantes que cuenta con un planetario 360º para proyecciones y simulaciones del cielo, las constelaciones y la mitología, y una sala de audiovisuales donde se realizan las conferencias previas a las actividades y talleres de formación. Seguirán con la creación de una red de senderos y miradores astronómicos y con la parte más ambiciosa del parque astronómico, que debería estar concluida en los próximos dos o tres años, la instalación de un observatorio científico profesional en el Pla de la Guàrdia que tiene que servir para ayudar a situar a Prades en el mapa internacional de los destinos internacionales de astroturismo. Conscientes de que el Pla de la Guàrdia es un entorno natural privilegiado y vulnerable, las llegadas se harán en un minibús eléctrico, quedando estrictamente prohibido el acceso en vehículo particular.
Saber que la oscuridad puede ser un valor único, que ayuda a mejorar las condiciones del patrimonio natural de la zona, ha llevado a varios municipios cercanos a mejorar sus condiciones de iluminación. Toda la zona de la vecina montaña de Montsant está protegida, desde el 2018, con la máxima calificación por parte de la Generalitat de Catalunya —que tiene un servicio para la prevención de la contaminación lumínica—, y en breve se va a ampliar con diez municipios de las Montañas de Prades y algunos más de la comarca del Priorato para convertirse en el área protegida más grande de Cataluña. Además, están en el trámite final para que 21 municipios obtengan la certificación como Destino y Reserva Starlight.
Hay otra razón más para que las administraciones revisen el alumbrado: la iluminación correcta comporta un ahorro energético. Y hay que insistir en lo de correcta porque en ocasiones se está cometiendo el error de cambiar las tradicionales luces incandescentes por lámparas led que emiten luz blanca o azul. Se ha demostrado que la exposición continua a este tipo de iluminación está asociada a enfermedades, se ven afectados los ritmos circadianos así como los ciclos de sueño y vigilia. «Hace cuarenta años nadie hablaba de la contaminación atmosférica y los coches contaminaban más que nunca. Actualmente todos estamos alarmados ante los índices de polución de las grandes ciudades. Probablemente nos pase lo mismo, en un par de décadas, con la contaminación lumínica. Nos daremos cuenta de que hemos iluminado de azul el país y tendremos un grave problema de salud pública. Este es el momento de concienciar a la población y decir que zonas como Montsant y las Montañas de Prades están marcando un modelo a seguir, con iluminación responsable e inteligente, con luces apagadas a medianoche cuando ya no son necesarias», me cuenta Aleix.
En el cielo nocturno hay escritas historias apasionantes, la importancia del trabajo del Parque Astronómico Montañas de Prades radica, en buena parte, en la labor de divulgación que llevan a cabo: nos enseñan a leer en las estrellas y a valorar la importancia de la oscuridad. Al acabar cualquiera de sus actividades nos daremos cuenta, como el filósofo Kant en su día, que el cielo estrellado empequeñece al hombre. Su magnitud sobrepasa a la razón, los últimos cálculos estiman que hay dos billones de galaxias —la b no es un error del autocorrector—; la más cercana, Andrómeda, está a una distancia de 2,5 millones de años luz. La nuestra, la Vía Láctea, es solo una de ellas.
No solo se trata de que el exceso de luz impida la visión del firmamento, sino que directamente es perjudicial para nuestra salud. Llevamos algún tiempo hablando de que se imponen nuevas formas de vivir, de consumir y de hacer turismo. Empecemos por algo tan sencillo como dejar de caminar mirando a nuestro pies, o peor aún al ombligo, para levantar la vista hacia el cielo y pedir que nos devuelvan las estrellas.
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